Génesis 32:22-32
Pbro. Raymundo Villanueva Mendiola
Jacob
ha orado al Señor, ha apelado a las promesas que le fueron hechas en Betel, y
en concordancia con ello ha tomado las precauciones debidas, enviando regalos
para su hermano, a fin de que encuentre buena voluntad cuando lo vea. Después
se fue a dormir, en el transcurso de la noche, tomó a su familia, sus hijos y
esposas y les hizo cruzar el vado de Jaboc, que, aunque es descrito como un
arroyo, es en realidad una zona muy difícil de pasar. Por ello Jacob se queda
en la parte más alta para vigilar y dar orientaciones. Una vez que todos pasan,
se queda completamente solo. En el texto hebreo hace énfasis en esto: “él
estaba solo pero un varón luchó con él”. ¿Quién era este “varón”? ¿un enviado
de Esaú su hermano? ¿Un ladrón nocturno? ¿O un espíritu que le asechaba? En la
cosmovisión del momento muchas eran las opciones, de principio no sabía quién
era, pero alguien luchaba contra él. Alguien se oponía a él. Para nosotros es
claro quién era el que se oponía a Jacob, era Dios mismo, puesto que en los
últimos versículos deja claro que así fue. De ahí que nos preguntemos, ¿Por qué
el Dios que le había dicho “te haré bien” lo estaba atacando tan violentamente?
La Escritura declara que este varón estuvo luchando con Jacob toda la noche
hasta que rayaba el alba. ¿por qué tal oposición de parte de Dios? El texto en
sí no nos lo explica, y ha habido muchas explicaciones al respecto, Calvino
comenta que Dios está mostrándole a Jacob que tendrá muchas luchas y
tentaciones en la tierra prometida y que la única manera de salir victorioso es
con Dios de su lado. Keller explica que muchas veces cuando los hombres piden
paz, Dios les dan conflictos para ejercitarles en la búsqueda de la paz. Por
otro lado, Von Rad explica que esto sucede para dejarle claro a Jacob que su
victoria sobre todo es segura. Sin embargo, hay otro grupo de exegetas que se
inclinan a pensar que Jacob estaba siendo confrontado por Dios por sus pecados.
Pienso que esta es la posición más cercana a la realidad ya que hace referencia
a Oseas 12:2-4 “Pleito tiene Jehová contra Judá para castigar a Jacob conforme
a sus caminos; le pagará conforme a sus obras. En el seno materno tomó por el
calcañar a su hermano, y con su poder venció al ángel, venció al ángel, y
prevaleció; lloró y le rogó; en Bet-el le halló, y allí habló con nosotros”. En
este texto paralelo nos explica que hay una confrontación de Dios contra Judá
por el pecado, y que esa confrontación es semejante a la que tuvo Dios con
Jacob. Dios está contra Jacob y su pecado, le ha salido al encuentro para
atacarlo porque él no puede tolerar el pecado en su campamento, en su tierra. Dios
ha tratado a Jacob con gracia, es decir le ha proporcionado todo aquello que no
merece. Jacob ha engañado, robado, hecho fraude, y suplantado identidades, ha
despreciado a sus esposas, y ha realizado acciones que no glorifican el nombre
del Señor, aun así el Señor le ha tratado con misericordia. Pero Jacob no debe
pensar que sus pecados pueden ser pasados por alto, más bien, ahora que regresa
a la tierra prometida él debe ordenar toda su vida de acuerdo a la voluntad de
Dios. El Señor no tolerará en Jacob ni en su pueblo una vida disoluta y
pecaminosa. Más bien, cuando se trata de nuestro pecado, será nuestro principal
acusador y adversario. El Señor mismo se levanta contra nosotros y ¿quién será
el hombre o mujer que pueda permanecer de pie delante de su ira? (Salmo 76:7).
No hay forma de escapar, el Salmo 139 nos lo deja claro: “¿A dónde me iré de tu
Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?... Si dijere: Ciertamente las tinieblas
me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aún las tinieblas no
encubren de ti, y la noche resplandece como el día; Lo mismo te son las
tinieblas que la luz”. Cuando Dios ha decidido ir contra nosotros nada nos
puede ayudar a escapar de su ira. Él nos ataca como lo hizo con Jacob. Nuestro
sentido de indignidad es tremendo, porque sabemos que hemos pecado contra Dios
en muchas formas, sea por nuestra negativa a reconocerle como Dios, o por la
violencia que hacemos muchas veces contra nuestro prójimo. La escasez del agua
es producto principalmente del uso irresponsable de este buen recurso que Dios
nos da. La violencia contra la mujer, los niños y los desprotegidos, clama a
los altos cielos por justicia. Hace unas semanas se hizo viral la noticia de
unos niños que se unieron a la policía comunitaria en el estado de Guerrero,
debido a la ineficacia del gobierno para hacer justicia a viudas, huérfanos e
indígenas desplazados por la violencia en sus comunidades. El Señor ha dicho “A
ninguna viuda ni huérfano afligiréis. Porque si tú llegas a afligirles, y ellos
clamaren a mí, ciertamente oiré yo su clamor; y mi furor se encenderá, y os
mataré a espada, y vuestras mujeres serán viudas, y huérfanos vuestros hijos” Éxodo
22:22-24. Es el Señor quien viene a nuestro encuentro cuando hacemos injusticia
en su mundo y despreciamos el pacto que él ha establecido. ¿A qué podemos
recurrir cuando Dios mismo se ha puesto en contra de nosotros?
EL
DIOS DERROTADO
El
varón que estaba peleando con Jacob vio que “no podía con él” y recurrió a un
ataque directo para incapacitar a Jacob, la escritura afirma que le tocó en el
sitio del encaje del muslo, es decir, el nervio ciático, y se descoyuntó el
muslo de Jacob mientras con él luchaba. Esto hubiera sido suficiente para poder
dejar en el suelo a cualquiera de nosotros. Fue en ese momento en que Jacob
supo que con quien estaba peleando no era cualquier varón, era Dios mismo.
Quizá ahí también comprendió que su pelea no había sido contra Esaú, Labán, o
Isaac su padre, sino contra Dios mismo, buscando y luchando día tras día por su
bendición. Dios mismo era quien se había puesto en su contra. Pero como dijo
nuestro Señor, no puedes nada contra la verdad, sino por la verdad (2 Cor. 13:8).
El Señor le dijo: Déjame porque raya el alba. Pero Jacob se aferró y aprisionó
a Dios entre sus brazos, y como lo describe Oseas, algo que no aparece en
Génesis: Jacob lloró y le rogó al Señor. Vemos a un Jacob corpulento y
poderoso, tratando de aferrarse al Señor en medio del dolor que le ha infligido,
llorando y suplicando: “No te dejaré, si no me bendices”. ¿Por qué Jacob se
atrevió a hacer esto? Es más, como pregunta Von Rad: ¿Por qué Dios se dejó
violentar por la impetuosidad de Jacob? Jacob puede clamar de manera tan
patética porque él sabe algo: “a pesar de su pecado se aferra a Dios, porque
sabe que Él es fiel a sus promesas”. Y Dios le había dicho que le haría bien, y
lo volvería a traer a la tierra de sus padres para darle las promesas firmes a
Abraham. Jacob tenía una ventaja, y era que Dios mismo había dado su palabra, y
a esa palabra se aferró Jacob. En palabras de Keller es como si Jacob dijera:
“No te dejaré hasta que tenga tu bendición y presencia permanente en mi vida”.
Pero lo que es aún más cierto es que el Señor le había prometido a Jacob en
Génesis 28:15 “He aquí yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que
fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya
hecho lo que te he dicho”. Cuando el Señor se vuelve contra nosotros por nuestros
pecados, al igual que con Jacob lo único que tenemos es la promesa del Señor de
que nada nos separará de su amor, porque ese amor nos lo ha dado en Cristo
Jesús, nuestro Dios.
Como
bien sabes también Dios se puso en contra de un hombre, Jesucristo, su Hijo.
Cristo Jesús fue “herido de Dios y abatido” (Isaías 53), porque, aunque no
había cometido pecado nuestro Dios “cargó en él el pecado de todos nosotros”
(Is. 53). Al que nunca había cometido pecado, por nosotros se hizo pecado (2
Cor. 5:21). El es quien experimentó la total ira de Dios en aquella cruz,
aunque a diferencia de Jacob él no tenía absolutamente ninguna promesa del
Señor, él no se pudo aferrar a esa promesa, él debía ser completamente perfecto
ante su Padre, y lo fue “porque él fue tentado en todo, pero jamás pecó” (Heb.
4:15). En la cruz nuestro Señor clamó “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has
desamparado? El Redentor experimentó la ira completa del Señor, ya no sintió su
amor, Jacob a pesar del dolor del muslo podía sentir el amor divino, pero
Cristo en la cruz solo sintió la aflicción y el dolor, el infierno en vida, y
las llamas ardientes de la condenación eterna. Ese sacrificio, hecho en nuestro
lugar, es la condición, el fundamento que él ha establecido para que nosotros
hoy podamos acercarnos al Señor libre y confiadamente. Es a través del
sacrificio de nuestro Señor Jesucristo que hoy nosotros vamos ante el trono,
suplicando y llorando por perdón, confiados y sabidos de que Dios tiene una
buena voluntad hacia nosotros, porque Él quiere hacernos bien. Sanarnos,
limpiarnos de nuestros pecados, y purificarnos de toda maldad. Por eso nuestro
Señor resucitó, porque con su muerte nos otorgó el perdón, pero con su resurrección
garantizó nuestra vida eterna. Hoy amados hermanos, cuando el Señor viene
contra nosotros por nuestro pecado, no tenemos que luchar como Jacob, ni
experimentar el abandono como Cristo, sino que por Jesucristo hoy podemos
recibir el perdón y la bendición divina.
LA
BENDICIÓN DE SU PUEBLO
Lo
siguiente que encontramos es a Jacob siendo bendecido por el Señor. El varón le
pregunta a Jacob ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Esta pregunta en el
contexto hebreo era equivalente a decir hoy ¿Quién eres tú? Porque el nombre de
alguien en la cultura hebrea era una descripción de la persona, su ser más íntimo,
quién es realmente. Era pues una pregunta existencial. Respondió su nombre, soy
Jacob, y su nombre quería decir “el que engaña, suplanta, el que toma por el
pie”. Jacob está siendo obligado a reconocer quién es en realidad, quién es
Jacob delante de Dios, un engañador, el que ha querido pasar por el elegido,
quien ha recibido la bendición de su padre, pero nunca la divina, el que ha
encontrado esposa, pero no ha alcanzado la benevolencia de Jehová, Jacob, el engañador,
el suplantador, el que sabe sacar ventaja de una situación, como la de un plato
de lentejas. Jacob, un hombre cuyo nombre es sinónimo de fraude, estafa y
simulación. Pero hoy, ante el Dios derrotado por su promesa, Jacob es desarmado
completamente, y descubierto en su verdadero ser.
Pero
oh maravillosa gracia, porque cuando nos humillamos él nos enaltece. Cuando
reconocemos quiénes somos nosotros y que nos encontramos desnudos, miserables,
pobres y ciegos, sin ninguna esperanza, cuando dejamos de luchar y rendimos
nuestro ser a sus promesas, él nos recubre y nos viste. Cubre nuestra vergüenza
para que podamos estar ante su trono con dignidad. Pero no una dignidad nuestra,
sino la suya. Porque, así como Cristo nos ha sustituido en el juicio divino, también
imputa en nosotros lo que Cristo hizo. Y toma las obras de Cristo y las cuenta
a nuestro favor. Porque esa es la imputación, que, aunque somos culpables,
somos declarados justos, porque otro ha tomado nuestro lugar, y ese es
Jesucristo.
De
ahí que el Señor le diga: “No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel, porque
has luchado con Dios y con los hombres y has vencido”. Israel quiere decir,
príncipe de Dios o el que lucha con Dios. Y lo que vemos aquí es que a Jacob le
es dada una nueva identidad. Ahora su identidad no está en su pasado de engaño
y suplantación, hoy por fin obtiene lo que toda su vida ha luchado por tener,
la bendición de Dios. Y no la obtuvo por su lucha, sino por la gracia, como un
don inmerecido. Así nosotros, todos los que hemos creído al mensaje de la
muerte y resurrección de Cristo hemos alcanzado la misericordia de Dios. Hace
rato preguntábamos ¿A qué podemos recurrir cuando Dios mismo se ha puesto
contra nosotros? La respuesta es a Dios mismo. Porque ahora quien ha creído al
anuncio de nuestro Señor tiene un nuevo nombre, ya no te llamas mexicano,
tampoco hombre o mujer, machista o feminista, homosexual o heterosexual, tienes
un nombre nuevo, tu nombre es “cristiano”. Y ese nombre te ha sido dado por el
Señor, porque perteneces a Cristo, perteneces a Jesús y él define toda tu vida,
tus relaciones, trabajos, creencias, y actividades. Todo es por él y para él.
Somos cristianos y con eso nos basta.
También
a Jacob, ahora Israel, se le dijo: “has vencido”. Hoy también nos dice esto el
Señor: “Antes en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquél
que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles,
ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni
lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que
es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:37-39). Somos más que vencedores,
vencemos sobre toda cosa creada, porque absolutamente todo lo que hay en este
mundo, servirá para asegurarnos y nunca separarnos del amor de Dios en Cristo
Jesús. Lo tenemos seguro hermanos, el amor de Dios es seguro. Yo puedo
decírtelo fácilmente y escúchalo bien: ¡DIOS TE AMA! ¿cómo lo sé? Dio a su
propio hijo, lo que él más amaba, por amor a ti. Y si dio a su hijo, ¿Cómo no
nos dará todas las cosas? Su amor es seguro. Escúchame bien hermano, escúchame
bien hermana, amigo que nos visitas: DIOS TE AMA y nada va a cambiar eso,
porque Cristo hoy está en los cielos intercediendo a nuestro favor.
CONCLUSIÓN
Peniel,
“vi a Dios cara a cara y viví”. Esa es la gran verdad del cristiano, Cristo
tomó esa tarea sobre sí. Él fue quien vio a Dios cara a cara y no vivió, de hecho,
murió. Jacob no murió, porque Dios tuvo misericordia de él. Pero para Cristo no
hubo misericordia. Para Cristo hubo juicio, justicia e ira. Pero cuando pagó
nuestra deuda, después de estar 3 días en el sepulcro se levantó, y volvió a
vivir, rotos los poderes de la muerte, hoy vive para Dios intercediendo por
nosotros para que busquemos su rostro día tras día. Y no solo esto, también
trayendo esa reconciliación que él consiguió a todas las esferas de la vida.
Ahí donde el gobierno no está trayendo justicia, el llamado de la Iglesia es a
poner el dedo sobre la llaga para que los gobernantes hagan lo propio. Ahí
donde hay violencia contra la mujer y los niños, la Iglesia debe traer
seguridad y paz. Y ahí donde los hombres no tienen sustento, la iglesia debe
llevar el pan y dar aliento. No se trata de buscar un reino de Dios en la
tierra, sino de saber que el Reino de Dios ya está presente, y que estamos ante
el rostro de Dios todos los días, y vemos su rostro en cada hombre y mujer de
esta ciudad y país. La paz que tanto anhelamos solo vendrá cuando el hombre y
la mujer reconozcan su condición miserable y busquen el refugio que tanto
necesitan en el Señor Jesucristo, Rey de Reyes y Señor de Señores.
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