1 Samuel 4-7
1. LA GUERRA DE LOS DIOSES (Cap. 4)
En la época de los Jueces de Israel, había un sumo sacerdote llamado Elí, tenía 98 años, sus hijos eran Ofni y Finees. Ellos dirigían al pueblo de Israel, no solo en las cuestiones del sacerdocio, también en el gobierno. Pero lo hacían de tal forma que deshonraban el nombre de Dios, poniendo sus intereses antes que los mandamientos del Señor. Dios había declarado no solo que Él habría de tomar venganza sobre la casa de Elí, sino que también iba a juzgar a Israel pro todos sus pecados. En ese tiempo Israel tenía guerra contra los Filisteos, una nación establecida en la franja costera de Canaan, al suroeste de los territorios israelitas.
Un día los israelitas se reunieron para pelear contra los filisteos. La primera batalla fue una derrota para los israelitas. Cuatromil hombres murieron. Todos se preguntaban ¿por qué Jehová había permitido que los filisteos ganaran? Ellos creían que tenían todo el derecho de ganar, eran el pueblo escogido, la tierra les pertenecía, y Dios estaba de su lado. Así que ¿por qué perdieron esta batalla? En lugar de arrepentirse de sus pecados, y volver al Señor en amor y obediencia, el pueblo se empecinó en pelear. Pero ahora, traerían el amuleto de Israel: el arca del Pacto. Así que la trajeron, y pensaron que con ello la presencia misma de Dios se haría visible en el campamento dando la victoria.
Ofni y Finees llegaron con el arca, y el pueblo gritó con gozo, como nunca antes lo había hecho, tanto que la tierra se estremeció. Sí, el pueblo se vio animado. Pero los filisteos comenzaron a tener pánico. Tuvieron miedo, porque sabían que el Dios de Israel había llegado al campamento, el Dios que había herido a Egipto y a todos sus dioses. El Dios que había entregado toda la tierra de Canaan en manos de los israelitas, este Dios estaba en medio de su pueblo. Pero el temor que tuvieron no fue ese temor que paraliza, más bien fue el temor que te obliga a defenderte con desesperación, así que sus capitanes dijeron a sus soldados (v7-9): “¡Los dioses han llegado a su campamento! —exclamaron—. ¡Esto es un desastre! ¡Nunca antes nos hemos enfrentado a algo así! ¡Socorro! ¿Quién podrá librarnos de los dioses poderosos de Israel? Son los mismos dioses que destruyeron a los egipcios con plagas cuando Israel estaba en el desierto. ¡Filisteos, peleen como nunca antes! ¡Si no lo hacen, seremos esclavos de los hebreos así como ellos han sido esclavos nuestros! ¡Peleen como hombres!”
Y así lo hicieron, pelearon con desesperación. ¿Y sabes qué? Ganaron. Los filisteos ganaron con una victoria aplastante, murieron 30,000 soldados. Ofni y Finees, murieron. Y lo peor de todo, el arca del pacto cayó en manos enemigas. Ellos tomaron el arca, el símbolo de la presencia del Dios de Israel en medio de su pueblo y se lo llevaron a su tierra. La noticia de esta desgracia no tardó en llegar a oídos del sumo sacerdote Elí, quien al escuchar la terrible noticia de la captura del arca, cayó de espaldas de su asiento junto a la puerta. Se quebró la nuca y murió, porque era viejo y demasiado gordo. Su nuera, oyó la terrible noticia también, tal fue la impresión que entró en trabajo de parto y dio a luz. Uno pensaría que un hijo por lo menos traería algo de alivio en su corazón, pero no, ella entendía lo que estaba sucediendo, y llamó a su hijo Icabod, que quiere decir: Sin gloria. Ella comprendió el significado de este acontecimiento: Dios había abandonado a su Pueblo. La gloria de Israel, Jehová de los Ejércitos, había abandonado a Israel a su suerte. Por eso ella dijo: “La gloria se ha ido de Israel, porque el arca de Dios ha sido capturada”.
Esto debemos entenderlo muy bien hermanos, la gloria del pueblo de Dios, es que Dios está en medio de nosotros. Pero nuestro Dios es santo, y él no puede habitar en medio de un pueblo de labios inmundos y de manos impuras. Él no puede ni quiere habitar con un pueblo que no honra y no da gloria a su nombre. Y mucho menos, les dará la victoria sobre sus enemigos. Podemos creer que tenemos a Dios de nuestro lado, podemos creer que al tener una biblia en casa, o haber sido bautizados, o recibir la visita del pastor es un símbolo de la aprobación o la presencia de Dios en nuestras vidas, y que con ello, obtendremos aquello que tanto deseamos. Pero hoy quiero decirte: ¡Teme a Dios! ¡Hónralo! ¡Sírvele con todo tu corazón! Y ¡Arrepiéntete de tus pecados! Porque Él solamente nos dará la victoria cuando nos acercamos a Él en fe y devoción.
2. EL DIOS CAUTIVO (5-7:2)
Pero esta historia no termina aquí. En realidad apenas vamos a la mitad. Israel vive una gran desgracia, pero Filistea no. Ellos celebran y celebran la victoria de su dios Dagón. Él era el dios de la fertilidad de la religión filistea, de hecho era el padre de Baal, de quien hablamos el domingo pasado. Este dios es representado con cuerpo de pez, y cabeza y manos humanas. Era el dios de las cosechas y un dios del mar. Parece ser el dios principal del panteón filisteo, ya que es a él a quien adjudican las victorias en las guerras, y en su templo se colocan los trofeos de guerra.
De hecho fue en el templo de Dagón, en la ciudad de Asdod, donde colocaron el arca de Jehová al lado de la estatua de Dagón. No es de extrañar, parecía que Jehová ahora estaba cautivo en Asdod, era la proclamación por parte de los filisteos de que la victoria no solo era contra una nación, sino contra el Dios de esa nación. Al siguiente día lo filisteos llegaron al templo para ver al dios cautivo. Y así lo hicieron. Pero no vieron el arca de Jehová rota o destruida, sino que vieron a Dagón caído boca abajo frente al arca. El dios cautivo no era Jehová, era Dagón. Pero ellos no hicieron caso, sino que volvieron a levantar a Dagón. Al siguiente día, sin embargo, Dagón estaba otra vez en el suelo, boca abajo, solo que ahora su cabeza y sus manos estaban separadas de su tronco, y habían sido puestas en el umbral de la puerta.
Esto es muy significativo. Cuando un rey era conquistado por otro, era común que la cabeza y las manos fueran el trofeo de guerra. Jehová de los ejércitos estaba tratando a Dagón como el dios perdedor. Es más, lo estaba tratando como su cautivo, Dagón era un trofeo en las manos del Dios verdadero. Le cortó la cabeza al dios filisteo, al igual que David con Goliat el filisteo. Pero no solo Dagón era cautivo, también toda la nación de los filisteos. En sus ciudades principales, y en las aldeas se habían empezado a manifestar muy diversas enfermedades, algo parecido a la peste bubónica, ya que producía tumores, y era esparcida por roedores. Primero Asdod, luego Gat, Ecrón (al igual que Ascalón y Gaza). Todas ellas estaban siendo arrasadas por el Dios de Israel. Y quiero que notes las palabras de los filisteos: “No quede con nosotros el arca del Dios de Israel, porque su mano es dura sobre nosotros y sobre nuestro dios Dagón.” (v.7). El Dios de Israel no necesitaba un gran ejército para hacer que una nación cayera a sus pies, no necesitaba ayuda para derribar a los dioses de las otras naciones. Más bien, Él y sólo Él domina sobre todos. Nada escapa a su dominio.
Pero hay algo que no cuadra. ¿Por qué ahora? ¿Por qué en ese preciso instante Dios decidió actuar? ¿por qué no durante la batalla en Israel? Recuérdalo, Dios había abandonado a su pueblo por tener otros dioses delante de ellos. Pero ahora, Dios estaba dispuesto a regresar con su pueblo. Fueron 7 meses los que estuvo fuera de Israel, y fue un tiempo en que Israel debía reflexionar. Los filisteos devolvieron el arca, la gracia de Dios estaba llegando otra vez con los israelitas. Ellos la recibieron con gozo la presencia de Dios otra vez, pero no habían aprendido. Hubo algunos curiosos que miraron dentro del arca. Dios los mató. El Dios de Israel es santo, no es un objeto de vana curiosidad. Es el Dios que actúa a favor de su pueblo. Tristemente, el Señor se dio cuenta que Israel no había entendido, así que durante 20 años fueron siervos de los filisteos.
3. EL TERRIBLE DIOS DE ISRAEL (7:3-17)
Ahora ubiquémonos 20 años después. Samuel ha visto que el pueblo de Israel está clamando constantemente, y lamentándose porque Dios les ha abandonado. Así que él actúa, les habló y les dijo: «Si de todo corazón se han arrepentido delante del Señor, quiten a Astarot y a todos los dioses ajenos que todavía adoran; entréguense de corazón al Señor, y sírvanle sólo a él; entonces el Señor los librará de la ira de los filisteos.»
Sí, el pueblo aún tenía dioses ajenos en medio de ellos. Su corazón aún estaba dividido. Clamaban a Jehová, pero honraban a Baal y Astarot. Él no puede tolerarlo, Él es el único Dios de su pueblo, quien los salvó de Egipto, les sostuvo con pan, carne y agua en medio del desierto, y quien les introdujo poderosamente abriendo paso por el Jordán, a la tierra que hoy disfrutan. Este gran Dios no puede ni debe ser traicionado. Y el pueblo lo comprendió. Destruyeron los baales y a Astarot, y sirvieron sólo a Jehová.
No solo esto, sino que también Samuel los reunió en Mizpa, diciéndoles que él oraría por ellos a Jehová. Ahí, sacaron agua y la derramaron en presencia de Jehová, sus corazones estaban derretidos delante del Señor, estaban dolidos por su pecado. También ayunaron, porque comprendieron que no merecían los dones de la creación: Contra Jehová hemos pecado. Así dijo todo el pueblo. Una conversión nacional. Todos los israelitas, quienes se habían ido lejos de Dios, el pueblo donde se hacía lo que cada quien quería, ahora por fin se sometía al designio del Señor.
Pero no todo puede ser belleza. Los filisteos escucharon que los israelitas se habían reunido en Mizpa, así que subieron a hacerles guerra. Los israelitas tuvieron miedo, se angustiaron, pero en su angustia pidieron a Samuel: “No dejes de clamar por nosotros al Señor nuestro Dios, para que nos libre del poder de los filisteos.” ¿Notas la diferencia? 20 años después el pueblo por fin había aprendido que su poder no se encontraba en un talismán, o en el valor o ánimo que podamos tener en medio de circunstancias adversas. Nuestro poder viene de Dios.
Samuel entonces tomó un cordero recién nacido, y lo sacrificó al Señor, clamando para que el Señor les diese la victoria, y ¿sabes qué? ¡Y Jehová le oyó! Este sacrificio, esta obra intercesora de Samuel nos recuerda a nuestro Señor Jesucristo, el hijo de Dios, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo y que derrota a todos nuestros enemigos. Sí, él, quien es Rey de Reyes y Señor de señores. Únicamente por medio de Cristo podemos llegar a obtener las grandes victorias que el Reino demanda. Solamente en Cristo podemos ser escuchados por Dios, Solamente en Cristo podemos clamar y ser oídos.
Ahí estaban los israelitas, temerosos, pero dispuestos a pelear, seguros de que su Dios estaba con ellos. De pronto, a lo lejos se empieza a ver como se acercan los filisteos con sus armas, listos para destruir a todos los hijos de Dios. Mientras Samuel sacrificaba el holocausto, “el Señor habló con una poderosa voz de trueno desde el cielo y causó tal confusión entre los filisteos, que los israelitas los derrotaron.” Sí, ni siquiera tuvieron que pelear, el terrible Dios de Israel había hablado, con su sola voz, hizo que sus enemigos huyeran despavoridos. Con los truenos hizo que los filisteos se angustiaran. Israel solo tuvo que perseguirlos y lo hizo hasta una tierra llamada Bet-Car.
CONCLUSIÓN
Este es el gran Dios que tenemos. Este es el Dios que conquista, es el Dios que exalta, es el Dios que pelea por su pueblo. Es el Dios que es el terror de los dioses. Hoy te invito a conocerlo. A que puedas, después de una profunda reflexión en tu vida, expulsar a los dioses falsos que hoy se levantan en nuestra sociedad. Necesitamos que tú, hombre o mujer que me escuchas dejes a un lado los falsos dioses, y comiences a honrar a Jehová, a su Hijo Jesucristo y al Espíritu Santo, que es el Dios verdadero. Necesitas entender que el Señor es Ebenezer, una piedra de ayuda. Es el que nos levanta cuando estamos caídos. Quien nos alimenta cuando estamos hambrientos. Quien nos viste cuando estamos desnudos, y quien nos libera cuando estamos cautivos. Este Dios ha dicho que Él mismo vendrá en la persona de Jesucristo para liberarnos de nuestros enemigos. Él mismo arrojará a sus enemigos al lago de fuego. Él mismo aplastará a Satanás debajo de nuestros pies. Y él mismo, con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo. Cristo Jesús, con el espíritu de su boca, deshará toda obra perversa y malvada en esta tierra. Y por fin traerá justicia, la justicia que tanto anhelamos y será un verdadero rey de paz. Escucha esta promesa, y quiero que la hagas tuya, y la vivas: “Jehová dará poder a su pueblo; Jehová bendecirá a su pueblo con paz.” Salmo 29:11
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