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LA PALABRA DEL SEÑOR

 


Génesis 40

Pbro. Raymundo Villanueva Mendiola

José se encontraba en la cárcel, producto de una acusación injusta. Se dio cuenta que como esclavo no tenía el derecho a ser escuchado o defenderse. Que su posición en Egipto es completamente vulnerable. Y habían pasado algunos años desde el sueño en el que sus hermanos, su padre y su madre se inclinaban ante él. Y nada parecía estar sucediendo de acuerdo a ese sueño. Fue vendido como esclavo por sus hermanos, tratado como objeto sexual por una mujer poderosa, y puesto en la cárcel por una acusación fraudulenta. ¿Qué podía mantener en pie a José? ¿Qué podía ser aquello que sostuviera a José aun en medio de estas dificultades? Únicamente la Palabra del Señor. Hoy, si el Señor nos asiste, aprenderemos que la Palabra del Señor da dones a los hombres. También que esa misma Palabra juzga nuestros oficios, y por último que nos ejercita en la paciencia.

-          DON DEL SEÑOR 1-8 (da dones a los hombres)

En los versículos 1-8 se presenta una situación muy particular. El copero y el panadero del rey de Egipto “pecaron” contra su señor. No se nos explica el acto que cometieron, pero fue suficiente para hacer enojar a Faraón, quien ordenó que fueran apresados inmediatamente. Tanto el copero como el panadero fueron puestos en una prisión preventiva, hasta que se aclarara su situación. Fue en la casa del capitán de la guardia, en la cárcel donde José estaba. Potifar era el capitán de la guardia, y puso bajo el cuidado de José a estas personas. El tiempo pasó y ambos, en la misma noche, tuvieron cada uno un sueño diferente, con su propio significado. A la mañana siguiente José llegó para atenderles, pero les vio tristes. De ello se derivó una plática entre ellos, y José supo la razón de su tristeza: “Hemos tenido un sueño, y no hay quien lo interprete”. Entre los egipcios contaban con libros y libros sobre los sueños y su significado. Había gente dedicada a eso, pero por estar en la cárcel no podían informarse respecto al significado de sus sueños. Ellos creían que si venía algún mensaje de los dioses respecto a su futuro, ellos tenían el poder de descifrarlo, de obtener respuestas a sus más profundas preocupaciones. José corrige esto de una manera muy sutil, diciendo: “¿No son de Dios las interpretaciones? Contádmelo ahora”.

Estos dos hombres estaban tristes porque la posible respuesta acerca de cuál sería su destino les había sido dada en un sueño, pero ellos estaban imposibilitados de conseguir la interpretación. Así que su situación es todavía más angustiante, porque una cosa es la incertidumbre de no tener respuesta a lo que nos sucederá, y otra peor es saber que tienes la respuesta a tu preocupación, pero no puedes acceder a ella. Ellos habían sido acusados de un crimen terrible, ambos corrían el riesgo de morir a manos de faraón. Esa angustia de por si es terrible, pero añadamos a esto un sueño que nos deja perturbados. Para nosotros como creyentes los sueños han dejado de ser la luz en nuestro camino, pero para un pagano egipcio, los sueños lo eran todo. Eran ventanas hacia el mundo de los dioses, que les mostraban su futuro. Los sueños eran la medida hasta donde el hombre podría llegar. José ya había experimentado que Dios le hablaba por medio de los sueños, pero entendió también que este don que había recibido, no lo había recibido para sí mismo, sino para fortalecer a los demás, y especialmente a la iglesia del Señor. Noten ustedes lo primero que hace José, él en lugar de decirles, “yo soy un soñador, capaz de interpretar sus sueños”, les declara: ¿Acaso no son de Dios las interpretaciones? Lo primero que hace José es volver la vista de estos hombres a Dios. Los eleva por encima de sus circunstancias, y los pone en el contexto en que él se encuentra, ante el rostro de Dios. Aquél que está en control de nuestros destinos, y de nuestras acciones es Dios. Aquél que nos puede decir lo que realmente nos acontecerá es Dios. No son los magos egipcios, no son los muchos libros de los astrólogos, sino Dios, quien es el Señor de todas las cosas. Puede surgir una pregunta entre nosotros, ¿Dios habla aún hoy por medio de sueños? La respuesta está en el N. T. en Hebreos 1:1-4 que dice: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos.” En el pasado Dios le habló a su pueblo de muchas maneras, una de ellas fueron los sueños que tuvieron los profetas (José es un profeta). Sin embargo, en los tiempos actuales nos habló por medio de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Los sueños se quedan cortos ante la revelación más plena que tenemos en Jesús. De hecho cada cosa que experimentamos hoy, la podemos y debemos verla a la luz de la obra de nuestro Señor Jesucristo. Es por su obra poderosa, por su palabra vivificante que nosotros podemos conocer la voluntad de Dios para nuestras vidas. Él por su palabra poderosa ha creado todo lo que existe, lo sostiene y lo dirige a su meta. A la vez, él mismo es quien nos ha redimido por medio de su sacrifico en la cruz, para que nosotros podamos hoy servir a Dios con fidelidad. La revelación de Cristo Jesús nos muestra que la historia está en las manos de Dios, que cada acontecimiento proviene de su mano, y que como tal, “cada cosa nos ayudará a bien”. Que “nada nos podrá alejar del amor de Dios que es en Cristo Jesús” ni la cárcel, ni la persecución, ni la misma muerte, nos podrá separar de su amor. Hoy ya no tenemos sueños de este tipo, porque Cristo es el don del Señor para nosotros, y él nos aclara los misterios de la voluntad de Dios respecto a nuestras vidas.

-          JUZGA NUESTROS OFICIOS 9-19

El copero escuchó de buena gana la palabra de José, y volteó a ver a Dios. No podemos decir que este hombre se convirtió, pero lo que sí es verdad, es que el Señor no hecha fuera a aquellos que buscan refugio en él. Así que le contó su sueño a José. Fue muy sencillo de hecho: “En mi sueño—dijo él—, vi una vid delante de mí. La vid tenía tres ramas, las cuales comenzaron a brotar y a florecer y, en poco tiempo, produjo racimos de uvas maduras. Yo tenía la copa del faraón en mi mano, entonces tomé un racimo de uvas y exprimí el jugo en la copa. Después puse la copa en la mano del faraón.” Al escuchar José el sueño del copero, recibe del Espíritu Santo la interpretación: “En tres días volverás a fungir como copero de Faraón”. En ese momento José entiende que esta es una oportunidad para poder salir de la cárcel, para que se le haga justicia, y que así pueda otra vez estar en libertad. Tan seguro estaba de la interpretación que le dice al copero “Te pido que te acuerdes de mí y me hagas un favor cuando las cosas te vayan bien. Háblale de mí al faraón, para que me saque de este lugar. Pues me trajeron secuestrado desde mi tierra, la tierra de los hebreos, y ahora estoy aquí en la cárcel, aunque no hice nada para merecerlo.” El panadero al escuchar que José le había profetizado el bien al copero, se animó a contar su sueño: “Yo también tuve un sueño. En mi sueño, había tres canastas de pasteles blancos sobre mi cabeza. En la canasta de arriba había todo tipo de pasteles para el faraón, pero llegaron las aves y se los comieron de la canasta que estaba sobre mi cabeza.” La respuesta de José fue directa “en tres días morirás, y las aves comerán tu carne de sobre ti”. Terrible el futuro del panadero.

En este punto me gustaría poner atención a dos cosas, primero que José consideraba firmes las interpretaciones de los sueños. José sabía que los sueños del copero y el panadero eran una visión profética de lo que les sucedería. Quizá en ese momento recordó su propio sueño, aquel donde su padre, su madre, y sus hermanos se inclinaban ante él. Es decir, Dios le había dicho que tendría una posición principal entre su familia. Hasta ahora, todas las circunstancias de José van en contra de ese sueño, y sin embargo, él sigue creyendo firmemente en la revelación de Dios. Nosotros también debemos hacer así, nuestra fe es firme, las promesas del Señor son firmes, se cumplirán. Aunque todo lo que nos acontece pareciera decir lo contrario, las promesas del Señor están en camino a cumplirse. Por ejemplo, Cristo prometió que él volvería con su Pueblo. De eso hace 2000 años, y pareciera que ya lo olvidó o que simplemente nos engañó. Pero en realidad, él dejó claro que habrá señales antes de su venida. El evangelio será proclamado en toda la tierra, por eso es necesario que prediquemos día tras día la verdad de Dios, para que nuestro Señor pronto regrese. También dijo que la cultura se irá secularizando más y más, es decir, buscarán sacar a Dios de cualquier asunto humano, para entronizar sus propios anhelos e intereses. Y por último el pecado se hará tan palpable que nuestra cultura adorará a lo que conocemos como el “hombre de pecado” o “Anticristo”. Todas estas cosas las estamos viendo, por ello debemos estar seguros que nuestro Señor regresará pronto, podría ser hoy, podría ser mañana, pero debemos estar vigilantes, esperando y trabajando.

A propósito de esto último, lo segundo que me llama la atención es que el juicio de Dios cae no solo sobre nuestra vida personal, sino también sobre nuestra vida laboral. El copero y el panadero estaban siendo juzgados por el pecado que cometieron contra el faraón, aunque no se nos dice lo que esto significa, todo parece indicar que tenía que ver con sus labores. No es que el copero o el panadero no hayan hecho vino o pan de calidad, sino que se les había descubierto en un complot contra el faraón, que implicaba envenenamiento por medio de los alimentos. Tanto el copero como el panadero podían ser culpables de este crimen, y a la vez, ambos estaban bajo el escrutinio del faraón. Nuestro caso es semejante, el Señor nos ha dado muy diversos dones, y con ellos diferentes ministerios (Romanos 12, 1 Corintios, Efesios). Todas estas cosas nos las ha dado Dios para el desarrollo y crecimiento de su iglesia, es decir, para que los creyentes en todo el mundo se beneficien y contribuyamos a la venida del Reino de Dios. Tristemente, nos ocurre como en aquella parábola en la que aquel trabajador que recibió un talento, en lugar de invertirlo y hacerlo rendir, lo escondió, haciendo que el dinero perdiera valor. Cuando su Señor regresó y vio que no había conseguido ganancias, sino que hasta había perdido, le quitó el talento y se lo entregó a otro. Cuando procedemos infielmente en nuestras labores, el Señor nos quitará aquello que nos ha dado, sea mucho o sea poco, porque lo que él demanda de nosotros, en cada circunstancia que vivimos es que le honremos y seamos fieles al llamado que nos ha hecho.

-          EJERCITA LA PACIENCIA 20-23

Pasaron los tres días, y tanto el copero como el panadero salieron de la cárcel. Era el cumpleaños del faraón, y ahí en esa fiesta vindicaron al copero, y lo restituyeron a la posición que había tenido anteriormente, lo hallaron fiel. Pero al panadero lo ahorcaron, seguramente lo encontraron culpable de conspirar contra el faraón. Las profecías de José se habían cumplido. Nosotros pensaríamos que ahora vendría el momento de la restauración de José, por fin lo veríamos libre de todas las aflicciones que experimentó. Pero la escritura termina esta historia con algo muy triste: “el jefe de los coperos del faraón se olvidó de José por completo y nunca más volvió a pensar en él.” En medio de la alegría y los festejos, tenemos a un joven en la cárcel, tratado injustamente y olvidado por la única persona que hubiera podido ayudarle. Todo parecía ir pintando bien para José, ¿por qué ahora volver a darle un revés? ¿No había sufrido ya suficiente este hombre? Pero si algo nos enseña esta historia en última instancia, es que en medio del sufrimiento debemos ser pacientes y no caer en la desesperanza. Mantener la esperanza en medio del dolor es lo que nos proporciona un segundo aliento para seguir adelante. Pero nuestra esperanza, al igual que la de José, no debe ser puesta en los seres humanos, más bien debemos voltear a ver más allá de nosotros mismos. El salmo 40 nos dice “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mi, y oyó mi clamor.” Cuando somos pasados por muchas pruebas lo que estamos ejercitando es nuestra paciencia, es decir la espera en las promesas de Dios. Esas promesas que han sido muy firmes en el pasado, y lo serán también en el presente. José estaba en la cárcel, el copero nunca volvió a pensar en él, pero Dios sí pensó en José, Dios se acordó de José, así como piensa en nosotros y se acuerda de nosotros para rescatarnos: Salmo 40:17 dice “Aunque afligido yo y necesitado, Jehová pensará en mi. Mi ayuda y mi libertador eres tú; Dios mío, no te tardes”. Es maravilloso como el salmista viene delante de Dios, con una confianza absoluta, él sabe que aunque esté necesitado y afligido, aunque nadie se acuerde de él, Jehová, el Dios fiel al pacto, se pensará en él. Ahí él dirige su oración al cielo y clama “Tu eres mi ayuda y mi libertador; Dios mío, no te tardes”. Descansa amado hermano en el Señor, quien aún cuando pasemos en medio de las aflicciones, nos sostendrá y estará con nosotros.

CONCLUSIÓN

Mis amados hermanos, es necesario que descansemos en la Palabra del Señor, esta Palabra con la que el Señor ha creado todo lo que existe, es la misma Palabra que nos ha redimido, y es la misma Palabra que hoy nos habla en las Escrituras. Cuando entendemos que no solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que viene de la boca de Dios, podremos vivir en este mundo con certeza y tranquilidad. Porque todo lo que nos sucede está ordenado por Dios para su gloria y nuestro bien. Ni una sola cosa que ocurra en nuestro camino está fuera del plan de Dios para nuestras vidas, y todas ellas están ordenadas para formar en nosotros la imagen del Hijo de Dios. En medio de los sufrimientos, Dios quiere formar a Cristo en nosotros. Es decir, quiere que aprendamos a confiar como lo hizo Jesús. Quiere que aprendamos a obedecerle como Jesús en la cruz. Y quiere que pacientemente le busquemos clamando día a día, para que nos sane, restaure y bendiga. Mis amados hermanos, busquemos el rostro del Señor y descansemos en su Palabra que nos da fortaleza para el día a día.


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