GÉNESIS 13
Pastor Raymundo Villanueva
Durante el mes de de marzo estudiamos la sección que va de Génesis 9 hasta el 12, bajo el tema general de “El Futuro de las Naciones”. Comprendimos que después del diluvio el ser humano se empecinó en edificar la ciudad del hombre, ejemplificada por la Torre de Babel, que simboliza el deseo perverso de querer ser como Dios. A su vez, vimos cómo el Señor frustró estos planes, dividiendo a la humanidad, y llamando a un hombre a salir de esta cultura, Abram. El señor tiene un propósito, quiere hacer de Abram un tipo de Cristo, una anticipación de lo que vendría a hacer Jesús en el mundo. Le dice: “serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. Sí, nuestro Señor sigue preparando el camino para la venida de aquél que aplastaría la cabeza de la serpiente, liberándonos para poder ser un pueblo que le ame y honre en la ciudad de Dios. Durante este mes estaremos estudiando los capítulos 13-15 de Génesis, bajo el título general de Creyéndole a Dios. Así que yo te invito a escuchar atentamente y recibir esta palabra en tu corazón, porque es tiempo de que aprendas a creerle a Dios.
1. EN LA RIQUEZA
Abram había ido a Egipto, como recordarán, y ahí aprendimos que la fuerza de Abram no era suficiente para sostener el pacto, por eso dijimos que la promesa del Señor iba a ser firme por el poder de Dios. Si Dios iba a bendecir a todas las naciones, lo haría por su poder, por su gracia, no por la entereza de carácter en Abram. Al salir de Egipto Abram llevaba consigo a su mujer y todo lo que tenía, también iba Lot, su sobrino.
Pero es de notar la descripción que se hace de Abram, se nos dice de él que era riquísimo en ganado, en plata y en oro. Esto no quiere decir que mágicamente al salir de Egipto se encontrara mucho oro, plata o ganado, lo que quiere decir es que Abram había hecho negocio con los egipcios, había comerciado, y se había enriquecido. De hecho su capacidad de generar riqueza es asombrosa, Abram sabe cómo hacer negocios, entiende las normas de Dios para la vida económica y vive en consecuencia. Sabe aprovechar oportunidades cuando las ve, y sacar el máximo provecho de sus circunstancias.
Pero pastor, “ser rico es malo, porque los ricos aman el dinero”. “Los ricos son orgullosos y solo buscan su propia gloria ¿no se supone que el evangelio dice “bienaventurados los pobres”? Jesús alaba a los pobres porque ellos dependen de Dios” Esas son las ideas comunes, pareciera ser que la riqueza trae consigo maldición, pero vemos al hombre de Dios, a aquél que simboliza a Cristo, con gran riqueza, de hecho se le describe como “riquísimo”. Debes entender que ser rico o riquísimo, no es pecado, en cambio es algo encomiable, y deseable. Tener riqueza nos permite ayudar a otros que padecen necesidad. También genera empleos, y mayor riqueza, no solo para el dueño, sino para todos los involucrados en el trabajo. La riqueza, es un don de Dios y debe ser tratada como tal. Los dones que el Señor nos da son para desarrollarlos a su servicio, ponerlos para su gloria y honor, la riqueza mis amados hermanos, es parte de ese desarrollo. El trabajo da su producto, nos enriquece, nos hace coparticipes en la obra de Dios en este mundo. Amado hermano, trabaja, desarrolla, implementa para la gloria de Dios,y no te sientas culpable de ganar el dinero que el Señor te da, mira lo que nos dice Eclesiastés: “Aun así, he notado al menos una cosa positiva. Es bueno que la gente coma, beba y disfrute del trabajo que hace bajo el sol durante el corto tiempo de vida que Dios le concedió, y que acepte su destino. También es algo bueno recibir riquezas de parte de Dios y la buena salud para disfrutarlas. Disfrutar del trabajo y aceptar lo que depara la vida son verdaderos regalos de Dios. A esas personas Dios las mantiene tan ocupadas en disfrutar de la vida que no pasan tiempo rumiando el pasado.” Eclesiastés 5:18-20)
Jesucristo dijo: “Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas!” (Marcos 10:23-25). No solo los ricos confían en las riquezas, y eso lo entendieron los discípulos, así que preguntaron, ¿Quién puede ser salvo entonces? Es cierto mis amados hermanos, todos somos culpables de confiar en las riquezas, de descansar en el pago que “caerá”, todos queremos escuchar la frase “ya depositaron” y al escucharla sentimos un alivio que recorre nuestro ser, haciéndonos creer que todo estará bien ahora, porque ya depositaron. O quizá pienses que como has hecho todo lo que debías hacer, levantarte temprano, esforzarte, trabajar duro, sobre estimas tu labor, y crees que mereces más que otros, eso mi amado amigo, es confiar en las riquezas. Todos los días, nos encontramos con esta horrible verdad: confiamos más en las riquezas que en Dios.
Precisamente por ello Abram regresa a un lugar muy especial, un lugar que le recuerda las promesas de Dios. Regresó al altar que había edificado entre Bet-el y Hai. Ahí donde el Señor le había dicho “A tu descendencia daré esta tierra” adoró y se postró delante del Señor. Nos dice “invocó el nombre de Jehová”. Reconoció que todo lo que él tiene es producto de la bendición del Señor, y que el centro de su vida, no se encuentra en la riqueza, sino en su Dios. Creerle a Dios en la riqueza implica que tu y yo reconozcamos que todo lo que hacemos, el producto de nuestro trabajo, las recompensas que podamos recibir, provienen en realidad de la mano providente y amorosa de nuestro Dios. No invocamos a la quincena, o el jornal, no invocamos al salario mínimo, ni clamamos a ndie más. Invocamos el nombre de Dios, Jehová, el Dios fiel y guardador del pacto. Invocar el nombre de Dios nos recuerda que el Señor nos dará todo lo que necesitemos. Que él es nuestro galardón, nuestra esperanza, y nuestro refugio. Nuestra seguridad no es un sistema de pensiones muy promisorio, ni lo mucho que podamos aportar a nuestra afore, ni siquiera, las inversiones que podamos realizar, nuestra esperanza está en el Señor. Disfruta los dones que el Señor te ha dado para su gloria y honor, y multiplícalos para que otros puedan también gozarse contigo.
2. EN LA POBREZA
La riqueza de Abram era inmensa, pero Lot también se había enriquecido, él se dedicaba más a las ovejas, vacas y tiendas. A tal grado era su riqueza que tenía gente a su cargo, pastores que cuidaban sus rebaño. Tanto abram como lot tenían muchas posesiones, y la tierra aunque era amplia no era suficiente para tanto. A su vez, hubo contienda ente los pastres el ganado de Abram y los psatroes del ganado de Lot. Los pastos no eran suficientes, los pozos de agua no daban para todos, entonces peleaban entre ellos. Pero un peligro más los acechaba, y es que el cananeo y el ferezeo habitaban ahí en ese teimpo. Esto hubiera implicado que al ver las rencillas entre los pastores de abram y lot, sus enemigos tomarían ventaja y los atacarían. Esta situación no es muy agradable para ningún comerciante.
Abram lo sabía así que toma una decisión, se acerca a su sobrino y le recuerda que son familia, y que no deben pelear. Que es mejor evitar un problema que se haría más grande con el tiempo. Y hace algo muy interesante, Abram le dice lo siguiente: “¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda.” En primer lugar Abram está siendo muy bondadoso con Lot, la costumbre de aquél tiempo era que el mayor tomara en primer lugar la decisión, pero aquí él mismo cambia el orden social establecido, y le permite a su sobrino escoger en qué tierra morar. En segundo lugar, me llama la atención que Abram actúa como siendo el dueño de toda esa tierra. Básicamente está decidiendo según el pacto del Señor, “esta es la tierra de Abram”, así que ve a la tierra que mejor te parezca Lot, no lo está corriendo de su tierra, sino que le stá ofreciendo alguna parte de ella. Abram aún no había recibido la tierra de manos del Señor, de hecho, vivió como extranjero en ella toda su vida, sin embargo, él ya se consideraba poseedor de esa tierra, así de reales deben ser las promesas de Dios en nuestras vidas hermanos, el Señor lo ha dicho, y yo lo creo y vivo en conformidad a ello.
¿pero qué hizo Lot? Los versículos 10-13 no explican lo sucedido. Cuando Lot comenzó a ver cuál sería la porción que tomaría, él vio una región floreciente, fructífera y llena de vida. Era una región aledaña al Jordán, un valle hermoso, descrito como si fuera el Edén o Egipto, por sus tierras llenas de ríos y valles fértiles. Y Lot escogió esa zona, y dejó todo lo demás, toda la región árida y seca para su tío. Así que Lot comenzó a viajar hacia el oriente, dejó a su tío, apartándose de él. Abram se quedó en la tierra de CAnaan, mientras que Lot habitó en las ciudades de la llanura, y se fue acercando cada vez más a Sodoma, donde los hombres eran malos y pecadores contra Jehová en gran manera.
¿Qué quiere decir esto? Una cosa muy sencilla pero a la vez, muy trágica, “Lot buscaba enriquecerse lejos del pacto de Dios con Abram”. Comparto con ustedes la explicación que hace S. G. de Graaff de esta sección: “Evidentemente no asignaba gran valor a la promesa. Solamente le interesaba usar la tierra de Canaán a su propia manera sin tener en cuenta la promesa y bendición dadas a Abram. Con esa actitud obró desmedidamente al escoger la mejor parte para sí mismo. Una Canaán separada de la promesa hecha a Abram es una Canaán separada del Cristo que nacería de los lomos de Abram. Todo aquel que posee algo separado de Cristo, y que no le agradece su posesión, en realidad no la posee. No puede disfrutarlo realmente porque siempre está buscando algo mejor. Lot rápidamente escogió la mejor parte de Canaán, pero nunca pudo disfrutarla. Lo mismo ocurre con personas que no agradecen al Señor Jesucristo por todo lo que tienen. Cuando tratan de enriquecerse a expensas de otros, pierden la verdadera paz y alegría”
Así Lot deja a un lado la maravillosa promesa que Dios había hecho a su Tío y se aparta de él. La bendición de Abram, no es Abram mismo, sino por la promesa que el Señor le había hecho. Dejar a un lado la promesa es dejar a un lado todo aquello que Dios tiene para nosotros, y especialmente significa hacer alianza con el mundo que se ha entregado a una vida de disipación y pecado. Sería un error pensar que esta historia nos enseña que un creyente deba tolerar y aguatar toda clase de engaños, de hecho un creyente en el Señor debe luchar con todo su ser por su lugar en esta vida, pero confiando que Dios está con él en todo lo que hace.
3. EN CRISTO
Abram se había quedado en una posición económica muy poco ventajosa. La porción de la tierra que le tocó, no era “muy buena”. Ahora se había hecho real aquella frase del Señor “deja a tu tierra y tu parentela”. Se había quedado solo completamente. Ya no tenía a su sobrino, quien hubiera podido heredar todo lo que tenía, y tampoco tenía una tierra floreciente a su disposición. Solo le quedaba su esposa y la promesa del Señor. Así, el Señor viene a Abram y habla a su corazón diciendo una palabras que seguramente resonaron fuertemente:
“Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré.”
Sí mis hermanos, quizá Abram había quedado en una posición nada ventajosa, pero tenía algo maravilloso, la seguridad de que Dios cumplirá su promesa. El Señor le prometió dos cosas, primero que le daría la tierra de Canaan a él y a su descendencia para siempre, y que su descendencia sería innumerable, como el polvo de la tierra que nadie puede contar. El deseo de Abram no era enriquecerse, o utilizar a Dios para obtener aquello que en sus malos deseos anhelaba. Su deseo era ver las promesas del Señor cumplidas en sus vida. Esta promesa tiene un cumplimiento temporal en el pueblo de Israel, quienes reciben la tierra de Canaan, de manos de Josué. La habitaron hasta que en el año 70 d. C. fueron expulsados por los romanos con la destrucción de templo de Jerusalén. Uno podría pensar que las promesas del Señor no fueron firmes, pero en realidad tenemos que ver mucho más allá de su cumplimiento histórico y nacional, esta promesa apunta a Jesucristo, quien es la verdadera descendencia de Abram. Él es la simiente de Abram y todas las promesas hechas a Abram, son para él. Así nos lo explica el apóstol Pablo en Galatas 3: 16-17 “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo. Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa.” Sí mi amado hermano, Abram es un tipo de Cristo, anticipa la venida del Señor y anuncia las grandes cosas que hará a favor de su Pueblo.
La promesa hecha a nuestro Señor no solo abarca la tierra de Canaan, sino toda la tierra en sí. Todo el mundo es de Jesucristo. Cuando nuestro Señor Jesucristo resucitó recibió del Padre toda la autoridad que existe en este universo. Recibió todo el derecho de gobernar y dirigir a la humanidad, creyente o incrédula, todo le pertenece a él. “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28), a Él deben sujetarse todos los hombres y mujeres de este mundo, ninguna cosa creada está ajena a su soberano gobierno. Él ha dado su palabra para todas las cosas y con su Palabra gobierna, por ello todos los hombres y mujeres deben aprender a obedecer al Señor. De ahí su mandato: “Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos… y enseñándoles todas las cosas que os he mandado”. Todos nosotros debemos empezar a vivir de acuerdo a su voluntad, creyendo por la fe que él murió y resucitó para nuestra salvación.
Todo aquél que cree en Jesucristo se vuelve parte de la descendencia de Abram, es decir, se unen a Jesús. Todos y cada uno de nosotros hemos sido llamados para heredar la promesa del Señor: “Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe”. (Romanos cuatro 13). Si mi amado hermano, el Señor ha prometido que heredaremos la tierra, y no solo que la heredaremos, sino que ya la hemos heredado. El mundo es de mi Dios, y él lo ha entregado a nuestro Señor Jesucristo, quien nos manda servirle en fidelidad con todo lo que hacemos y vivimos. Él hace que esta tierra sea una Canaán para su pueblo, el lugar donde debemos honrarle y servirle con todo lo que somos y hacemos. Nuestro Señor a su vez nos ha prometido cielos nuevos y tierra nueva donde mora la justicia, es decir donde desarrollaremos todo nuestro oficio y llamado en justicia para Dios. El cielo no será un lugar espiritual donde tendremos alas y pasaremos cantando al Señor todos los días, más bien nuestros cuerpos físicos resucitarán y moraremos en la nueva tierra. “El Credo de los apóstoles afirma la resurrección corporal de Cristo y también la nuestra. Su resurrección es la garantía de que nosotros también resucitaremos (1 Cor. 15). Como parte de la buena creación de Dios el mundo material participará de la redención final. En la eternidad, continuaremos cumpliendo el Mandato Cultural, aunque sin pecado –creando cosas hermosas y beneficiosas a partir de las materias primas de la nueva creación de Dios. Esto significa que toda vocación válida tiene su réplica en el nuevo cielo y nueva tierra que darán a nuestra obra eterna importancia”. Nancy Pearcey. VT, Pg. 93
Sí mi amado hermano, todo nuestro servicio, desde hoy y hasta la eternidad tiene valor delante de Dios, y ¿cómo puedes beneficiarte de esto? Unicamente por la fe. Como Abram que se despojó de la autoconfianza y seguridad que le podían proporcionar las finanzas, la familia o la tierra misma, y le creyó a Dios, confió en que el Señor cumpliría su Palabra. Hoy te invito a descansar en las promesas del Señor, pero sobre todo a creerle, y vivir conforme a esa fe. Jesús dijo a sus discípulos: “De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna.”
Comentarios
Publicar un comentario