GENESIS
25:19-34
Pbro. Raymundo Villanueva Mendiola
1. Por la Promesa Gracia
Isaac
tenía cuarenta años cuando se casó con Rebeca, el Señor les había unido para
que la promesa pudiera continuar, y así el propósito de Dios para la redención
a través de Jesús se cumpliera. Sin embargo había un impedimento, Rebeca era
estéril. No es casualidad que una vez más veamos que la esposa de un patriarca
sea estéril, ello tiene un propósito, porque pese a lo que la sociedad de aquel
tiempo pensara, la esterilidad de Rebeca, no se debía a que ella hubiera
pecado, sino que tenía el propósito de manifestar la gloria y el poder de Dios
de manera más notoria. No es a través de una generación ordinaria que la
promesa llegaría a su cumplimiento, los hombres y mujeres debían aprender que
su llegada y cumplimiento viene únicamente de la mano de Dios. Es él quien
traerá al prometido, al salvador del mundo, el que aplastará la cabeza de la
serpiente y heredará la tierra como el Señor de todo, Cristo Jesús, nuestro
Señor. Así, vemos a Rebeca sufrir su esterilidad, pero también a Isaac, a tal
grado fue el sufrimiento de ambos que Isaac ruega, suplica al Señor
profundamente (hebreo Hatar) para que les conceda tener un hijo. Lo que me
impresionó del texto es que la misma palabra hatar es utilizada tanto para el
orar del hombre como para la frase “lo aceptó Jehová”. Aquí sobresale algo muy
especial que la oración es un dialogo en búsqueda de la promesa. Pero este
dialogo no es el de dos iguales, más bien el de un inferior buscando la
protección del superior. El débil buscando al más fuerte para ayuda. La
esterilidad de Rebeca y la consecuente desolación de Isaac se manifiestan en
esta oración, ambos reconocen su imposibilidad de traer a cumplimiento la tarea
de tener un hijo. Porque ambos lo anhelan, no solo por la promesa, sino por
aquel impulso natural de querer dar vida. Hay un poco de egoísmo en sus
corazones, porque buscan su propio anhelo, aunque el Señor en principio parece
habérselos negado. Isaac no solo oró una vez, rogó y suplicó durante 20 años.
Pudo darse por vencido, un capricho desaparece al poco tiempo, pero la
“tardanza” les impelía a buscar ya no solamente la satisfacción de sus
necesidades paternales, sino a buscar la promesa y su cumplimiento. De esta
forma tanto Isaac como Rebeca son llamados a poner su vista no en sus propias
fuerzas, o en los muchos ruegos que puedan hacer, sino a orar para que la
promesa tenga su cumplimiento cabal en ellos. La esterilidad de Rebeca no es
obstáculo para su cumplimiento puesto que Jehová es fiel aún a pesar de las
imposibilidades del hombre o la mujer.
En
nuestras oraciones, al buscar la voluntad de Dios, debemos estar conscientes de
dos cosas, primero que no recibir respuesta inmediata no implica una respuesta
negativa. Más bien, nuestra oración debe ser un ejercicio de fe y confianza
constante de que el Señor hará su voluntad. La petición de la oración del Señor
es muy clara “hágase tu voluntad aquí en la tierra”. Y nosotros debemos buscar
esa voluntad en todas y cada una de las peticiones que hagamos. Nuestras
peticiones, incluso las que creemos que menos importan, deben reflejar nuestra
sujeción al corazón de Dios. Por ello lo segundo de lo que debemos estar
conscientes en la oración, es que estas deben realizarse con el objetivo de que
las promesas del Señor se hagan manifiestas. Cristo nuestro Señor dijo “mayores
cosas harán que yo”, no quería decir que nosotros fuéramos superiores a él,
sino que todas las cosas que haríamos serían producto de su redención, para
construir el Reino y manifestar su justicia. Así nuestra oración debe buscar
que las promesas de Dios tengan una manifestación clara en nuestro mundo. ¿Cómo
oras? ¿Oras queriendo que todos tus actos se ordenen de acuerdo a las promesas
de Dios? U ¿oras buscando que las promesas de Dios se ajusten a tus deseos?
Por
su gracia el Señor concedió a Isaac su petición. Y Rebeca concibió en su
vientre. 20 años después de aquella primera relación sexual entre Isaac y
Rebeca la promesa del Señor se hizo presente. Pero el embarazo de Rebeca no fue
sencillo, de hecho la biblia lo describe diciendo que “los hijos luchaban
dentro de ella”. La palabra hebrea no es la de una lucha amistosa, sino
ratsats, que habla de un maltrato constante, otros la describen como romper la
cabeza, machacarla (Keller). Esto nos dice que ella realmente lo estaba
padeciendo, ¿pero por qué tal saña entre sus hijos? ¿Acaso los niños no eran
una bendición? ¿El Señor estaba maldiciendo a Rebeca? Ella está perpleja, y no entiende
su situación, está tan desconcertada por todas las tragedias que tanto le han
agobiado. Quizá pienses “con qué poco pinole te estás ahogando Rebeca” Sin
embargo debes recordar que la esterilidad era considerada como una maldición, a
tal grado que un hombre podía divorciarse en las culturas de aquel entorno, pro
el simple hecho de que su esposa fuera estéril. Ahora que después de 20 años
por fin ha concebido pareciera tener una guerra dentro de sí misma. ¿Por qué a mí?
Pregunta Rebeca, ¡Mejor mátenme! Sí, en muchas ocasiones la respuesta a
nuestras oraciones se vuelve contra nosotros, y nos pone a ver las cosas de una
manera algo sombría, porque no son lo que esperábamos, pero el Señor está
dispuesto a proporcionarnos su consuelo a cada momento. Y eso lo sabe Rebeca,
así que busca la voz de Dios. Si alguien sabe cuál es el futuro que depara a
estas criaturas es el Señor, si alguien sabe qué es lo que está sucediendo es
el Dios del Pacto, él que gobierna todos nuestros asuntos de acuerdo a su
voluntad. Él es un refugio al cual podemos acudir cuando aquello tanto
anhelábamos no satisface nuestros corazones.
Ella
entonces va a consultar a Jehová, y el Señor le responde: “Dos naciones hay en
tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; El un pueblo será
más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor”. Esta profecía fue
algo misterioso para Rebeca y seguramente para Isaac, sin embargo, eso no dejó
de traer esperanza. Primero Jehová le aclara que dos naciones tendrán conflicto
constante entre ellas. Y segundo, que el hijo mayor servirá al menor. Resultó
que Rebeca tenía gemelos en su vientre, y cuando dio a luz el primero era muy
velludo y lo llamaron Esaú (el velludo), y el segundo nació también, pero venía
agarrado del talón de su hermano, y le llamaron Jacob (que quiere decir “él
toma por el talón”). El Señor hablo de ellos aunque aún no habían nacido ni
habían hecho bien ni mal. En este caso, el Señor dejó claro que la promesa los
dividiría. Y provocaría un conflicto constante entre ellos, de tal grado que el
mayor, el más fuerte querría sobreponerse al más débil. Pero en la lucha, el
Señor se pondría del lado del más débil, Dios tomaría un bando. Esto es debido
a que la línea que traería al Salvador, sería la del más débil, no la del más
fuerte. La elección de Jacob no está basado en alguna buena obra que él haya
hecho o que fuera a hacer, sino en el llamado de Dios a formar parte de su
pueblo y a traer al redentor en el. Esaú se opondría al llamado de Dios, y no
solo rechazaría a Jacob, sino que rechazaría al Redentor mismo. La promesa del
Señor es la que haría división entre ellos. A muchos de nosotros nos extraña
que el Señor despreciara a Esaú, él era el fuerte, era el primogénito, y el que
tenía todo el “derecho” a traer al mesías, a ser el siguiente en la línea de la
promesa, sin embargo, el Señor en su sabiduría utiliza otros medios, para mostrarnos
que el poder y la grandeza son de él y no de nosotros, que sus propósitos
tienen lugar debido a su Obra en medio de los tiempos, no a la labor y fuerza
de los hombres. Así lo hizo muchas veces en las Sagradas Escrituras, con Noé, a
quien nadie creyó sobre el diluvio, o con Gedeón que era un cobarde, o Moisés
que ni siquiera podía hablar bien. O María magdalena, juzgada loca por los
discípulos cuando dijo que Jesús había resucitado. El Señor elige lo vil y lo
menospreciado del mundo para mostrar en ellos la riqueza de su gracia. Su poder
hacia nosotros. De hecho, Jesucristo es el único que aún siendo el más justo
entre todos, el más poderoso de todos, se hizo débil y murió a en una cruz,
símbolo de la humillación más baja y de la maldición de Dios. Él se hizo
maldición por nosotros, él fue el llamado por Dios para ser el débil entre sus
hermanos, para que con su debilidad fuéramos fortalecidos. Hoy también Dios
sigue llamando en Cristo a hombres y mujeres para que podamos creer y descansar
en él. El gran misterio de la elección, del llamado de Dios, de nuestra
predestinación, se resuelve cuando lo vemos a la luz del Cristo de la promesa,
todo apunta hacia él, y todo se debe a él. Es por él que somos y para él
existimos, nuestro destino está ligado a Cristo, y nuestro pasado, presente y
futuro encuentra su plenitud en él. Fuera de Cristo, nada, con Cristo Todo. En
él tienen cabida los fuertes y los débiles, los hombres y las mujeres, los
patrones y los empleados, blancos y negros, homosexuales y heterosexuales,
borrachos y sobrios, adúlteros y fieles, pecadores y “justos”, todos y cada uno
de ellos mientras reconozcan que todo lo que consideran de valor, puede y debe
ser abandonado por la promesa del Señor, por el Cristo de Dios.
2. Produce una lucha, fe en Cristo (la promesa)
Rebeca
no se guardó la promesa para ella misma, también la dijo a su esposo. Y no solo
a él, seguramente a su hijo Jacob, el menor, quien sería servido pro el mayor.
Por eso en los versículos 27 y 28 se describe el paso de los años y la labor de
Esaú, quien fue cazador y hombre del campo; también se describe la labor de
Jacob, quien gustaba más de la vida en tiendas, tenía un gusto más refinado que
el del “salvaje” Esaú. De hecho en el dialogo que se da entre Jacob y Esaú se
puede notar esta diferencia, de educación y caracteres, el segundo más
impetuoso y explosivo hasta exagerado, y el primero más metódico y pensativo,
hasta maquiavélico. Dichas características hacen que los padres tomen bandos,
Isaac, por un lado, llevado por el amor paternal, se inclina a favorecer a
Esaú, porque le gustaba el producto de la caza que él traía. Por su parte
Rebeca favoreció a Jacob, por su gusto por las tiendas, y por la profecía que
le era tan familiar. Extrañamente tanto en Isaac como en Rebeca la misma
promesa produjo en ellos una diferente reacción, ambos tenían que ser
ejercitado en ella, Isaac especialmente, porque no la creía del todo, su
corazón estaba más apegado a su hijo que a la misma promesa, él habría de
aprender, con el paso del tiempo y la obra del Señor, a someter su corazón a
esa promesa. Tristemente en lugar de enseñarles a amarse el uno al otro, a
buscar juntos someterse a la promesa, les enseñaron a competir y, especialmente
a Jacob, a tratar de apropiarse por sus medios y esfuerzos, de la bendición de
su padre. La fe no evoluciona de la misma manera en todos, no debemos ni
podemos esperar que un creyente que tiene 10 en el camino del Señor sea más
espiritual o menos pecador que aquel apenas lleva 2, porque el progreso de la
fe no se mide por años, ni por conocimiento, sino por la respuesta que damos en
el día a día al Señor. Podemos estar muy adelantados en un aspecto de la vida,
por ejemplo, tener una familia que honra al Señor, pero puede suceden que en
nuestra relación matrimonial no honremos al Señor. O puede ser que seamos un
excelente miembro de la iglesia, pero un terrible empleado. Porque el evangelio
va haciendo lo propio poco a poco, como la levadura, que acaba por leudar toda
la masa.
El
caso es diferente entre Jacob y Esaú, porque mientras Isaac y Rebeca, están
buscando someterse a la promesa, entre Jacob y Esaú se desarrolla un drama
tremendo. Esaú regresa de la caza, hambriento y por lo que parece, sin ningún
éxito. Ve que Jacob ha preparado un guiso rojo, y el hambre hace lo propio, le
pide entonces un poco del aquel guiso rojo, para mitigar su cansancio y así
recobrar fuerzas. Jacob entonces aprovecha el momento de debilidad de su
hermano, y le dice “véndeme tu primogenitura”. Esta frase fue muy calculada,
Jacob lo planeaba desde hace tiempo, y este era el momento para conseguir que
la promesa se hiciera real. Sí, Jacob creía en la promesa, pero en lugar de
esperar en el Señor, prefirió poner manos a la obra y utilizar sus artimañas,
como diciendo que “el fin justifica los medios”. Esaú entonces ofuscado por el
hambre, dice una estupidez: “Me muero, ¿para qué me servirá primogenitura?” Jacob
ve su treta casi por cumplirse, ya ha renunciado a ella, pero tiene que ser
confirmado por un juramento, básicamente los contratos de aquel entonces. Esaú
le jura sin ningún miramiento y le vende su primogenitura por un plato de
lentejas. Esaú come entonces su pan, su plato de lentejas, bebe, se levanta y
se va…
El
juicio de las Escrituras en Génesis casi nunca aparece, pero en esta ocasión,
Esaú es juzgado de manera muy dura. A muchos les parece que el malo de la obra
es Jacob, y aunque sus actos son de condenar, los actos de Esaú son aún peor.
Porque “Así menospreció Esaú la primogenitura”. La primogenitura incluía dos
cosas, convertirse en la cabeza de la familia y recibir en herencia una porción
doble a la de sus hermanos. Peor además de estas dos cosas, el primogénito era
quien habría de ser el depositario de las promesas hechas a Abraham, la
bendición para las naciones y la tierra de Canaán, y en último término la
venida del Cristo. Solo así puedes entender la palabra “menospreciar”, porque
estás valuando al Cristo, al hijo de Dios, al salvador del mundo, por un plato
de lentejas. Esaú cambió la gloria eterna por una gloria momentánea. Por
delicioso que sea ese plato, no vale tanto como Cristo. Hoy el mundo sigue
menospreciando el mensaje del evangelio. Los ricos con tal de conseguir más
riquezas venden su alma. Mientras que los pobres persiguen también al mismo
falso dios. Ambos piensan que sus problemas se acabarán teniendo dinero y no se
dan cuenta que cambian al Cristo por unas cuantas monedas. Otros como nos lo
explica Pablo: son fornicarios (Heb. 12: 16). Es decir, buscan en las pasiones
de este mundo, en una sexualidad desenfrenada, satisfacer el fuego de la
lujuria. Cambiando al Cristo prometido, por un escote pronunciado o por unos
brazos fuertes. El hombre y la mujer menosprecian el don de Dios, a Cristo
Jesús, pero hay otros, quienes lo valoran por encima de todo.
Hay
quienes no temen dar todo lo que poseen con tal de obtener a Cristo. Hay
quienes pueden vivir y morir solteros con tal de no casarse con un inconverso.
Hay quienes están dispuestos a ejercitarse en la oración, aunque les cueste
trabajo y dolor. Hay quienes prefieren las palabras del Señor a las palabras de
este mundo. Hay quienes prefieren la gloria de Dios, que las glorias de los
hombres. Hay quienes ven que nada es tan valioso como Cristo. Pero también se
dan cuenta que en Cristo todo tiene un valor tremendo. Porque él mismo dio su
vida para salvar y rescatar este mundo perdido. Porque únicamente por medio de
Cristo podemos realmente entender nuestra posición en el mundo. Para nosotros,
los cristianos, los que hemos abrazado la promesa de que en Cristo Jesús
tenemos el perdón de pecados, para nosotros él es el más valioso y el más
hermoso de todos los hombres. Él es la perla de gran precio. El es el tesoro
oculto. Él es aquello que más valoramos y que nunca, jamás entregaremos, porque
lo amamos por encima de todo. Ahora entiendes lo terrible del acto de Esaú, la
maldad de Jacob se queda corta al compararla con el perverso y profano Esaú.
Hoy
nuestro Señor te está llamando para que descanses en Cristo. Para que lo
valores por encima de cualquier otra cosa. Por encima de tu familia, de tu
novio, de tu esposa, de tus hijos, de tu trabajo, de tus terrenos, de tu coche,
por encima de tu misma vida. ¿Por qué? Porque él mismo te valoró por encima de
su propia vida. Él mismo es Dios, y aunque debía ser obedecido en todo, y él no
obedecer a nadie, se hizo un hombre, como tú y como yo, para obedecer, y
servir. El Dios del Universo, el Soberano, se hizo siervo, para mostrarte
cuanto te amaba y te ama aún. ¿Qué es lo que él espera entonces de ti? Que lo
ames de todo tu corazón, de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Que dejes
absolutamente todo por él, y a cambio él te promete de vuelta y multiplicado,
todas esas cosas que dejaste, padres, madres, hijos, casas, y en el siglo
venidero la vida eterna. ¿Menospreciarás la promesa? ¿O la valorarás por encima
de todo? Si es así, entonces te invito a creer en Jesús, a descansar en su
obra, para que recibas su perdón por todo el tiempo pasado en el que viviste
confiando en algo más que Jesús. Cree en su sacrificio que es suficiente para
satisfacer la ira de Dios por todos tus pecados, y así puedas tener su perdón.
Cree en su resurrección, con la que puede hacerte vivir otra vez para su
gloria. Y cree, también, que él hoy está sentado en su trono reinando y
dirigiendo no solo tu vida, sino la de todos, para que su Reino glorioso venga
con poder. Cree en el Señor Jesús y no menosprecies su obra en la cruz.
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