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FUNDAMENTOS DE LA POLÍTICA CRISTIANA

 


Romanos 13:1-7

Pbro. Raymundo Villanueva Mendiola

A principios de Agosto enfatizábamos que levantar una cultura Cristiana solo es posible cuando reconocemos que su fundamento está en Cristo Jesús. Su muerte y resurrección son el comienzo de una nueva forma de vida, impulsada por el poder del Espíritu Santo. El siguiente domingo analizamos las implicaciones de una cosmovisión cristiana para la educación. Hoy hablaremos de la visión cristiana de la vida política. ¿Acaso la política tiene algo que ver con Dios? Claro que sí, Dios es el Creador y sustentador de todo lo que existe, y la vida política es parte del buen orden creacional de Dios. La política no es del diablo mi hermanos, y aunque puede haber tentaciones muy grandes en esa área de la vida, no por ello los cristianos debemos huir de ella, más bien debemos equiparnos con las armas del Espíritu Santo, y confiar en que su gracia nos sostendrá. El primer punto establece que La Autoridad viene de Dios. El segundo, que los gobernantes son servidores de Dios. Y el tercero no hablará del llamado del creyente a la política.  

-          La Autoridad viene de Dios (no es el pueblo, no es la calidad moral)

Entre los hombres en nuestros tiempos hay dos maneras en que se busca establecer el origen de la autoridad. Hay quienes comentan que una persona tiene autoridad cuando le es dada por el pueblo, o la gran mayoría. Esta idea es la de la soberanía popular, o la democracia. El pueblo, la gente, es la base de la autoridad, y la delega a sus gobernantes. Esto es lo que Morelos escribió en los llamados Sentimientos de la nación: “Que la Soberanía dimana inmediatamente del Pueblo, el que sólo quiere depositarla en el Supremo Congreso Nacional Americano”. Quizá tu te sientas identificado por esta frase. La soberanía se encuentra en el pueblo. Los que mandan son los ciudadanos, los gobernantes y funcionarios son nuestros empleados. Pero la realidad es que este enunciado tan arraigado en nuestros corazones tiene pasar el filtro de las Sagradas Escrituras. ¿Es el pueblo un fundamento suficiente para la elección de aquél que ha de guiar el destino de un país? ¿Estamos todos efectivamente preparados para elegir tan sabiamente y decir tal o cual persona es la indicada para controlar el destino y todos los recursos de una nación? Las Escrituras son claras cuando dicen que el corazón del hombre es perverso, y que sus caminos son engañosos. Las masas pueden ser movidas fácilmente por un discurso bien elaborado, o por ideales magníficos, y precisamente por eso debemos ser cuidadosos.

Otra forma en que se establece el fundamento de la autoridad es la “calidad moral” de alguien. De hecho, esta forma de “autoridad moral” es enarbolada por el actual presidente de nuestro país y sus partidarios. La autoridad moral quiere decir que por su conducta intachable o su altos valores morales, una persona puede y debe aspirar a un puesto de gobierno, sin importar sus credenciales o capacidades para el cargo. Sin embargo, aunque la persona sea la más honesta, si no tiene la capacidad para dirigir un país, o para detentar el cargo al que está llamado, podrá tener el cargo, pero no tendrá visión del rumbo que debe tomar la nación, estado o ciudad. ¿Debemos entonces soportar a alguien que es corrupto, pero muy capaz? No es lo que estoy diciendo, más bien, debemos aspirar a que la corrupción sea eliminada de nuestro país, y que personas realmente capacitadas estén en los cargos públicos. Ahora, quiero dejar claro que señalar las cualidades morales de una persona, como su integridad, su ética, y su trato hacia la gente, como la fuente de la autoridad, es establecer un fundamento débil e inestable para las figuras públicas. Porque la humanidad falla, el hombre se corrompe, como dijo el Señor, el espíritu puede estar dispuesto, pero la carne es débil” o “maldito todo varón que confía en el hombre”.

La fuente de la autoridad no puede encontrarse en ninguna cosa en el hombre, ni en las cualidades morales del candidato, y mucho menos en la multitud de personas que lo apoyan (la soberanía popular). Más bien debemos apelar a las Escritura para poder encontrar la base y fundamento para toda autoridad existente. ¿De dónde viene la autoridad? ¿Cómo es que los hijos obedecen naturalmente a sus padres? ¿o cómo es que la esposa naturalmente busca el consejo del esposo? ¿Por qué en las relaciones laborales existen Jefes que dirigen la relación laboral? Y en nuestro tema particular, ¿Por qué hay gobiernos que imparten justicia entre los hombres? ¿Sobre qué base lo hacen, si no es por cualidad moral o soberanía popular?

Las Escrituras son enfáticas: “no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas”. Lo primero que encontramos es la palabra “autoridad” que en griego es exousía, y hace referencia a poder, autoridad. Este poder, o autoridad proviene de Dios. Él es la fuente de autoridad para el ser humano. De hecho, él mismo es la Autoridad suprema. Es inútil tratar de enfatizar esto para un creyente, ya que él lo confiesa públicamente cuando dice “Creo en Jesucristo, Señor nuestro”. Dios es el soberano absoluto. No es el pueblo, ni lo son las personas de autoridad moral. Dios, quien ha creado todas las cosas, es quien las gobierna y dirige por su sola voluntad. Por medio de su poderosa palabra-ley ha dado origen a todo lo que existe, y por medio de esa misma palabra-ley sigue sosteniendo el mundo. Cada día, podemos ver el curso que Dios le ha impuesto a la creación, y podemos estar seguros de que aunque el mundo entero se le oponga al Señor, Él sigue gobernando sobre esta creación. Nada escaba a su decreto, todo, incluidas las leyes impuestas a la naturaleza y las normas sociales, políticas y económicas, son el ejercicio del gobierno y la autoridad divinos. En un estado no caído, el hombre hubiera sido gobernado como uno solo, directamente por Dios, en una teocracia, pero debido a la caída, el Señor instauró las diferentes naciones (Hch. 17) y les dio gobiernos para impartir justicia.

Nuestro Dios soberano delega entonces su autoridad absoluta en hombres finitos y limitados para poder impartir justicia entre los integrantes de una nación. Por ello las Escrituras dicen que “no hay autoridad sino de parte de Dios”. Ningún ser humano tiene el derecho (ni autoridad moral) para gobernar o tener autoridad sobre otros seres humanos. El único que tiene este derecho es Dios, pero como hemos dicho, él delega esta autoridad a lo que llamamos “Gobierno”. Los gobiernos han sido establecidos por Dios para defender los intereses de sus ciudadanos frente a sus enemigos, pero sobre todo, para vigilar que exista justicia en las relaciones sociales. “Por mí reinan los reyes, y los príncipes determinan justicia. Por mí dominan los príncipes, y todos los gobernadores juzgan la tierra.” Prov. 8:15 El Señor es muy claro cuando establece que ninguna autoridad existe en el mundo si no viene de arriba, de hecho Cristo le dijo a Pilato: “Ninguna autoridad tendrías contra mi, si no te fuese dada de arriba” (Juan 19:11). La autoridad del gobierno, y por tanto de los gobernantes, jueces, policías, etc., viene de Dios.

La autoridad que el Señor le ha dado al gobierno no se extiende a todo lo que existe. El gobierno no tiene autoridad para educar a las familias, lo único que tiene que hacer en la educación, es crear las condiciones para que la educación esté al alcance de todos. Pero él no es el encargado de educar. LA autoridad que el gobierno tiene no es para generar empleos, sino para crear condiciones de seguridad y justicia que hagan a las ciudades atractivas para los inversionistas. LA autoridad del gobierno no es para dar salud, el Señor ha establecido médicos y personas encargadas de ello.  Por ello, como lo hemos venido diciendo, la impartición de justicia, es la principal tarea del gobierno. En las Escrituras se maneja como el “poder de la espada” o como dijo Pablo: no en vano lleva la espada. De esta manera contrarresta el libertinaje y la transgresión. Su propósito es castigar a los malhechores y premiar a los buenos. Aunque los apoyos económicos sean muchos para los mayores y los jóvenes, si los crímenes se aumentan en un país, eso significa que el gobierno está fallando en su tarea.

-          Los gobernantes son servidores de Dios (no servidores de la nación, la patria es primero)

Este punto seguramente puede ser claro para nosotros. Si Dios es el Señor soberano, todos los gobernantes y los gobiernos, deben ser vistos como siervos de Dios. Pero en realidad no es tan claro como creemos. De hecho muchos de nosotros nos encontramos inmersos en ideas y pensamientos anticristianos sin darnos cuenta. Morelos, por ejemplo, cuando le ofrecieron el título de Alteza Serenísima, declinó para llamarse a sí mismo Siervo de la Nación. Hoy, también hay quienes son llamados por el gobierno en turno “servidores de la nación”. Incluso no falta quien piensa que “la patria es primero”, antes que cualquier compromiso religioso o familiar. La prioridad de la vida es la patria, el centro alrededor del cual hemos de construir la vida nacional, es la patria, y no el Reino de Dios. Por ello debemos ser conscientes de la visión que ha cautivado nuestro corazón respecto al gobierno o los gobernantes.

Las Escrituras en Romanos 13 nos dicen que las autoridades son “siervos de Dios”. Al decir que nuestras autoridades son siervos de Dios, ellos deben reconocer dos cosas, que el Señor está por encima de ellos, y que tienen un deber hacia Dios. Tristemente en nuestro País los gobernantes y autoridades, incluidos jueces y policías, son vistos y se ven a si mismos, como siervos de la nación, o incluso como amos de la nación. Como si ellos fueran los dueños, o como si estuvieran en el cargo, para hacer la voluntad de la gente. No es así mis hermanos, debemos empezar a ver el gobierno como siervos de Dios, ellos están ahí para hacer la voluntad de Dios, y responder delante de Dios por la tarea que les ha sido asignada.

Son siervos de Dios para dos cosas: Para nuestro bien y para castigar al malvado. El que practica la justicia y por tanto guarda la ley de Dios no tiene razón para temer el castigo que puede traer el gobierno. Los hombres y mujeres creyentes están en la obligación de cumplir las leyes que dicta el gobierno, porque son impuestos por Dios a nosotros. Sin embargo, cuando estas leyes van en contra de la voluntad de Dios, no solo está permitido, sino que es mandato desobedecer a las autoridades. Porque una vez que las autoridades han dejado de estar sujetas al Señor, se convierten en monstruos que atentan al gobierno de Dios.

El gobierno está para infundir temor al malvado. En cierto grado puede verse aún, cuando los criminales que están planeando algún mal, ven la patrulla pasar y se detienen. Pero cuando el crimen está tomando las calles, y tiene bajo su control, armas y toda clase de violencia, es deber del gobierno imponerse, y castigar a los malvados. La espada que lleva el Estado no debe llevarla en vano, debe usarla, para imponer no su voluntad, sino la voluntad de Dios, que el malvado no prospere y el justo sea alabado. De esta forma el Señor le proporciona al hombre el juicio sobre otros seres humanos, no como un medio de enseñorearse de ellos, sino como un medio para servir al Señor.

Es necesario que como cristianos entendamos que la tarea del gobierno es muy específica, procurando la paz entre los hombres, trayendo justicia en las relaciones. Así como la labor d ela iglesia es propiciar la fe, y la de la familia, la confianza, la labor del gobierno es procurar el bien común de los ciudadanos a través de la impartición de justicia.  

-          El llamado del creyente a la política

¿Qué debemos hacer entonces como cristianos?

1.      Aplicar estos principios a nuestra visión del gobierno: Dios es la fuente de autoridad, no el pueblo o la moralidad. Dios establece el gobierno para impartir justicia. Los gobernantes son siervos de Dios para castigar al malo y proteger al bueno.

2.      Cuando elijamos gobernantes o presidentes, pensemos en las propuestas y principios que guían al candidato, no en si me simpatiza, o es del partido que me gusta o me trae más beneficios, sino en las convicciones que hay en el corazón del partido y el candidato. Especialmente en lo referente a la labor del gobierno.

3.      Involucrarse en la vida política de nuestro país, a través de la difusión de opiniones cristianas acerca de la política, o elaborándolas.

4.      Participar activamente en algún partido político cristiano que se forme o esté en formación.

5.      Apoyar los esfuerzos de los creyentes que incursionan en la política.

6.      Orar para que el Reino de Dios se manifieste en la vida política de los cristianos.

 

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