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LA CIUDAD DE DIOS


Génesis 12
Pbro. Raymundo Villanueva Mendiola

El domingo pasado conocimos el fundamento y el final de la ciudad del hombre, supimos acerca del juicio que el Señor derramó sobre esta cultura. La ciudad del hombre buscaba la grandeza, y ser recordada, pero lejos de Dios, por ello el Señor la condenó a traer confusión y a ser confundida en sus lenguas. La humanidad se dividió en los diferentes idiomas que hablamos, y ello propició que el gran proyecto del super-hombre quedara inconcluso. Pero es de notar que a pesar de que la humanidad sigue queriendo desarrollar su cultura lejos de Dios, el Señor está separando a hombres y mujeres para que formen parte de su Ciudad, y no solamente eso, sino que en este capítulo 12 de Génesis el Señor nos muestra lo que será el fundamento y el sostén de la Ciudad de Dios. Esta ciudad está unida por el Pacto, y sostenida por el poder de Dios.

1.      Está unida por el Pacto

El capítulo 12 de Génesis comienza hablando sobre Abram, quien vivía en Ur de los caldeos junto con su padre Taré. Abram estaba casado con Sarai, quien era estéril. Tenía también un sobrino llamado Lot. Ellos, junto con todas sus posesiones salieron de Ur a Harán, donde murió Taré, en camino hacia Canaán. Jehová le mandó entonces a Abram que rompiera totalmente con su tierra, con su parentela y con la casa de su padre, para llevarle a otra tierra. Esto nos hace recordar que la cultura en la que vivía Abram era la de la Ciudad del Hombre, pero Dios estaba apartando a Abram de esa cultura, él tenía que salir de esa cultura y llegar al lugar que el Señor le señalaría. ¿Por qué Abram? No se nos dice absolutamente ninguna razón por la que él podría ser escogido para ser el comienzo de una nueva cultura, sin embargo fue escogido. Ese es el centro de esta historia, no la fe de Abram o lo mucho que le costó seguir al Señor, sino la obra que proviene de la Gracia de Dios, el Señor está obrando a pesar de que el hombre quiere aferrarse a su cultura impía. El Señor, sigue aferrado a su promesa de traer al elegido en la simiente de Sem.

El versículo 2 es muy llamativo porque pareciera que el autor tiene toda la intención de ser irónico, pero con respecto Abram, sino con respecto a la narración anterior de la Torre de Babel. Recordemos que los hombres al desarrollar su cultura, quisieron ser grandes y hacerse de un nombre (11:4) por medio de su ingenio y su propia fuerza. Y lo que nos dice el verso dos del capítulo 12 es que estas cosas únicamente las obtendrá quien tiene la bendición de Dios. Abram, no se volvería, ni llegaría a ser una gran nación, sino que Dios haría de él una gran nación, y lo bendeciría. Su nombre sería famoso, y él sería bendición para otros. Este texto tiene una connotación profética, porque claramente hace referencia a la nación que engendraría Abram, la nación de Israel. El pueblo que el Señor señaló para ser el depositario de la promesa y traer al ungido del Señor a este mundo. La Ciudad de Dios, una cultura dirigida para su gloria, estaba comenzando a existir una vez más. Ya anteriormente habíamos comentado que la Bendición radica en recibir el favor del Señor en todo lo que hacemos, pero especialmente dentro de la relación de pacto que él establece con nosotros.

El versículo 3 señala que el Señor bendice no solo a Abram, sino a todos aquellos que son partícipes de la fe de Abram, pero también todo aquél que rechaza la fe de Abram, está maldecido por Dios. No es un conjuro mágico, sino una frase que muestra la unión o separación que hace el Señor en el mundo. Bendición o Maldición son los dos caminos que el Señor tiene preparados para los hombres, dependiendo el camino que sigan estos. Todos aquellos que escogen el camino de Abram, reciben la bendición del Señor. Mientras que los que se oponen están bajo maldición.

Pero hay algo más en este versículo, nos dice “y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. Son grandes la promesas del Señor, solo un Dios grande puede hacerlas. Y aquí es donde tú y yo, que no somos judíos, encontramos la gracia de Dios. A veces en campos de verano, o escuelas bíblicas de vacaciones, se hace un excesivo énfasis en “te bendeciré y serás bendición”, peor obviamos y olvidamos esta última frase, y ella es la que nos conecta con Cristo. Abram no solo era una presencia que influenciaba su entorno social, económico y político, para traer bendición espiritual. En los últimos días he escuchado a pastores que se expresan acerca de la oración, como si esta fuera una manera de influenciar mágicamente nuestro entorno y cambiar las circunstancias. Debemos ser cuidadosos, porque la presencia del hijo de Dios, o la oración no es un medio para cambiar las circunstancias, como si de una influencia mágica se tratara.

La bendición de la que está hablando aquí se refiere, como ya lo dijimos, a estar dentro del pacto, con el favor de Dios en todo lo que hacemos. Y la única forma de entrar en el pacto, de ser parte de él, es a través de Jesucristo, el hijo de Abram, quien dio su vida entera para que nosotros pudiéramos vivir por él. No es por una influencia mágica, (sea presencial o espiritual) sino por el sometimiento del corazón del hombre a Cristo Jesús, que nosotros obtenemos la verdadera bendición. Juan 3:18 nos dice: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.” Esto hace referencia directa a la frase “bendeciré a los que te bendijere y maldeciré al que te maldijere”, pero también a que todas las naciones son bendecidas en Cristo Jesús. En él todas las naciones pueden entrar en el pacto, y de hecho lo hacen. No que todos sean salvos, sino que aquellos escogidos, de todas las naciones, son parte de la Ciudad de Dios, de una cultura que tiene su origen y fundamente en el Pacto que el Señor ha hecho con su Pueblo. Él fue quien llamó a Abram para que dejando todo lo que tenía, su cultura y falsa fe, llegara a recibir la bendición divina, para poder así ser una gran nación, el pueblo de Israel, que nos daría la más grande bendición, para todas las naciones, Cristo Jesús.

Quiero que entiendas algo, no hay absolutamente nada en nosotros mismos que traiga bendición a este mundo, el único que trae bendición es Cristo Jesús. Él es el bendito, y el que bendice a las naciones. Tú y yo no tenemos ningún poder para bendecir a los demás, más allá de la más grande bendición que tenemos, nuestro Señor Jesucristo. Al anunciar su nombre, establecemos un nuevo fundamento para la cultura humana, establecemos una roca firme sobre la cual edificar toda nuestra labor. Esa piedra que los edificadores rechazaron, es la que el Señor ha escogido para ser la roca principal.

2.      Es sostenida por el poder de Dios

Abram obedeció inmediatamente, con él fueron su esposa y su sobrino Lot. Abram tenía 75 años cuando salió de Harán. Fueron a tierra de Canaán y ahí llegaron. Al pasar por esa tierra se le apareció Jehová en la encina More, diciéndole “A tu descendencia daré esta tierra”. Podríamos pensar que esto era burla, puesto que el cananeo habitaba aquella tierra, y que la promesa parecía demasiado lejana. ¿A cuál descendencia si Sarai era estéril? Pero es de notar que no importa lo que piense en su corazón Abram, él responde en fe y construye un altar. Ahí, donde había otros cultos a otros dioses, él adora al Dios verdadero. Al Dios que le está prometiendo que esa tierra que hoy está pisando como extranjero, será suya para siempre. Los altares que construía una y otra vez, hacían memoria no de la promesa de Dios, sino del nombre del Señor, quien es fiel y que ha de cumplir su pacto. Así mis amados hermanos y amigos, este culto no nos recuerda las cosas que podemos obtener de Dios, sino el nombre del Señor, que es Fiel y Verdadero. Nos recuerda que Él es grande y temible, fuerte y poderoso, grande en batalla y digno de ser temido por todos. El culto nos recuerda quién es el dueño de toda nuestra existencia y el que sostiene nuestra vida en sus manos. Dios, quien a través de Cristo Jesús nos ha salvado para ser su preciosa posesión.

Por último, y para enfatizar que esta Ciudad de Dios será sostenida pro el poder de Dios, y no por el hombre, el escritor sagrado nos cuenta otra historia. Hubo hambre en la tierra, entonces Abram se fue a Egipto, que era el granero del mundo en este tiempo. En una conversación muy intima entre Abram y Sarai, él le dijo que era una mujer muy bella, y que los egipcios al verla, iban a querer matarlo para poderla tener a ella. Así que acordaron que dirían que ella era su hermana, de hecho era su media hermana, para poder conservar la vida y que le fuera bien por causa de ella. Lo que Abram pensó efectivamente sucedió. Pero debido a la previsión de Abram, él sobrevivió, pero Faraón se llevó a Sarai, dándole ovejas, vacas, asnos, siervos, criadas, asnas y camellos. Abram estaba utilizando los medios familiares y matrimoniales para enriquecerse, quizá esto él lo interpretaba como muchos lo hacen hoy en día, si las circunstancias se dan, entonces es la voluntad de Dios. Pero eso mis hermanos es un error, no vivimos por las circunstancias, sino por fe en las promesas, por fe en el pacto. Y Dios le había prometido a Abram que lo iba a bendecir, sin egipcios de por medio, y con Sarai como su esposa.

Aquí hay algo que debemos reafirmar, la falta de fe en Abram, y la provisión que hace el Señor. Abram se quiso refugiar en las ventajas que su matrimonio con Sarai le podían granjear, pensó que a través de ella, podría obtener grandes favores. Con ello, sin embargo, puso en riesgo el plan del Señor. Pero el Señor lo ve todo, y vio la flaqueza de Abram, por lo que sostuvo a Sarai de su mano. Me llama la atención el versículo 17, donde se dice que “Jehová hirió a Faraón y a su casa, con grandes plagas, por causa de Sarai, mujer de Abram”. Él Señor está actuando activamente para lograr que el Redentor llegue a este mundo y que sus promesas se cumplan. Todo aquello que tenga que ver con Jesucristo y la obra que Él viene a realizar a este mundo, está bajo la bendición y la protección del Señor, incluido el matrimonio de Abram y Sarai. Faraón conoció esto, lo supo, el Señor le hizo saber, y temió el poder de Dios. Ese poder que trajo plagas sobre Egipto es el mismo poder que hace que nuestro Señor Jesucristo llegue a nuestro mundo como el Salvador.

Así es mi hermano, la redención de este mundo, y la construcción de la ciudad de Dios, no está en nuestras manos y poder, en primer lugar, sino en las manos del Señor Jesucristo, Él y solo Él es el Arquitecto, Él es el constructor, nosotros somos los ladrillos que se van colocando en la gran Ciudad de Dios, la nueva Jerusalén. Mi hermano, podemos descansar en el obrar de Dios, podemos descansar en la gracia de Dios, no porque hayamos orado mucho o leído a montones las Escrituras, sino porque en realidad estamos en Jesucristo, quien con el poder de su resurrección nos trae a novedad de vida para participar, bajo su guía y dirección, en la restauración de este mundo para su Gloria y honor.

CONCLUSIÓN

Hoy quiero que pienses en que somos ciudadanos de la Ciudad de Dios. Formamos parte de ella, hemos sido introducidos a lo que también es llamado “El Reino de Dios”, pero no por nuestro esfuerzo, o por nuestro poder, sino por la Gracia del Señor. Esa gracia ha venido a nosotros por medio de Jesucristo, quien es el heredero de todas las cosas, y por quien el Señor hizo el universo. Él es quien por su muerte y resurrección nos adopta como hijos de Dios, limpiándonos de nuestros pecados para ser siervos útiles en la transformación de este mundo en la Ciudad de Dios. Por su poder los cielos nuevos y la tierra nueva nos son aseguradas, porque es sumamente poderoso aquél que dijo: “He aquí yo hago nuevas todas las cosas”. Porque él, quien en el principio creó los cielos y la tierra, solo con el aliento de su boca, es poderoso no solo para comenzar, sino para terminar la obra que él se ha propuesto. Así que hermano, confía, confía en el Señor y haz el bien.


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