Génesis 11
Pbro. Raymundo Villanueva Mendiola
El domingo
pasado terminamos hablando sobre las dos ciudades que existen en este mundo.
Esta idea viene de Agustín de Hipona quien la desarrolló en su libro La Ciudad
de Dios. Sin embargo es netamente bíblico, de hecho, él expresa esta idea a lo
largo de un recorrido por las historias de la Biblia. Hoy pues trataremos de
conocer un poco más la Ciudad del hombre, su motivación, y lo que merece ante
el rostro de Dios. Hoy conoceremos lo que comúnmente se llama la Torre de
Babel, y también sabremos el significado de la confusión de lenguas que trajo
el Señor sobre la humanidad. La Ciudad del Hombre la abordaremos bajo dos
premisas: 1. Que está dirigida por el orgullo, la incredulidad y el temor; y 2.
Que está bajo el juicio de Dios.
1.
La
dirige la incredulidad y el temor
El desarrollo
cultural, insisto, es parte del mandato que el Señor dio al hombre desde el
principio. La humanidad a lo largo de los siglos ha estado implementando
maneras de sacar mejor provecho a las leyes dadas por el Creador. De hecho,
dichas leyes siguen día a día rigiendo nuestras vidas y siendo utilizadas por
el hombre para desarrollar el potencial del mundo de Dios. De hecho el
versículo 1 nos deja claro que la razón de que el hombre pudiera realizar todas
estas cosas con mayor facilidad era la comunicación que existía entre los
hombres de aquél tiempo. La humanidad tenía una sola lengua, y unas mismas
palabras. Es decir, el idioma que todos hablaban era el mismo. Existía unidad a
través del lenguaje. Los lazos humanos se estrechaban gracias a la capacidad de
entenderse mutuamente. De hecho, el que podamos comunicarnos es base para la
interacción social. Por eso, existen intentos de hablar de un lenguaje
universal (como las matemáticas), o incluso existe el deseo de hablar de tal
forma que incluyamos a todos (lenguaje inclusivo), existen también símbolos
universales que permiten la comunicación sin palabras, el lenguaje es
fundamental para la existencia de la convivencia social. Y el idioma es un
aspecto del lenguaje, tener un solo idioma para todos facilitó ampliamente la
comunicación y la acción de los hombres después del diluvio.
EL movimiento en
masa que se describe en el versículo 2 es notorio, incluso parece que el hombre
está queriendo cumplir el mandato del Señor de llenar la faz de la tierra. Pero
inmediatamente nos informa que el hombre no solo migró en masa, sino que en
masa también se asentó en un lugar. Toda la multitud que migró lo hizo a la
tierra de Sinar. Sinar es la región que comprende Mesopotamia, la actual Irak,
y en su momento Babilonia. Dice la Escritura que ahí se establecieron. No
tenían la intención de salir de ahí, de expandirse ni siquiera un poco.
Además hicieron
algo que me parece sorprendente. En lugar de utilizar piedras para la
construcción, que de hecho en ese territorio no eran muy abundantes, empezaron
a crear ladrillos de arcilla secados al sol o en hornos. ¿Por qué es sorprendente?
Porque las Escrituras están testificando el continuo desarrollo cultural que
necesariamente hace el hombre. ES decir, en el territorio de Mesopotamia no es
tan común la piedra para construcción, ya que no abunda, sin embargo, sí abunda
la arcilla. El hombre, conociendo su entorno domina sobre los diferentes
aspectos que Dios ha creado, y toma la arcilla y la convierte en ladrillos para
poder crear edificaciones. Los ladrillos tienen la característica de poder
soportar mayor peso y mayores alturas cuando se trata de construir. El hombre,
parece que está desarrollando el mundo, tal y como el Creador desea.
Pero no cantemos
victoria, recordemos que el pensamiento del corazón del hombre, es de continuo
solamente el mal. Si somos conscientes de ello, entonces no sonará muy bien la
siguiente fórmula: corazón perverso (mas) dominio de la tierra (más)
comunicación efectiva, no puede ser bueno. Y efectivamente así es.
El versículo
cuatro explica lo que había en su corazón: “Vamos, construyamos una gran ciudad
para nosotros con una torre que llegue hasta el cielo. Eso nos hará famosos y
evitará que nos dispersemos por todo el mundo”. Quiero poner atención a dos
cosas en este punto, el orgullo y el temor. Ellos estaban siendo guiados por el
orgullo, el deseo de fama, de gloria, de grandeza. La edificación de la torre y
de la ciudad tiene un propósito, que ellos sean conocidos en todo el mundo. Por
otro lado, también los guía el temor, ellos deseaban mantenerse unidos, parece
que pensaban que su fuerza estaba en su unidad, y si de alguna manera eran
dispersados perderían su poder y fuerza. Pero, ¿por qué? Y aquí es donde quiero
detenerme un poco más.
No querían
separarse porque temían a Dios, pero no con el temor que provoca obediencia,
sino con el temor que paraliza y separa. Porque ellos no confiaban en las
promesas de Dios. Como recordarás, en el capítulo 9 se nos explicó el Pacto por
la vida, Dios había prometido que Noé y todos sus descendientes serían
protegidos de los ataques de las bestias, e incluso del asesinato por otros
hombres. Dios había prometido que nunca destruiría a la humanidad otra vez.
Pero la humanidad no creía en Dios, no confiaba en su Palabra, en sus promesas.
Y es que la
cultura humana está construida sobre el fundamento de la Incredulidad. No
creemos en Dios. La humanidad constantemente trata de ocultar la verdad
(Romanos 1) y de alejar el corazón de su meta última: la gloria de Dios. Así,
el hombre realiza su labor sin tomar en cuenta los mandatos y soberanos
decretos que el Señor ha establecido, no toma en cuenta a Dios y por tanto se
entrega al temor y al orgullo. Porque una vez que has dejado a un lado la
protección el cuidado que Dios tiene sobre su pueblo, te quedas solo en el
valle de sombra y de muerte, sin Pastor, sin Dios, sin protector. Cuando nos
quitamos de debajo de las alas del altísimo, y dejamos de morar bajo la sombra
del omnipotente, entonces las plagas llegan a nuestra morada, la muerte nos
asecha, y los dolores y aflicciones de esta vida nos hacen temblar de miedo.
Así que ideamos formas para protegernos, creemos que de alguna manera el
dinero, los muchos víveres, o las diferentes acciones para nuestra protección
serán suficientes. Pero olvidamos que si Jehová no edifica la casa, en vano
trabajan los que la edifican, o que si Jehová no cuida por nuestras vidas, en
vano nos resguardamos en casa y aplicamos gel antibacterial. Una vez que tu has
abandonado la confianza en el Señor, el temor se apodera de ti y de nuestra
sociedad. Si no me crees, mira lo que está sucediendo con las llamadas “compras
de pánico”, donde lo único que es importante es la supervivencia personal, y no
el amor al prójimo.
A su vez, cuando
no nos sometemos gustosos a la voluntad de Dios, y no obramos según sus
mandatos, tenemos algo que se llama orgullo, o enaltecimiento humano. Es decir,
una vez que hemos dejado de estar arrodillados en obediencia al Señor, buscamos
ser el más grande, el más poderoso, el más fuerte. Queremos lograr fama para
que seamos recordados. Deseamos pasar a la historia, ya sea dentro de la
familia, o socialmente, como alguien que es digno de ser recordado. Queremos
crear un nombre, hacer algo por lo que nos recuerden, dejar nuestra huella,
marcar de alguna forma la vida de los demás. Algunos tratan de ser amados pro
todos, otros tratan de ser temidos, pero todos buscan lo mismo, un nombre. Algo
que los identifique entre los demás. Precisamente eso sucede cuando hemos
dejado a un lado la grandeza que Dios nos da. Lo que Él demanda de nosotros no
es grandeza, sino servicio. Devoción a Él en todo loque hagamos. Él demanda dos
cosas de nosotros, que lo amemos con todo nuestro corazón y que amemos a
nuestro prójimo como a nosotros mismos, es decir que le sirvamos a él y
sirvamos a nuestro prójimo. Y que busquemos únicamente Su gloria y Honor,
porque solamente Él es digno de recibirla, de ser exaltado y adorado. El único
que es y debe ser el centro de toda la existencia es Dios, no el hombre y sus
muchas labores.
2.
Está
bajo el juicio de Dios
Así que el
hombre se ha propuesto, lejos de Dios, crear una torre que llegue hasta el
cielo. El versículo 5 me parece muy interesante, dice que “Jehová descendió
para ver la ciudad y la torre”. En el hebreo la expresión es irónica, ya que
ellos querían edificar una torre que llegue hasta el cielo, pero a la vista de
Dios es algo minúsculo, tanto que tiene que descender para verla. Esto no tiene
nada que ver con la omnisciencia divina, más bien, es una figura que el autor
utiliza para expresar una burla hacia la ciudad y la torre que estaban
edificando los hombres. Esa obra tan grande a los ojos del hombre, es minúscula
e irrisoria ante los ojos del Altísimo.
En el siguiente
texto el Señor hace un análisis de la situación, la solución que Dios da no es
destruir a la humanidad como en el diluvio, sin embargo debe poner un freno a
la maldad humana. De continuar unidos como están su maldad no tendrá límites.
Así que Dios en su gracia común no cambia el corazón, pero cambia las
circunstancias del hombre. Pronunciando un juicio sobre la humanidad. Él afirma
que él mismo confundirá la lengua de los hombres, para que no se entiendan
entre sí, y desistan de su empeño.
El obrar de Dios
es impresionante, porque esta obra es una obra de la gracia de Dios, ahí él
manifiesta su misericordia al no destruir al hombre, pero juzga rectamente
cuando los separa, confundiendo sus lenguas. Dando origen así a los diferentes
idiomas que existen hoy. La humanidad tiene profundas dificultades para
entenderse mutuamente, enfatizan tanto las diferencias que hace imposible la
comunicación efectiva. De hecho, aún teniendo canales de comunicación,
traducciones y demás herramientas, la comunicación sigue siendo difícil, las
malas interpretaciones, la falta de palabras que expresen ideas provenientes de
otros idiomas, hace difícil que la causa común de la humanidad, el surgimiento
del súper hombre, se lleve a cabo. El Señor no permite que la humanidad se
condene más, la detiene, refrenando su impulso de autoproclamarse dios.
Y así fue, la humanidad fue confundida. De repente no se entendían mutuamente, no
comprendían el hablar del otro así que no pudieron continuar con la
construcción. Su obra quedó como un monumento a la confusión. Por cierto, dato
interesante, Babel quiere decir “puerta del dios”, ese era el nombre que le
habían puesto a la ciudad, incluso es de notar que Babilonia eso ejemplificaba,
por lo menos para sus habitantes. Babel era la puerta del dios, sin embargo las
Escrituras hacen un juego de palabras, aplicando otra vez la ironía, burlándose
de ese nombre, dice que la ciudad fue llamada Babel, porque Jehová balal las
lenguas. Una palabra hebrea que quiere decir confundir. La que debería ser la
pierda del dios, ahora era solo una confusión.
El hombre fue
obligado por Dios a cumplir su voluntad, a llenar la tierra y sojuzgarla. Él
domina sobre los caminos del hombre. Y desde entonces Babel o Babilonia se
convirtió en el símbolo de la ciudad del hombre, es decir, de toda la cultura
que el hombre realiza para su propia gloria. Ella vuelve a aparecer en el
Apocalipsis como Babilonia la grande, quien ejemplifica a todos los pueblos que
se oponen al Señor y que son guiados por su incredulidad. La humanidad está
dividida por sus idiomas, pero su deseo sigue siendo el mismo, ir en contra de
Dios.
CONCLUSIÓN: La
Ciudad de Dios unida por el Espíritu
Una vez que Dios
ha confundido a la humanidad, separando a los hombres en diferentes lenguas,
pareciera que la unidad es imposible de alcanzar. Pareciera que una vez que la
división está hecha ya no hay forma de ir para atrás. Pero en realidad Dios ha
unido una vez más a todos los pueblos bajo su sombra. Él nos ha unido por medio
de la fe en Cristo Jesús. Cristo, nuestro Señor ha roto las paredes de división
que existían entre la humanidad, el idioma, el deseo de supervivencia, la fama,
todo es puesto a un lado, cuando nos sometemos en fe a nuestro Señor
Jesucristo. Él murió en la cruz para eliminar todas la diferencias que existían
entre los hombres, haciendo que hombres y mujeres puedan ser uno en él, su
unidad ya no la encuentran en la unión sexual del matrimonio, sino en Cristo, quien hace de los
dos sexos, colaboradores en el Reino. Murió en la cruz para que las diferencias
raciales y de idiomas fuesen puestas a un lado porque en él ya no hay judío o
gentil, sino cristianos. Por medio de la cruz él hace que los trabajadores y
los patrones se sirvan mutuamente, porque tienen un solo Señor, Jesucristo. La unidad de la humanidad ya no la buscamos en algún sistema de pensamiento o
filosofía, tampoco en el poder económico, o el desarrollo tecnológico. Nuestra
unidad se encuentra en cristo Jesús, Señor nuestro.
Cuando la iglesia
del primer siglo recibió el Espíritu Santo, Él quitó toda barrera del lenguaje
para que todos pudiesen someterse una vez más al Señor. LA obra del Espíritu no
radica principalmente en hablar en lenguas, hacer profecías o milagros
espectaculares, más bien, en su presencia que une al pueblo de Dios con Cristo
su Señor. El Espíritu nos une con Cristo, y entre nosotros también. Durante
esta cuarentena que estaremos guardando en nuestros hogares quiero recordarles
que nuestra unidad no está en algún edificio, o alguna clase de membresía en la
iglesia, nuestra unidad radica en que Cristo Jesús es nuestro Señor, y que
delante de Él estamos todos los días, no solamente los domingos, sino cada
momento de nuestra existencia. Tú y yo estamos unidos en Cristo Jesús, sí, unos
a otros, pero especialmente con Él. Efesios nos lo expresa de mejor manera
(capítulo cuatro).
“Por lo tanto,
yo, prisionero por servir al Señor, les suplico que lleven una vida digna del
llamado que han recibido de Dios, porque en verdad han sido llamados. 2 Sean
siempre humildes y amables. Sean pacientes unos con otros y tolérense las
faltas por amor. 3 Hagan todo lo posible por mantenerse unidos en el Espíritu y
enlazados mediante la paz. 4 Pues hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, tal
como ustedes fueron llamados a una misma esperanza gloriosa para el futuro. Hay
un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, quien
está sobre todos, en todos y vive por medio de todos. No obstante, él nos ha
dado a cada uno de nosotros un don[a] especial mediante la generosidad de
Cristo. 8 Por eso las Escrituras dicen: «Cuando ascendió a las alturas, se
llevó a una multitud de cautivo y dio dones a su pueblo». Fíjense que dice
«ascendió». Sin duda, eso significa que Cristo también descendió a este mundo
inferior. 10 Y el que descendió es el mismo que ascendió por encima de todos
los cielos, a fin de llenar la totalidad del universo con su presencia. Ahora bien,
Cristo dio los siguientes dones a la iglesia: los apóstoles, los profetas, los
evangelistas, y los pastores y maestros. 12 Ellos tienen la responsabilidad de
preparar al pueblo de Dios para que lleve a cabo la obra de Dios y edifique la
iglesia, es decir, el cuerpo de Cristo. 13 Ese proceso continuará hasta que
todos alcancemos tal unidad en nuestra fe y conocimiento del Hijo de Dios que
seamos maduros en el Señor, es decir, hasta que lleguemos a la plena y completa
medida de Cristo.
Entonces ya no
seremos inmaduros como los niños. No seremos arrastrados de un lado a otro ni
empujados por cualquier corriente de nuevas enseñanzas. No nos dejaremos llevar
por personas que intenten engañarnos con mentiras tan hábiles que parezcan la
verdad. 15 En cambio, hablaremos la verdad con amor y así creceremos en todo
sentido hasta parecernos más y más a Cristo, quien es la cabeza de su cuerpo,
que es la iglesia. 16 Él hace que todo el cuerpo encaje perfectamente. Y cada
parte, al cumplir con su función específica, ayuda a que las demás se
desarrollen, y entonces todo el cuerpo crece y está sano y lleno de amor.”
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