Génesis 33
Pbro. Raymundo Villanueva Mendiola
Muchas cosas pueden suceder en el transcurso de la noche, Jacob lo sabía muy bien. Especialmente ahora que había luchado con Dios y había vencido. Jacob había pasado Peniel, a sus espaldas estaba el sol, y él, como un hombre herido después de una batalla, cojeaba de su cadera. La imagen que se nos presenta es la de un guerrero que se ha mantenido de pie después de una feroz batalla. Sin embargo, inmediatamente le asalta un sentimiento abrumador, a lo lejos ve a su hermano que viene junto con sus cuatrocientos hombres. Esaú no se detuvo a pesar de los presentes enviados. Jacob entonces pone manos a la obra y reparte a su familia en tres grupos, uno por cada madre. En el primero se encontraban Bilha y Zila juntos con sus hijos, en el segundo Lea con sus hijos, y en el tercero Raquel con José. Esto lo hizo con un simple propósito, que si un grupo era atacado, los demás pudieran sobrevivir. Podemos llegar a creer que Jacob hubiera querido ponerse detrás de todos estos grupos, pero la verdad es que Jacob se puso delante de todos ellos, según el versículo 3. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla e importante: Jacob sabe que ha sido bendecido por Dios. Sabe que tiene la presencia y las promesas de Dios aseguradas para él, quien le dijo: “yo te haré bien”. Y si acaso lo olvidara alguna vez, solo tiene que recordar dos cosas, aquella herida en la cadera, y ese nuevo nombre: “Israel”, príncipe de Dios, o “el que lucha con Dios”. Definitivamente la actitud de Jacob ha cambiado, ahora confía y descansa en el obrar de Dios, ya no huirá de la confrontación, sino que irá cara a cara contra aquello que más teme. Por lo mismo hoy conoceremos esta historia acerca del Dios de Israel y de cómo él trajo reconciliación entre Jacob y Esaú, y cómo también nos llama a vivir cada día separados del mundo, para honrarle en todo lo que hagamos.
-TRAE
RECONCILIACIÓN
Jacob
entonces comienza a avanzar, y lo hace no de manera altanera o soberbia, sino
humildemente, en muestra de sometimiento y devoción, se inclina siete veces
hasta que llegó a su hermano. Porque la bendición de Dios en nosotros, el saber
que somos bendecidos por Dios, no produce orgullo, ni deseo de sobreponerse al
otro, sino que como dijo el apóstol Pablo “consideramos al otro como superior a
nosotros mismos” (Fil. 2:3-4). Aquél a quien le ha sido dado el nombre de
cristiano ha de vivir humildemente entre los no cristianos. Buscando la paz, y
construyéndola, así como nuestro Dios lo hizo y lo sigue haciendo
Cuando
Jacob se inclinó a tierra la séptima vez, quizá esperaba sobre su cuello un
golpe certero con la espada de Esaú, en su lugar Esaú corrió hacia su hermano y
lo abrazó rodeando con sus brazos su cuello, besándolo. La respuesta de ambos a
esta situación fue el llanto. Así el perdón fue derramado sobre Jacob mientras
las lágrimas de ambos corrían. El encuentro de dos hermanos enemistados pro 20
años lleno de emotividad y restauración, ahora ambos eran de un solo corazón,
uno que solo daba amor para el otro. Esaú ya había perdonado a su hermano y
venía con la gran comitiva para recibirlo. Fue un gran alivio seguramente, pero
más importante aún fue el hecho de la reconciliación. Porque en el perdón no
siempre existe reconciliación. Hay matrimonios que se divorciaron, y que se han
perdonado mutuamente, pero que la reconciliación matrimonial no se ha dado.
¡Qué gozo es ver que el perdón no solo traiga paz personal, sino también paz en
las relación y restauración!
Esaú
entonces ve a los niños y pregunta, ¿Quiénes son estos? A lo que Jacob contesta
“Son los niños que Dios ha dado a tu siervo” En ese momento desfilan uno a uno
los hijos y esposas de Jacob presentándose ante Esaú e inclinándose a él, como
si de sus siervos se tratase. En este punto me gustaría recalcar esta gran
verdad: Los hijos son el don de Dios para sus padres. Dios le ha dado esos
hijos como una muestra de su bondad, sean hijos engendrados o adoptados, son el
don de Dios para la familia. Esa convicción está profundamente arraigada en el
corazón de Jacob, de hecho, a partir de aquí toda su conversación gira
alrededor del favor con el que Dios le ha tratado. Con cuánta naturalidad sale
de los labios de Jacob esta convicción: Dios me los ha dado. Toda su vida la ve
a la luz del Dios que le ha encontrado y le ha bendecido. Sabe que el Señor le
había tratado con gracia aún antes de bendecirlo. ¿Cuántos de nosotros podemos
hablar con naturalidad de la bendición que Dios nos ha dado? No como un medio
de presunción, sino como una forma de darle gloria al Señor. ¿Reconoces que tu
familia es un don de Dios? En estos tiempos en que los hijos son vistos como un
estorbo para desarrollo profesional, o en su versión cristianizada, son vistos
como un retraso para cumplir el llamado de Dios. O cuando vemos que el aborto
es enarbolado como un medio de obtener autonomía reproductiva o como una liberación
antes que un asesinato, estamos despreciando y permitiendo que otros desprecien
el buen don de Dios de los hijos. No solo les llamo a defender la vida del no
nacido, también a apoyar proyectos donde se dé un trato digno a los huérfanos.
Los hijos no son dados por Dios.
Esaú
también preguntó, ¿qué pretendías con todos estos grupos que he encontrado?
Como recordarán Jacob había preparado varios grupos con grandes partes de su
rebaño como obsequios para Esaú. Jacob respondió que eran para “Hallar gracia
en los ojos de mi Señor”. Enviar muchos obsequios para hallar gracia. Muchas
veces nos encontramos como Jacob ¿no les parece? Tratamos de ganarnos el favor
del otro por medio de obsequios, como una forma de merecer aquello que
recibimos. Queremos merecer el perdón de alguna forma, comprarlo, obtenerlo por
medio de un intercambio, pero la realidad es que el perdón y la gracia no se
merecen ni se compran de ninguna forma. Muchas veces no entendemos que en
diversas actividades somos tratados con gracia. ES decir, obtenemos aquello que
deseamos no tanto por merecimiento, sino por la misericordia y el don de Dios.
Desgraciadamente buscamos justificarnos a nosotros mismos, y decir, mi
esfuerzo, mi sudor, y mi dedicación me han dado todo esto. Debemos aprender que
la humildad también implica saber decir “no lo merezco pero lo recibo con
gratitud”. Esaú rechazó el obsequio de Jacob, “tengo suficiente” le dijo, “sea
para ti lo que es tuyo”. Jacob entonces entendió algo, ya no quería conseguir
el favor de su hermano, él sabía que tenía el favor de su hermano mayor, por
eso ahora cambia el ruego, y le suplica que reciba su obsequio como muestra de
agradecimiento por su favor inmerecido. Le dice algo que podría parecer hasta
blasfemo, pero que a Jacob le recordó su encuentro nocturno con Dios: “he visto
tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanto favor me
has recibido”. Aquí mis hermanos me detendré un poco, porque Esaú es en este
punto, un tipo de nuestro Señor Jesucristo. Cuando nuestro Señor vino por
primera vez claramente dijo: “no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al
mundo.” (Juan 12: 47). Él vino a perdonarnos, a limpiar nuestros
pecados, a purificarnos de nuestra maldad, a tratarnos con su gracia y
misericordia. Porque él no venía con 400 hombres, sino con las huestes de ángeles
en los cielos, quienes en un solo momento podrían habernos acabado, pero no lo
hizo, porque su propósito era traernos la paz. De hecho, así le dijo a todo
aquél que cree en él “Mi paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14:27). En Esaú
podemos ver cómo el Señor nos trata, podemos ver a nuestro hermano mayor
perdonando todo lo que le hicimos, la traición, el engaño, la burla y la
humillación. ¿No es así con nosotros? Cristo Jesús nos ha perdonado todo el
maltrato, la burla y la humillación que le hicimos en aquella cruz, y que día
tras día realizábamos cuando íbamos en contra de sus mandatos. En lugar de
cortarnos la cabeza, nos abraza, nos besa y llora por volvernos a encontrar. Él
es quien se alegra de encontrar a la oveja perdida que ha vagado por lugares
tenebrosos, trayéndola de regreso al redil. Él es quien nos perdona total y
libremente cada una de nuestras ofensas y nos recibe e introduce en la tierra
prometida que tanto anhelamos. Jacob decía que al ver el rostro de Esaú, es
como si hubiera visto el rostro mismo de Dios, por el trato tan favorable que
le había dado, es decir, por tratarlo con gracia. Jesucristo nuestro Señor dijo
“quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”, y Juan su apóstol, nos enseñó:
“vimos su gloria, gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
La diferencia con Esaú, es que mientras el rostro de Esaú es comparado con el
de Dios, el rostro de Cristo es el mismísimo rostro de Dios. Ver el rostro de
Dios es ver que aunque venía contra nosotros como nuestro enemigo, nos ha
perdonado la vida y nos ha hecho parte de su pueblo. Cristo ha hecho la paz
entre Dios y nosotros, por lo mismo nos manda vivir en paz con nuestro prójimo,
es decir amándole: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios.
Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha
conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para
con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos
por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.
Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a
otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece
en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.” (1 Juan 4:7-12). Jacob
vio el rostro de Dios en Esaú cuando éste le perdonó y le recibió con tanto
amor. Nosotros también podemos ver el rostro de Dios en los demás cuando ellos
nos tratan con gracia, amor y perdón. De igual forma, ellos podrán ver el
rostro de Dios en nosotros, cuando les tratemos de la misma forma en que Dios
nos ha tratado, con misericordia, con amor, con paciencia, en fin, con gracia. Solo
así el mundo sabrá que somos discípulos de Jesús, y solo así el mundo conocerá
el amor del Señor.
Cristo
nos ha sido revelado de manera maravillosa en la persona de Esaú. En él podemos
ver un adelanto de lo que Cristo vendría a hacer miles de años después. Pero
que hoy es muy real para nosotros. De ahí que Jacob insista en que tome su
presente, porque todo lo que le está dando viene de la mano de Dios. Qué
maravilloso es saber que todo lo que le podamos ofrecer al Señor viene de su
propia mano. Y segundo, qué bueno es el Señor en darnos tantas cosas, sí para disfrutarlas,
pero también para servirle y a nuestro prójimo con ellas.
-NOS
SEPARA DEL MUNDO
Esaú
entonces invita a su hermano a ir juntos de regreso, pero Jacob presenta
algunas excusas, él se preocupaba por los rebaños y los niños, ni uno ni otro
podían llegar a avanzar tanto, y a comparación de los cuatrocientos hombres de
Esaú, quedarían agotados por el camino, y los animales morirían. Esaú le
ofreció dejarle una escolta para que nada le aconteciera, pero Jacob se
conformó solo con el hecho de haber sido recibido en paz. Esto le era
suficiente, porque al tener la paz con Dios, ahora también tenía la paz con los
hombres. Jacob estaba consciente de que la bendición de Dios era la que lo
guardaría de todo mal, y que la protección de Esaú era innecesaria. Así que
Esaú volvió a Seir y Jacob avanzó hacia Sucot, donde hizo algunas cabañas para
proteger a su ganado.
El
verso 18 nos confirma que la promesa de Dios a Jacob se cumplió: “He aquí yo
estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a
esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho”
(Gen.27:15). Por fin Jacob había entrado en Canaán, específicamente a Siquem.
Pero no vivió en la ciudad, sino que acampó delante de ella. A la vez, compró
de los siquemitas una parte del campo propiedad de Hamor, padre de Siquem. E
hizo algo muy especial, levantó un altar en ese lugar que él compró y llamó al
altar “El-Elohe-Israel”. Jacob compró esta parte del campo no para vivir ahí,
sino para honrar el nombre de Dios. Como un testimonio del Poderoso Dios que
tiene Israel. La frase El Elohe Israel quiere decir El Dios de Israel es Dios o
es poderoso. La palabra “El” en hebreo se utiliza tanto para decir Dios, como
para decir Poderoso. Y creo que aquí vemos un llamado muy claro de parte del
Señor.
Primero
la razón por la cual llamamos Dios a nuestro Dios, es porque cumple con su
palabra. Jacob erigió este altar porque estaba consciente de que el Señor había
cumplido lo que le había dicho. Le había hecho bien. Y le había traído de
regreso a Canaán, la tierra prometida. En medio de todas sus dificultades, el
Señor siempre estuvo con él. Nunca lo desamparó. El Dios que tenemos los
cristianos, es verdadero, porque se comporta como se puede esperar de él. En
cambio, los otros dioses son solo espantapájaros, que parece que nos pueden
ayudar, pero a la hora de la verdad nos abandonan. En cambio el Dios cristiano
ha prometido grandes cosas para aquellos que le sirven, y no solo las ha
prometido, sino que ha cumplido cabalmente todas y cada una de ellas. Prometió
la presencia de su Espíritu en medio de nosotros, y hoy cumple infundiendo en
nosotros nueva vida. El día en que ya no haya hombres y mujeres creyéndole al
Señor, ese día su Espíritu nos habrá abandonado, pero no te preocupes, eso no
sucederá. Él prometió que las puertas del Hades no prevalecerán contra la
Iglesia, y aquí estamos, 2000 años después, y el imperio romano que quiso
destruirnos, hoy ya no existe, y la Iglesia está de pie. Y hoy, que el
posmodernismo apuesta por derribar a la Iglesia, hoy que las políticas públicas
se convierten un azote contra los creyentes, hoy que la persecución ideológica
es más cercana que nunca, nuestro Señor promete y cumple: “Las puertas del
Hades no prevalecerán contra la Iglesia” (Mt. 16:18). Nuestro Dios es verdadero
Dios.
Segundo,
nuestros desarrollos culturales deben reflejar al Dios que adoramos. Cada lugar
en el cual nos desenvolvemos, en la política, la educación, la familia, etc.,
debe ser un altar que proclame que el Dios de los cristianos es verdadero Dios.
Cada acto político que realicemos, sea a través de marchas, mítines, o en el ejercicio
del voto, debe ser un altar al Señor, ¿pero cómo será un altar al Señor cuando
votas por candidatos que defienden el aborto y sostienen sistemas políticos que
van en contra del Señor? También cada acto económico debe ser un altar para el
Señor, pero ¿cómo va a ser un altar para el Señor cuando despilfarras tus
recursos y no los inviertes en el Reino de Dios? Cada momento de la vida
familiar debe ser un altar para el Señor, pero ¿cómo puede ser un altar para el
Señor cuando quieres construir tu matrimonio con un no creyente? También tu
vida laboral debe ser un altar que proclame la grandeza de tu Dios, pero ¿Cómo
vas a hacer este altar, si tú trabajas para ti mismo y tu propia gloria? O
¿Cómo vas a hacer de tu actividad académica, tu escuela pues, un altar al
Señor, si no estás dispuesto a criticar y señalar las visiones que van en
contra del Señor?
Nuestras
acciones como creyentes en cada aspecto de la vida, deben construir un altar al
Señor, donde le ofrezcamos todos y cada uno de nuestros actos. Porque todos los
hombres y mujeres le construyen un altar a su propio dios. El gobierno actual construye
un altar al gran salvador de la nación, el presidente López Obrador, y muchos
creyentes y pastores le ofrecen incienso en espera de sus favores y cuidados
“la beca de cada día, dánosla hoy”. Otros tantos construyen el altar al
consumismo y el derroche, alabando a este falso dios: “santificado sea tu
crédito”. Mientras que otros le ponen su altar al trabajo, suplicándole:
“líbranos del desempleo y la inestabilidad económica”. Todos estos falsos
dioses, y los que me falta por mencionar, son un ejemplo de cómo elevamos
altares en cada lugar y cada actividad que realizamos, la gran pregunta será:
¿Cuándo elevaremos el altar del Señor, no solo el día domingo, sino en cada día
de la semana?
CONCLUSIÓN
Hay
una diferencia entre los hijos de Dios y los hijos de la serpiente, n0sotros
honramos al verdadero Dios, a ese que trajo reconciliación entre él y los
hombres, y entre los hombres mismos. Ese Dios que estuvo dispuesto a dar todo
por nosotros, incluso a su propio hijo. A Él dedicamos todo lo que somos. A él
entregamos nuestro trabajo, nuestra educación, nuestra economía, nuestra
familia y nuestro matrimonio. A él solo reconocemos como Rey sobre México, sobre
San Luis Potosí y sobre Ciudad Valles, no hay otra esperanza para nuestra
nación más que Jesucristo, el Rey de Reyes y Señor de Señores. Él demanda de
nosotros que cada cosa que hagamos sea un altar de adoración. En la antigua
roma había en cada plaza y esquina un altar al Cesar, ninguno de nuestros
hermanos en aquél tiempo se inclinó ante esos altares, y todo aquél que se
inclinaba era expulsado de la comunidad, porque era una altísima traición
contra el Señor. Hoy de igual forma, hay multitud de altares a diferentes
dioses que quieren dominar sobre nosotros, pero solo hay un verdadero Dios, EL
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, quien exige de nosotros que no nos
arrodillemos. Y no nos arrodillaremos, no claudicaremos, estaremos de pie,
porque nuestro poderoso Dios está con nosotros. Y cuando regrese nuestro Señor
será mejor que nos encuentre en nuestra posición, firmes, o muertos, pero sin
haber abandonado jamás el altar del Poderoso Dios de los cristianos.
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