Genesis 37
Pbro. Raymundo Villanueva Mendiola
La
historia de hoy comienza hablándonos sobre el asentamiento de Jacob en la
tierra prometida. ¿se han fijado que cuando la escritura dice “esta es la
historia de Jacob” termina hablando de sus hijos? Fue lo mismo con Isaac,
porque ahí se nos habló de Jacob y Esaú. Ya han pasado algunos años, y los
hijos de Jacob se encargan de los rebaños. José era un jovencito de 17 años,
seguramente sus hermanos mayores, los hijos de Lea, le hacían la vida
imposible, heredando el conflicto que existió entre Lea y Raquel. Pero Jacob
trató de remediarlo colocando a José junto con los hijos de Zilpa y Bilha. Pero
José no era un santo tampoco, era, como diríamos hoy, un chismoso. Iba a
decirle a su padre toda la mala fama de ellos. A veces vemos a los personajes
bíblicos como héroes impolutos, gente que no hace ningún mal, pero José también
es pecador, es como cualquiera de nosotros. ¿Qué es lo que lo hace especial? En
sí mismo nada, solamente la elección de la gracia de Dios sobre él.
Pero
José era amado profundamente por su padre, por ser el penúltimo hijo que tuvo.
A tal grado lo amaba que le hizo una túnica. Podríamos pensar que una túnica
era algo bueno, pero en realidad esta no era una vestimenta de trabajo, era una
vestimenta de príncipes y reyes. Según Von Rad esta túnica “era un lujo solo
para los que no tenían que trabajar”. Porque aunque fuera puesto con los hijos
de Bilha y Zilpa, su condición entre ellos era sobresaliente, su padre casi lo
estaba nombrando heredero. Esto lo vieron sus hermanos y no pudieron tolerarlo.
Así que cuando vieron el favoritismo de Jacob por José, lo aborrecieron
profundamente y cada cosa que decía José la tomaban a mal. José por un lado era
el hombre más amado en esa familia, porque su padre lo amaba más que a todos
sus hermanos. Y a la vez, él era el más odiado por todos sus hermanos. ¿Cómo
puede existir tanto el amor como el odio por una sola persona? José fue amado
pero también odiado. Podemos quizá culpar a Jacob, como si él hubiera provocado
que sus hijos odiaran a José. Debemos condenar el favoritismo de Jacob por uno
de sus hijos, especialmente porque dicho favoritismo solo proviene de ser el
hijo de su vejez. Pero creo que el centro no es Jacob y lo que él hizo, sino lo
que hicieron los hermanos de José en respuesta al amor de su padre. Los
hermanos de José no aceptaron que fuera amado por su padre, y decidieron no
amarlo, sino aborrecerlo tomando una actitud negativa hacia él. ¿Por qué
enojarse con José y no con Jacob? El joven de 17 años no tenía la culpa del
amor libre y abnegado de su padre. Él solamente es un beneficiario de ese amor.
La actitud correcta de sus hermanos, debió ser la de amar a su hermano. Los
padres deben ser cuidadosos de no provocar disensión o pelea entre sus hijos,
pero entre los hermanos el mandato también es que se amen mutuamente. Lo que
vemos aquí es el antiguo espíritu de Caín que se está levantando otra vez,
porque Caín aborreció a su hermano y lo despreció hasta matarle. Aun en medio
del pueblo de Dios se pueden encontrar tales sentimientos de aborrecimiento por
causa del amor de un padre o superior. ¿Cuántas relaciones laborales, de
amistad o incluso de pareja, se han roto por creer que hay algún tipo de
favoritismo por alguien más?
¿Puede
alguien ser aborrecido aún más todavía? La expresión “aborrecer” es la
expresión máxima del odio, pero la Escritura nos dice que efectivamente José
fue aborrecido aún más por sus hermanos. Y todo debido a dos sueños. El día de
su primer sueño juntó a sus hermanos y les contó que al estar trabajando atando
manojos, su manojo se puso en medio, y los manojos de ellos se inclinaban
alrededor del suyo. Ellos entendieron inmediatamente “ese insolente chamaco
cree que será nuestro rey, cree que será el heredero de todo y que nosotros nos
inclinaremos ante él”. José no guardó esos sueños en su corazón, los comunicó
con la soberbia de la juventud y la ambición de un muchacho que se ve
despreciado. Pero no fue el único sueño, sino que ahora había soñado que el sol
y la luna y once estrellas se inclinaban ante él. Se lo contó primero a sus
hermanos y después, una vez más a sus hermanos pero ahora con su padre
presente. José era un joven imprudente y un tanto soberbio, y su padre lo
reprende, porque toman estos sueños como imaginaciones de su corazón soberbio.
Su padre le dice: “hay limites ¿sabes? Una cosa es que tus hermanos se inclinen
ante ti, pero otra muy diferente es que digas que yo y tu madre lo haremos. No
seas insolente muchacho, ten más respeto.” Culturalmente son los hijos quienes
se inclinan ante sus padres, no los padres hacia los hijos. El odio de sus
hermanos creció aún más. Pero su padre meditaba en eso. Si Jacob había
aprendido algo en su peregrinar es que lo sueños, en ese momento histórico
específico, eran revelaciones de Dios. Hoy muchos se escudan en estos textos
para decirnos que Dios les habló por medio de sueños, pero para nosotros, en
estos tiempos, ya no necesitamos esos sueños, la certeza más grande que tenemos
son las Sagradas Escrituras que el Espíritu Santo ha inspirado. En ellas
encontramos toda la revelación de Dios respecto a lo que debemos creer y cómo
debemos vivir. Debemos estar prevenidos de otro mal entendido, y es la idea
humanista de que “Dios ha puesto sueños en ti y nada te podrá separar de ellos
y tu destino”. En la serie que recién se estrenó “Loki” podemos escuchar del
“glorioso propósito”, ahí se nos habla de un hombre al que le han hecho creer
toda su vida que tiene un glorioso propósito, el de gobernar el mundo y el
universo si es posible. A nosotros también nos han hecho creer que tenemos un
glorioso propósito centrado en nosotros mismos. Pero la realidad es que nuestro
sueño y nuestro glorioso propósito es hacer que la gloria de Dios se vea
dondequiera que estemos. Estos sueños que tuvo José no se dice que los haya
enviado Dios, sin embargo es un hecho que así fue, porque estos encuentran su
cumplimiento cuando en Egipto s familia entera se inclina ante él. Notemos algo
muy importante, José está siendo señalado por Dios como la cabeza de la
familia, aquél que dentro de los propósitos redentores tiene una labor central.
Pero de esa labor hablaremos en otros sermones. Por ahora el Señor deja claro,
por lo menos para nosotros, que Él ha elegido a José para dirigir la familia de
su padre en el desarrollo e implementación de la historia de la redención. José
está puesto para gobernar a su gente. Lo que los hermanos preguntan con ironía
es una gran realidad “Tú reinarás sobre nosotros”.
Jacob
ahora envía al joven José a buscar a sus hermanos e informarle sobre el rebaño
y lo que están haciendo. Ellos están en Siquem. Lo envía allá pero no los
encuentra, un habitante de la región le dice que están en Dotán, así que se
dirige para encontrarse con ellos. Ya en otro momento habías hablado de la influencia
de Canaán y la ciudad de Siquem sobre los hijos de Jacob, y este es otro
ejemplo de que aún estando separados por miles de km, ellos siguen buscando la
convivencia y el compañerismo con los no creyentes, hombres y mujeres que
desprecian el pacto del Señor. No es de extrañar que cuando lo ven a lo lejos,
“conspiraron contra él para matarle” (18). Y se dijeron uno al otro “He aquí
viene el soñador, Ahora pues, venid, y matémosle, y echémosle en una cisterna,
y diremos: alguna mala bestia lo devoró; y veremos qué será de sus sueños”.
Quiero que noten bien, el motivo detrás de este complot de asesinato, ya no es
el amor de su padre, son los sueños. Esto lo digo porque a veces pensamos que
el problema fue el consentido Jacob, peor lo que hay aquí es incredulidad y
sobre todo envidia. Jacob seguramente les contó una y otra vez acerca del sueño
en Betel, y de cómo Dios le hizo saber que él era el elegido para seguir con el
pacto. Cada uno de ellos quería ser el siguiente que soñara con Dios. Pero no
le fue dado a ninguno de ellos, solo a José. Dios lo había señalado, lo había
escogido y estaba haciendo que se distinguiera entre sus hermanos. En lugar de aceptar
gozosos al señalado por Dios, lo rechazaron y ahora planean matarlo, porque no
quieren que se cumplan sus sueños. No quieren ser quienes se inclinen, sino
quieren ser aquellos ante los que se inclinen. Todos nosotros somos como los
hermanos de José, queremos ser los que reciban las alabanzas, los aplausos y
los reconocimientos, queremos ser los que guíen a la victoria, o a la
prosperidad a la familia. Queremos ser recordados como los grandes
benefactores. Pero el que dispone todas estas cosas es nuestro Dios. Matar a
José sería el fin de sus sueños, pero también el fin de Rubén. Rubén sabía que
si José desaparecía su padre estaría completamente desconsolado, y pienso que
al tratar de salvarlo quiso recuperar su posición de liderazgo en la familia y
congraciarse con su padre, por el acto tan vil con la concubina de Jacob. Así
que en lugar de matarlo, él propone que solo lo echen en una cisterna, para
después, secretamente, ir a rescatarlo. Así lo hacen y le despojan de la túnica
de colores que su padre le había dado.
Rubén
se fue a cuidar los rebaños y entre tanto él volvía sus hermanos volvieron a
conspirar contra José. ¡Cuánto debe ser el odio para que minimicemos y veamos el lado positivo de vender a alguien
como esclavo! Judá, de quien habría de venir el Cristo, propone vender a José.
Pasaban por ahí los ismaelitas y los madianitas, quienes se dedicaban al
comercio de cosas y personas, y sus hermanos lo vendieron. 20 piezas de plata
era el costo de un esclavo, y se llevaron al joven de 17 años a Egipto. Rubén
regresó y vio que el muchacho había desaparecido ¿ahora qué voy a hacer? Como
hermano mayor se sentía responsable. Así que el complot se volvió más real,
había que encubrir este acto tan terrible de vender a su hermano, su propia
sangre, como esclavo. Tomaron su túnica, símbolo del amor de su padre, y la
llenaron con sangre de un cabrito. La llevaron a su padre, y él al verla, la
reconoció y dijo: “Una bestia ha devorado a mi hijo, José ha sido despedazado”.
Su corazón se entristeció profundamente, su hijo, al que más amaba había sido
despedazado pro una fiera, su más grande tesoro simplemente se había ido. Y
quizá, en lo profundo de su corazón, se culpaba, por haberlo enviado a buscar a
sus hermanos. Por eso rehusó el consuelo que le podían dar sus hijos e hijas
“Me voy a morir con luto en mi corazón”. Entre tanto, a miles de kilómetros,
José era vendido en Egipto a Potifar, capitán de la guardia de Faraón.
En
esta historia no solamente estaba José y sus hermanos, también se encontraba el
espíritu de Cristo dándose a conocer mucho antes de aparecer en la historia.
José en muchas cosas apunta a la vida de nuestro Señor Jesucristo. Jesús es el
Hijo de Dios, su único Hijo, al que más ama: “Este es mi hijo amado en el cual
tengo complacencia”. Esto no lo dijo de nosotros, lo dijo de Jesucristo. Él es
el Hijo amado de Dios, en el cual Él se complace. Nosotros podemos ser llamados
hijos de Dios si amamos lo que Él ama, a su Hijo, Jesucristo. “El que me ama,
mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada
con él” (Juan catorce:23). Amar lo que Dios ama es lo que nos dará la vida
eterna, y aquello que Dios ama es a su único Hijo. Pero no amamos a su Hijo, más
bien, nos comportamos como aquellos labradores malvados que cuando vieron al
hijo del señor de la viña, su amado hijo, dijeron: “Este es el heredero; venid,
matémosle, y la heredad será nuestra” (Marcos 12:7). A José lo quisieron matar
sus hermanos, pero no se atrevieron, sino que lo vendieron pro 20 monedas de
plata, en cambio a nuestro Señor Jesucristo no solo lo vendieron sus hermanos
judíos por 30 monedas de plata, sino que también lo mataron crucificándole.
Nosotros también, al igual que ellos, traicionamos y vendemos a nuestro Señor,
por unas cuantas monedas, por prestigio, por placer, por la familia o las
amistades, por las riquezas de este mundo y nunca estamos dispuestos a servirle
con fidelidad. Preferimos 30 monedas de plata en lugar de amar a nuestro Señor
por encima de todo. Pero Cristo no es un perdedor. Cristo ha salido victorioso,
en medio de las traiciones, y muchas vejaciones que sufrió, Él no dejó de ser
el señalado por Dios, el amado Hijo de Dios, y tampoco dejó de prodigarnos su
amor. Por eso, mis amados hermanos y amigos, nosotros también debemos estar
dispuestos a recibir el dolor y la aflicción, el desprecio de nuestros
semejantes, cuando el sueño de Dios viene a nuestros corazones. ¿Cuál es el
sueño de Dios Pastor? El mismo de José: Que todos se inclinen ante Cristo
Jesús. Al inclinarnos nosotros, y al invitar a otros a inclinarse ante Cristo,
nos rechazarán, se burlarán, e incluso nuestros hermanos no entenderán y dirán:
¿Cómo puedes hablar de una política cristiana o de una economía cristiana, o de
matemáticas cristianas? Las matemáticas son las mismas aquí y en china, porque
no entienden aún que el Señor al que servimos no es solo un Señor de domingo,
sino el Soberano Señor de cada día, cada actividad, cada lugar, que existe.
Todo es de él y para él. Sí, Dios ha puesto un sueño en nuestros corazones, y
nada nos detendrá hasta que veamos cumplido ese sueño, que es también el de
Dios: Ver a todos y a todo sujeto a Cristo Jesús nuestro Señor.
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