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JEHOVÁ CONTRA EL SINCRETISMO

1 Reyes 18:20-46

Introducción: ¿Has escuchado el término “sincretismo”? Esta palabra describe el intento de conciliar dos opiniones opuestas y hacerlas ver como si fueran la misma. El sincretismo se refleja en muchos aspectos, como el político, social, económico, etc. Cuando aceptamos y asimilamos cosas que no son parte de nuestra identidad o cultura se dice que realizamos un sincretismo. Ahora bien, a lo largo de la historia de Israel también hubo sincretismo, y uno muy peligroso. En nuestro texto no nos damos cuenta de esta situación, más bien pensamos que es una decisión muy directa: o Jehová o Baal, escoge. Como si se diera por sentado que ambos son dioses distintos. Pero te sorprenderá saber que en realidad la situación es muy diferente. Hoy veremos cómo el Señor desenmascaró el sincretismo que estaba realizando el Pueblo e Israel, la nación del norte y se mostró  a sí mismo como el Dios de Israel, el Dios que responde y existe realmente. 

1. EL DIOS BAAL

Quizá nos sirva un poco de contexto. La época que estudiaremos hoy abarca aproximadamente del 874-850 a. C. Acab y Jezabel eran los reyes de Israel en el norte (recordemos que existían dos reinos el de Judá en el sur, y el de Israel en el norte). Acab había hecho alianza con el rey de Tiro a través de su matrimonio con la princesa Jezabel. Estos matrimonios no solo eran un mero convenio producto del amor, sino que unía naciones y religiones en una alianza “pacífica”. En Tiro se adoraba a Baal, de quien hablaremos en un momento, de hecho Jezabel no solo trajo consigo la adoración a su dios, sino que la promovió activamente sosteniendo a los profetas de Baal y Asera (otra diosa cananea) (1 R. 18:18-19). La inclusión del culto a Baal en Israel es narrada en 1 R. 16:31-33 (NTV): “Y como si fuera poco haber seguido el ejemplo pecaminoso de Jeroboam, se casó con Jezabel, hija del rey Et-baal, de los sidonios, y comenzó a inclinarse y a rendir culto a Baal. Primero construyó un templo y un altar para Baal en Samaria. Luego levantó un poste dedicado a la diosa Asera. Acab hizo más para provocar el enojo del Señor, Dios de Israel, que cualquier otro de los reyes anteriores de Israel.”

Baal y Asera son dos dioses cananeos de la fertilidad. La palabra Baal quiere decir “señor”. Era un dios de la tormenta, que traía la abundancia a las cosechas, pero también es descrito como rey del cielo y de la tierra. De hecho cuando se le representa de manera pictórica o con alguna escultura se hacía con un rayo en una de sus manos, y un garrote o maza en el otro, además de colocarle en su cabeza un yelmo con cuernos, en referencia al Toro, un animal que simbolizaba la fertilidad. Su adoración se realizaba a través de bailes y gritos eufóricos, sacrificios humanos, y ofrendas de sangre, al igual que ceremonias orgiásticas que representaban la fecundación de la tierra por parte de Baal. 

Este dios era el que se supone traería bendición a la nación de Israel, abundantes lluvias y cosechas espectaculares. Pero Jehová, el Dios de Israel, por medio de su profeta Elías, había impedido que lloviera durante 3 años y medio (1 R.  17:1). A pesar de haber visto que la palabra del profeta se estaba cumpliendo, no por eso abandonaron el culto a Baal, y esto en realidad parece tener una fuerte relación con el sincretismo que el pueblo había hecho. Ellos creían que el culto de Baal y de Jehová no se contraponía, que en realidad Baal (el Señor) era lo mismo que Jehová. En el versículo 30 encontramos  una referencia extraña a que en el Monte Carmelo había tanto un altar a Baal como un altar a Jehová, ambos cultos podían convivir, parecía, por lo menos a ojos del pueblo que ambos cultos no se contradecían entre sí. Y es que el sincretismo comienza así, buscas similitudes entre la religión propia y la del extranjero, asimilando sus costumbres y actos, hasta que por fin se han fusionado, y de hecho ya no es necesario mantener la distinción, sino que el otro altar puede ser destruido, como de hecho, sucedió. El altar de Jehová estaba destruido. 

De ahí la pregunta que dirige Elías al pueblo (v.20): “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra.” Nótalo bien, en la cima del monte Carmelo habían 450 profetas de Baal y 400 profetas de Asera, y solo un profeta de Jehová. Parecía que el pueblo estaba contento con la idea de que Jehová y Baal eran uno y el mismo dios, solo que ahora le llamaban diferente, antes Baal, ahora Jehová, pero era el mismo. Por ello cuando hace esta pregunta Elías él coloca un carácter absoluto en la distinción de los dioses: O Jehová es Dios o lo es Baal, no pueden ser los dos. Algo completamente extraño a los israelitas del norte, que estaban acostumbrados a adorar a Jehová como a los otros dioses. De hecho el pueblo quedó en silencio, no respondió la pregunta, pero no porque se sintieran culpables, sino porque no entendían lo que Elías estaba diciendo, ¿por qué elegir entre Jehová y Baal si ambos son uno y el mismo? 

Así que Jehová a través de su único profeta estableció las reglas del juego. Se tomarían dos toros (o bueyes) uno para los profetas de Baal y otro para el profeta de Jehová, colocarían la madera sobre el altar, destazarían el toro y lo colocarían sin prenderle fuego. Los profetas de Baal debían suplicar a su dios que les diera el fuego, al igual que el profeta de Jehová. Y el dios que responda por medio del fuego, ese será el verdadero Dios. 

Los profetas de Baal comenzaron, hicieron lo acordado y desde la mañana hasta el mediodía gritaron y suplicaron diciendo “¡Baal respóndenos!” pero su dios no respondía. No debía ser tan difícil, él era el poseedor del rayo, podía controlar las tormentas, así que seguramente podía enviar uno de esos rayos y provocar el fuego sobre el altar. Sin embargo, llegado el medio día, aunque habían hecho todo lo posible, habían gritado y saltado cerca del altar, su dios no contestaba. 

Para esto Elías no pudo desaprovechar la oportunidad, y se burló de su falso dios: “Gritad en alta voz, porque dios es; quizá está meditando, o tiene algún trabajo, o va de camino; tal vez duerme, y hay que despertarle.” Sí, incluso este dios es descrito como “teniendo algún trabajo”, esto era un eufemismo para decir que estaba en el baño estreñido, sin poder hacer sus necesidades. Osea que agarraron a Baal como al tigre de santa julia. 

Al escuchar estas burlas hacia su dios su orgullo se vio ofendido, por lo que clamaron con más fuerza, y no solo eso sino que empezaron a cortarse con espadas y cuchillos hasta que quedaron bañados en sangre. Pero no hubo respuesta. Estos dioses demandan toda la vida, demandan incluso la sangre del hombre, pero no responden, no auxilian, cuando más se les necesita, te abandonan. 

2. EL DIOS QUE RESPONDE

Elías entonces llamó al pueblo para que se juntaran alrededor de él. Vio el altar que estaba derribado, un símbolo de que el culto al Dios verdadero estaba cayendo en el olvido. Así comenzó a reconstruirlo, utilizó 12 piedras para reedificarlo, una por cada tribu de Israel. Esto seguramente le recordó al pueblo que este asunto no solo le competía a las 10 tribus del norte, sino que también iba a decidir quién era el Dios verdadero para las dos naciones (Judá e Israel). Jehová no es el Dios de una sola nación, sino que es el Dios de su Pueblo, que aunque esté dividido por fronteras sociales o políticas, este Pueblo es católico (católico quiere decir universal), porque se extiende por todo el mundo. Nuestra unidad se encuentra en nuestro Dios, a quien servimos. 

Después de reconstruir el altar, Elías cavó una zanja alrededor de él, cabían catorce litros de agua, y pidió que trajeran agua en cuatro jarras grandes, y tres veces mojó tanto el altar, como la madera y el sacrificio. Esto no lo hizo para su propia gloria, sino para que el nombre del Señor se viera aún más glorificado, que su poder se manifestara gloriosamente y que no quedaran dudas de que esta era la obra de Dios y no de ningún hombre. 

La oración de Elías fue sencilla, contra toda la parafernalia que habían realizado los profetas de Baal, su oración apelaba al Pacto que el Señor había establecido con su pueblo, y la relación tan especial que había entre Jehová e Israel, una relación que se remontaba hasta Abraham quien había sido liberado de los dioses falsos, pasando por Isaac y llegando hasta Israel, el que había luchado con Dios y prevalecido, hoy era le momento para que Jehová peleara por el corazón de su pueblo, y lo volviera a Él, para que le sirvieran en amor y devoción con toda su vida: “Jehová, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, demuestra hoy que tú eres el Dios de Israel y que yo soy tu siervo, y que solamente hago lo que tú me has ordenado hacer. ¡Respóndeme, Jehová, respóndeme! ¡Que tu pueblo reconozca que tú, Jehová, eres Dios, y que tú harás que su corazón se vuelva a ti!”

Y efectivamente Dios respondió: De pronto, del cielo se vió descender fuego. Un fuego tremendo que consumió el sacrificio, la madera y las piedras. Incluso el agua que estaba en la zanja fue consumida por el fuego. Su poder fue magnificado, su poder fue manifestado al Pueblo, porque Él es el Dios verdadero, no hay otro como Él grande y poderoso, fuerte y temible entre los dioses. No hay otro que pueda parecerse a Él, y por más que querramos unir en nuestros pensamientos y prácticas al Dios verdadero con los dioses falsos, Él siempre los superará y se mostrará como el verdadero Dios, rechazando el sincretismo y ordenando que los profetas de Baal sean destruidos. 

CONCLUSIÓN

Hoy el sincretismo también está sucediendo. Muchos cristianos viven como si pudieran compaginar el culto a Cristo Jesús, con los dioses de este siglo. Tristemente el cristianismo moderno le está dando la espalda al Dios soberano, al que gobierna todas las cosas, para encontrar su refugio en los dioses de la fertilidad. Esto es notorio cuando escuchas que una persona se define a sí misma a partir de su sexualidad, él o ella dice: soy homosexual, soy lesbiana, soy heterosexual, bajo la premisa de que Dios quiere que seas libre de ataduras sociales y culturales. Aquí hay un error, no “eres” eso. Tu eres imagen de Dios, reflejas al dios que adoras, y el deseo sexual o la atracción sexual que sientas no es la que te define, te define Cristo. Eres Cristiano. Tu identidad está en Cristo, no en tu sexualidad. Los sacrificios a este dios falso de la “identidad sexual” son realizados cuando los hombres y mujeres se mutilan a sí mismos para convertirse en aquello que tanto desean, el hombre quiere ser mujer, la mujer hombre. Romanos 1 nos dice que esta situación proviene de la idolatría, de haber dejado a un lado a Dios, por haber destruido su altar. 

Otra forma en la que el sincretismo está ocurriendo en nuestros días es a través del Feminismo. El feminismo no busca la igualdad de derechos, busca la eliminación de la distinción de los géneros. Esta distinción fue establecida por el Creador, él ha hecho una diferencia no solo anatómica, sino también en el pensamiento y en los dones. Mientras al varón no le ha sido dada la posibilidad de llevar hijos en su vientre, a la mujer sí. De esta forma Dios establece una distinción muy clara. Y sin embargo, la humanidad quiere borrarla, destruyendo el altar del Dios de Israel, y edificando el gran altar a Baal. Confundiendo y creyendo que a través del aborto, del control natal, y de las prácticas sexuales abiertas (como el poliamor y la sexualidad fuera del vínculo matrimonial) podemos alcanzar el objetivo que el Señor nos ha puesto delante: la autorrealización. 

Pero el Altar del Señor ha sido reedificado: Cristo Jesús ha resucitado, su resurrección fue gloriosa, no quedó duda de que fue obra divina, obra del Dios verdadero (sellos romanos, la lanza en el costado). A Cristo le es dada toda autoridad en el Cielo y en la Tierra, no solamente en los asuntos llamados espirituales, también en los asuntos mal llamados seculares. Él nos ha dicho “En el principio Varón y Hembra los hizo”, poniendo fin al falso dios de la identidad sexual, y colocando una vez más en el centro a nuestro Dios. Él mismo, el Cristo de Dios, debe ser reconocido como la fuente de todo lo que existe, incluida nuestra sexualidad. Toda la vida, debe ser vivida ante su rostro. Cristo Jesús nos ha liberado del poder de Baal, demostrando que solo Él es Señor del Cielo y de la Tierra, que no hay nada, ningún poder en este mundo que no le sirva a sus propósitos. La sexualidad es un don de Dios para fortalecer el vínculo de fidelidad en el matrimonio, y es el medio que Dios utiliza para la procreación de otros seres humanos que han de vivir como ciudadanos en el Reino de nuestro Dios. Los hijos son como flechas en manos de valientes, los hijos son las flechas que enviamos contra nuestro enemigo, porque ellos seguirán la batalla después de nosotros. 

Precisamente por ello al proclamar a Cristo Señor de toda la vida, no podemos dejar de señalar el pecado que hay el mundo, las injusticias que se hacen pero también las ideologías que hoy quieren darle al ser humano una identidad basada en los reclamos sociales, y sexuales de una naturaleza corrupta y perversa. Cristo debe ser mostrado como el Dios verdadero y relevante en medio de una generación maligna y perversa, para que podamos resplandecer como luminares en el mundo y así, ser la luz y la sal que Él demanda que seamos. Sal para preservar este mundo de la corrupción y luz para guiar y enseñar a la humanidad cómo vivir dentro del Pacto.

Comentarios

  1. Excelente. Mensaje amado hno Creo que será de mucha comprensión para todos los que lo lean detenidamente Dios sea con usted y gracias por compartirnos este mensaje tan oportuno en estos tiempos bendiciones

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  2. Muchas gracias hermano, me anima a continuar escribiendo los sermones. No dude en compartirlo con otros.

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