Génesis 28
Pbro. Raymundo Villanueva Mendiola
BET
EL CASA DE DIOS
Jacob
ha salido del hogar paterno, sin criados, sin camellos, sin ninguna clase de
protección, ha sido enviado a buscar esposa a la tierra de sus parientes,
Harán. Su salida apresurada y sin ninguna provisión demuestra que en su padre
aún había cierto enojo. Cuando Abraham envió a buscar esposa para Isaac lo hizo
con una grande provisión, pero en el caso de Jacob, Isaac no siguió el mismo
ejemplo de su padre. Lo envió vacío, sin nada. Esaú, su hermano mayor, planeaba
matarlo, apenas Isaac muriera, vengándose de todas las cosas terribles que le
había hecho. La única persona que parecía preocuparse por él, era su madre,
quien habría de esperar el resto de su vida por volver a verlo, sin
conseguirlo. Parecía que Dios también lo había abandonado, ahora que era
expulsado de la tierra de sus padres, a un lugar lejano, porque aunque su padre
le había dado la bendición, Jehová no se le había aparecido para confirmar su
pacto con él. En esta ocasión nos concentraremos en tres cosas, el sueño que
tuvo Jacob, las Palabras que Dios le dirigió y la respuesta que Jacob dio a
este primer encuentro con Dios.
EL
SUEÑO: UNION DEL CIELO Y LA TIERA:
Tenemos
entonces a Jacob solo, avanzando hacia Harán, sí, ya con al bendición de su
padre, pero ahora sin protección ni cuidado. Su corazón está perturbado por
todos estos acontecimientos tan terribles. En el camino se puso el sol, y
providencialmente llegó a un lugar que se adaptaba muy bien para poder dormir.
Acomodó en su cabecera algunas piedras, se durmió y soñó. Y su sueño fue el
siguiente: Vio una escalinata que estaba apoyada en la tierra y su extremo
llegaba hasta el cielo. Y por esa escalera ángeles de Dios subían y bajaban. En
lo alto de la escalinata estaba Jehová. Cabe hacer mención que la escalinata se
parecía mucho a las que hay en las pirámides de Teotihuacán, o las de lo
santiguos babilonios, llamados zigurats. Estas simbolizaban la conexión del
cielo y de la tierra. La unión de la morada de los dioses y la morada de los
hombres.
Dos
cosas podemos aprender de esto, primero que Dios estaba trabajando en
re-establecer la unión del cielo y de la tierra consigo mismo. Recordemos que
originalmente toda la creación estaba puesta al servicio de Dios, bajo el
cuidado del hombre. Sin embargo por su rebelión, el hombre dirigió a la tierra
en contra de Dios, como si de un motín se tratara. Sin embargo, desde el mero
comienzo de esta rebelión, el Señor estaba trabajando, desde los más altos
cielos, para re-unir todas las cosas. De hecho este es el propósito que estuvo
oculto a lo largo de los siglos. Aunque nosotros hoy lo vemos claramente, en el
momento en que estaban sucediendo todas estas cosas, no se entendía ni se sabía
qué era lo que Dios estaba haciendo. ¿Por qué Dios destruyó el mundo en el diluvio
y a la vez lo preservó? ¿Por qué confundió las lenguas en Babel? ¿Por qué llamó
a Abraham y le prometió la tierra de Canaán y con ello un hijo? ¿por qué hizo
división entre Jacob y Esaú? Todas esas preguntas no eran respondidas del todo,
porque el propósito de la redención y de la restauración de todas las cosas,
aún estaba oculto. Aún faltaba mucho por suceder, y solo cuando vino Jesucristo
todo quedó claro (texto cumplimiento del tiempo). Dios estaba obrando (y lo
sigue haciendo) la restauración de su creación en una relación correcta consigo
mismo, pero ¿cuál es el medio para que esto suceda?
Lo
segundo que aprendemos de este sueño, es que temporalmente el Señor obraría a
través de Jacob. Si lo notas, la escalinata está a la cabecera de Jacob. Es
como si el obrar de Dios esté concentrado en él. Los ángeles suben y bajan en
su actuar constante en el mundo, por Jacob. Sí, Dios habría de obrar a través
de Jacob y su descendencia, el pueblo de Israel. A través de ellos la bendición
sería traída al mundo. Pero eso es solo un cumplimiento parcial, porque por muy
bendecido que sea el pueblo de Israel, ellos no son la bendición. La bendición
es nuestro Señor Jesucristo. Juan Calvino explica que la escalera es Cristo, y
bien podríamos aplicarlo a él, sin embargo, el centro de esta visión no está en
la escalera, sino en la persona de Jacob. Y es ahí donde se encuentra el tipo
de Cristo, en Jacob, no en la escalera. De hecho nuestro Señor Jesucristo
señala que esta porción de las Escrituras habla de él: “Y le dijo: De cierto,
de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de
Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre.” (Juan 1:51). Cristo
se vuelve la realidad de esta visión, porque aunque en Jacob tiene un
cumplimiento parcial, en Jesús tiene su plena realización. Es Jesús en quien se
concentra todo el obrar de Dios. Todo lo que Dios ha hecho al conservar el
mundo por el diluvio, al confundir las lenguas, al sacar a Abraham de entre los
caldeos, al separar a Jacob y Esaú, todo ese esfuerzo titánico, por dirigir la
historia, en la que los ángeles ciertamente tienen un papel activo, todo ello,
lo hizo para traer a Cristo Jesús. Él mismo se compara con Jacob, y dice que
toda la corte celestial está a su servicio para la redención y restauración de
todas las cosas. Fueron los ángeles quienes anunciaron su nacimiento, testigos
activos en belén, y mensajeros para los pastores. Ellos también fueron quienes
le pusieron el nombre “Jesús”. Y quienes le sirvieron en los momentos más
aciagos de su vida, le alimentaron en el desierto, le confortaron en Getsemaní,
e incluso estaban dispuestos a destrozar a sus enemigos en el momento que él lo
pidiera. Y no solo esto sino que cuando él resucitó lo anunciaron a las mujeres
y sus discípulos, y cuando ascendió prometieron que volvería. Y aún hoy, siguen
actuando en el mundo de Dios al servicio de nuestro Señor. Todo en la creación
sirve a los propósitos de Cristo Jesús, la nueva cabeza del universo. Por ello
incluso cuando hablamos de providencia, no podemos hacerlo fuera de Cristo,
como si Dios hiciera algo en el mundo y por el mundo, sin la mediación del
Hijo. El obrar de Dios está centrado en Jesús. Así lo testifica el Apóstol de
los gentiles: “dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su
beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas
en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están
en los cielos, como las que están en la tierra.” (Efesios 1:9-10). O también
“por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él
reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las
que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.” (Col.
1:19-20). La paz no podía ser alcanzada más que por la muerte de nuestro
pacificador. El cielo y la tierra no podían estar en paz con Dios, a menos que
se pagara la afrenta cometida, la rebelión, y de eta forma los rebeldes fueran
cambados en siervos fieles. La muerte de Jesús y su resurrección son el
comienzo de una nueva vida para todo el universo. Sí, mis hermanos, este mundo
de cabeza, ha sido y está siendo reconciliado con Dios por medio de Cristo
Jesús. Toda la historia humana, desde sus comienzos hasta nuestros días apunta
y se dirige a la plenitud del reino de Dios. Como dijo nuestro Señor en Apocalipsis:
“He aquí yo hago nuevas todas las cosas” (Ap. 21:5). Nada escapa a la novedad
de vida en Cristo Jesús.
EL
MEDIADOR DEL PACTO: LA FIRMEZA DE LA PROMESA
Pero
el sueño no acababa ahí. Dios mismo comenzó a hablarle a Jacob: “Yo soy Jehová,
el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás
acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el
polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al
sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente.
He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré
a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he
dicho.”
El
Señor se identifica a sí mismo como el autor del sueño, así habló a los padres
en la antigüedad, dándoles certeza de que sus promesas se cumplirían. Le dice
que él es el Dios Creador y sustentador de todo lo que existe, quien ha hecho
las promesas a Abraham y a Isaac. Él fue el que guió y movió los destinos de
estos hombres, y los puso a su servicio. Él fue el amigo de Abraham y el
protector de Isaac. Ahora, por primera vez se manifiesta a Jacob. Porque como
lo dijimos anteriormente, el reconocimiento de su padre como el beneficiario de
la promesa, no bastaba. Era necesario que Dios mismo reconociera a Jacob como
aquél que habría de poseer todas las promesas hechas a Abraham, porque aunque
tenga la bendición de su padre, si Dios no le bendice, de nada sirve. El Señor
se acerca libremente a Jacob, y me gustaría dejar esto claro, nada obliga al
Señor, lo mueve su gracia, su fidelidad al Pacto. Así pues le promete a Jacob
las mismas cosas que le prometió a Abraham y a Isaac. Le dice que Jacob no
tiene derecho ni siquiera de dormir en la tierra que está acostado, pero que él
se la dará, a él y a sus descendientes. Que sus descendientes serán como el
polvo de la tierra, así de numerosos. Y que se extenderán por toda la tierra de
Canaán. Y no solamente esto, sino que le es prometido que de su descendencia
nacerá el Cristo, el elegido de Dios. Porque en su simiente serán benditas
todas las naciones. Y ya hemos citado anteriormente al Apóstol Pablo quien nos
explica que esto hace referencia a Cristo: “No dice: Y a las simientes,
como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es
Cristo.” (Gal. 3:1seis). El es el bendito, el que habría de traer la bendición
a todas las naciones. Por medio de Cristo podemos llegar a tener la bendición y
la realidad de estas promesas. En él nos volvemos propietarios de este mundo,
porque en Él nos han sido prometidos “Cielos nuevos y tierra nueva” donde mora
la justicia.
Pero
nuestro Dios no solo le revela lo que él ya ha escuchado con anterioridad, sino
que aplica fielmente la palabra de su Gracia a la situación que Jacob estaba
viviendo. Keller explica al respecto: “Qué notable es que Dios amorosamente ha
adaptado su mensaje a las debilidades, heridas y necesidades particulares de
Jacob. Él no solo “entregó la verdad” sino que la aplicó como un medico, padre
y pastor, para asegurar, sanar y edificar.” Esto en referencia a que Jacob se encontraba
completamente destrozado en ese momento. Recordemos lo que dije al principio,
un hombre expulsado de su hogar, de la protección de su gente, amenazado de
muerte por su hermano, y alejado de su madre, la única persona que se
preocupaba pro él, ¿Qué podría ser de él ahora? ¿Qué seguridad tenía Jacob? Así
nos sentimos muchas veces ¿no es así? Porque aunque creamos en Dios y confiemos
en su gracia, a momentos nos vemos completamente desamparados, y creemos que
nadie está de nuestro lado, que todos están contra nosotros y que nada puede
darnos esperanza. En otras ocasiones, como en nuestros tiempos, vemos que la
obra de Dios estuviera desapareciendo. Pero ahí es donde el Señor nos dice: “He
aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a
traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he
dicho”. Dios le está diciendo a Jacob que Él está de su lado, él tiene su
favor. No le dice que estuvo con él o que estará con él, le dice: “estoy
contigo”. Nos recuerda las palabras de nuestro Señor hacia nosotros “Yo estoy
con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Hay un consuelo tremendo en
saber que Dios está a nuestro favor, y está con nosotros en medio de nuestros
dolores y aflicciones, porque en Cristo estas promesas se vuelven para
nosotros. También le dice “te guardaré por dondequiera que fueres y volveré a
traerte a esta tierra”. Esta frase debe entenderse de acuerdo a los propósitos
de Dios, es decir, el Señor no promete guardar a Jacob de todo mal que pueda
sucederle, sino que promete guardarle para traerle de regreso a la tierra
prometida. El mal que él pueda experimentar en el camino es para formar en él
lo que se espera que sea como cabeza del pacto. Incluso de nosotros, nuestro
Señor nos dice: “Mas seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y
parientes, y amigos; y matarán a algunos de vosotros; y seréis aborrecidos de
todos por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.”
Pareciera hasta contradictorio, porque en una sola frase nos dice literalmente
que habrá a quienes nos matarán, y a la vez “ni un cabello de vuestra cabeza
perecerá”. Esta supuesta contradicción se resuelve cuando pensamos en que el
propósito de todo lo que sucede en nuestras vidas es manifestar el reino de
Dios en la historia. Toda nuestra vida, tanto lo bueno como lo malo, apunta al
gobierno constate del universo en Cristo Jesús, para traer la gloria y la honra
de Dios. En medio de esas situaciones malas, el Señor nos guarda para su Reino.
¿Quién
puede hacer una obra tan grande? ¿Jacob? ¿Nosotros? Únicamente Dios. Por ello
el mismo se compromete a llevar hasta el final a Jacob, y en él a nosotros.
Escucha sus palabras: “porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he
dicho”. Esta última frase nos habla de la incondicionalidad de la promesa. Dios
no le dice a Jacob “si haces esto yo estaré contigo”, más bien, le dice “yo
puedo y lo haré por ti”. Así de grande e incondicional es el amor de Dios. De
hecho el caminar de Jacob en Harán y ya en la tierra prometida no será
sencillo, pero en todo ese caminar Dios le guiará, le sostendrá, y le enseñará,
porque el hombre no puede por sí mismo, necesita al Dios todopoderoso.
Necesitamos su Gracia, su bondad, su amor. Y qué maravilloso es saber que
nuestros más grandes errores no podrán acabar con la obra de Dios en y por
nosotros.
EN
EL MUNDO DE DIOS
Jacob
despierta en medio de la noche perturbado, más bien aterrado, y confiesa que
Jehová está en ese lugar y que dicho lugar es casa de Dios y puerta del Cielo.
Volvió a dormir, y al levantarse temprano por la mañana tomó una de las piedras
(De 2 metros de alto) y la levantó como una señal de lo que había acontecido,
derramando aceite sobre ella. Llamó a ese lugar Bet-el que quiere decir Casa de
Dios. E hizo un voto en respuesta a la revelación divina: “Jehová será mi Dios,
y todo lo que soy y lo que tengo le pertenecen a él”
De
este acontecimiento aprendemos también dos cosas, primero que Jacob tuvo una
conciencia profunda de la presencia de Dios. Este estar consciente de la
presencia de Dios en su vida produjo en él Temor. Y este temor, es el que
impulsa al hombre a reverenciar a Dios. No un temor al daño, no un temor al
castigo, sino un corazón sujeto al que domina nuestras vidas. Temor, quiere
decir, no querer ofender ni con el pensamiento, al objeto de nuestra adoración.
Jacob reconoce que él no está en un simple paraje, más bien en la misma
presencia de Dios. Muchas veces nosotros cantamos “Dios está aquí” y lo hacemos
en un tono romántico, cuando eta convicción no es la de una novia que tiene a
su novio a un lado, sino la de un siervo que está delante de su amo. Toda su
voluntad, toda su vida, está al servicio total de su Amo. Y eso somos nosotros,
siervos de Dios. Sí, no cabe duda, él es también el que nos ama por encima de
todo, como ya lo hemos dicho, pero precisamente ese amor, produce en nosotros
el reconocimiento de su poder y divinidad. Todo creyente debería poder decir
como dijo Elías: “vive Jehová, en cuya presencia estoy” (1 Rey. 18:15) o como
Jonás: “Y él les respondió: Soy hebreo, y temo
a Jehová, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra.”
(jon 1:9). Toda nuestra existencia debe estar condicionada por esta verdad:
ESTOY ANTE EL ROSTRO DE DIOS TODO EL TIEMPO.
Lo
siguiente que aprendemos de este voto es que toda la vida, para que agrade al
Señor, debe estar consagrada a él. Jacob ungió la piedra con aceite, en muchos
lugares de las Escrituras este acto simboliza la consagración de las cosas para
la adoración de Dios. Y en último término simboliza la unción del Espíritu
Santo sobre su pueblo, y así sobre toda la creación. En aquél tiempo Jacob
afirmaba que Dios estaba literalmente en Bet-el, por eso le llamó así, la casa
de Dios. Y los israelitas adoraron también ahí, aunque posteriormente se
convirtió en un lugar de deshonra para Dios. Muchos cristianos adjudican a un
lugar la adoración a Dios, es decir, lo que llamamos templo. Pero la realidad
es que desde la venida del Espíritu Santo ya no hay un solo lugar en el cual
Dios deba ser adorado, sino que Él es honrado y adorado en cada actividad que
realizamos, incluida la eclesiástica. Calvino explica lo siguiente: “En el
mundo todo es profano si está destituido del Espíritu de Dios. Ninguna
adoración a Dios puede ser aceptable sin la santificación del Espíritu Santo.” Nada
podemos ofrecer a Dios que no haya sido comprado por Cristo, y nada hay en este
mundo que no haya sido comprado por Cristo. Todo ha sido redimido, y por la
presencia del Espíritu Santo en medio de nosotros toda nuestra vida y nuestros
actos pueden y son medios de adoración a Dios. Incluso su dinero Jacob lo
consagra por medio del diezmo. El diezmo simboliza una entrega total a Dios,
porque con ello estamos diciendo que nuestro sostén no está en el recurso
económico que podamos tener, sino en la provisión divina y en su cuidado
constante.
Jacob
entiende que toda su vida está ante el rostro de Dios. Pero una cosa es
entenderlo, y otra muy diferente vivirlo, por eso Jacob respondió a esta
revelación divina, confesando que toda su vida la viviría de ahí en adelante
ante el rostro de Dios. Él sabe que Dios cumplirá su promesa, que él es fiel, por
ello dice “Jehová será mi Dios”. Y toda su vida, desde la comida, el vestido,
el cuidado y la protección, todo está ordenado bajo la soberana mano del Señor,
y Jacob lo entiende. ¿Lo entendemos nosotros?
¿No
nos cuesta acaso entregarnos a esta fe? Esperamos con ansias la quincena, para
después blasfemar por el paupérrimo pago que recibimos. Otros tantos, de manera
infiel, quitan el diezmo, porque lo necesitan con urgencia, para pagar sus
deudas, producto de la avaricia, que es idolatría. Otros en lugar de vivir ante
el rostro de Dios, viven como si Dios no existiera, y como si él no tuviera
interés alguno en sus trabajos. Otros más en su necedad, piensan que a Dios
solo se le sirve en la iglesia, ¿qué estarán haciendo ahora que no hay cultos?
¿Cómo servirán al Señor estos pobres? Pero no eres mejor, tú que desestimas el
culto, haciendo gala de tu gran trabajo fuera de la iglesia, dejando de tener
comunión con tus hermanos, y así con Cristo. porque, ¿cómo puedes decir que
amas a Cristo si desprecias a su Iglesia, su esposa? Es necesario que
entendamos que este mundo, es la casa de Dios. Y que en la plenitud de los
tiempos, será el lugar donde Dios habitará en medio de su pueblo.
"He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios". Apocalipsis
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