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EL SACRAMENTO DE LA VICTORIA

ÉXODO 12:1-13

El domingo pasado estudiábamos la comparación que Jeremías hacia entre el Dios verdadero y los dioses espantapájaros. Hoy veremos el texto de Éxodo 12:1-13 donde se nos explica la naturaleza de la Pascua y su significado. Precisamente, siguiendo la serie de sermones sobre “El Conflicto de los Siglos” identificaremos este sacramento del Antiguo Pacto con la Victoria que el Dios de Israel tuvo sobre los dioses de Egipto, liberando a su Pueblo de la opresión de la esclavitud. Y no solo eso, sino que haremos una relación directa con nuestra situación como creyentes bajo el Nuevo Pacto, es decir, Cristo como nuestro redentor. En primer lugar describiremos cómo era la vida del pueblo de Dios al servicio de los dioses egipcios, posteriormente hablaremos de la liberación ejercida por el Cordero, y por último hablaremos de la Vida otorgada al Pueblo de Dios. 

1. La vida bajo los dioses. 

Egipto era una nación politeísta, creían en la existencia de muchos dioses. Pero no es que realmente existieran sino que eran, como lo explicamos el domingo anterior, la personificación de los poderes “naturales” en el mundo. Los egipcios era un claro ejemplo del deseo del hombre de sujetar su vida a algún ser superior. Para ellos la vida comenzaba y terminaba con el Nilo y el Sol. Ambos eran sus deidades principales, entre toda una plétora de dioses creados a semejanza del hombre. Entre ellos encontramos a Hapi, el dios del Nilo, quien al haber desbordamientos del Río dejaba la tierra fangosa, lista para dar una buena cosecha. O Heket, la diosa cabeza de rana, que era responsable de la formación de los bebés en el vientre, y por tanto de la fertilidad. Hathor, la diosa cabeza de vaca. O el Sol, también llamado Ra. Cada uno de estos dioses dominaba una parte de la vida, y todos y cada uno de ellos tenían que ser buscados para obtener sus dones. Ellos habían dado origen al mundo, creado al hombre y les habían dado el Nilo, un lugar privilegiado en medio de un gran desierto. Toda la vida de los egipcios estaba regida por estos dioses. Sin embargo no es una vida de abundancia y protección porque deificar la creación siempre produce en nosotros temor. Algún ritual mal hecho puede traer la maldición del dios, la perdida de la cosecha o la muerte de un hijo. Los dioses no permiten vivir en libertad, oprimen impidiendo el disfrute de la creación. La creación en vez de ser disfrutada y utilizada para la gloria de Dios, se vuelve en un objeto de adoración. En lugar de honrar al Creador con lo que tenemos, honramos lo que tenemos como si fuera el Creador. 

Pero Egipto también tenía otro dios en su territorio: El Faraón. Faraón representaba al dios Horus, y se le llamaba hijo del dios Ra, con quien tenía una relación directa. Él encarnaba Egipto, él era quien guiaba el destino de toda la nación y de sus súbditos. En sus manos estaba realizar el sacrificio matutino para alimentar al dios Ra y que pudiera salir victorioso en la lucha contra la noche. Así que Faraón era una figura central, casi divina, que se unía a los dioses cuando moría. 

Precismanete es este “dios” quien subyuga y somete a esclavitud a los israelitas. Las Escrituras nos explican esta situación en Éxodo 1: “Con el tiempo, José y sus hermanos murieron y toda esa generación llegó a su fin. Pero sus descendientes —los israelitas— tuvieron muchos hijos y nietos. De hecho, se multiplicaron tanto que llegaron a ser sumamente poderosos y llenaron todo el territorio. Tiempo después, subió al poder de Egipto un nuevo rey que no conocía nada de José ni de sus hechos. El rey le dijo a su pueblo: «Miren, el pueblo de Israel ahora es más numeroso y más fuerte que nosotros. Tenemos que idear un plan para evitar que los israelitas sigan multiplicándose. Si no hacemos nada, y estalla una guerra, se aliarán con nuestros enemigos, pelearán contra nosotros, y luego se escaparán del reino». Por lo tanto, los egipcios esclavizaron a los israelitas y les pusieron capataces despiadados a fin de subyugarlos por medio de trabajos forzados. Los obligaron a construir las ciudades de Pitón y Ramsés como centros de almacenamiento para el rey. Sin embargo, cuanto más los oprimían, más los israelitas se multiplicaban y se esparcían, y tanto más se alarmaban los egipcios. Por eso los egipcios los hacían trabajar sin compasión. Les amargaban la vida forzándolos a hacer mezcla, a fabricar ladrillos y a hacer todo el trabajo del campo. Además, eran crueles en todas sus exigencias.” (NTV). 

Toda la maquinaria gubernamental de los egipcios busca subyugar y mantener bajo dominio al pueblo de Israel. Incluso trataron de controlar la natalidad de los israelitas haciéndoles trabajar mucho más de lo común. Pensaban que debido al trabajo y al esfuerzo no querrían si quiera tener relaciones sexuales. Al ver que eso no funcionó trataron de matar a los bebés varones. Sin embargo la bendición de Dios se manifestó en medio de su pueblo, protegiéndoles y aumentando aún más la cantidad de niños nacidos. El intento de Faraón siguió y ahora decretó que los varones recién nacidos debían ser arrojados al Río Nilo. Es en ese momento en que Dios guarda a un pequeño especialmente, Moisés, quien es adoptado por la hija del Faraón. La provisión y el cuidado divinos sobre su pueblo siguen siendo visibles. Pero el yugo de los egipcios sigue pesando sobre la espalda de los israelitas. 

“Bajo el dominio de otro dios la vida se vuelve una carga. Los dioses demandan sangre para ser aplacados. Hacen la vida insoportable. Rodean la vida de tabúes. Rodean la vida de reglamentos. Arruinan la buena creación de Dios” (De Graff). Y sí, los dioses egipcios, dirigidos por Faraón, estaban volviendo la vida de los Israelitas una carga. Demandaban sangre de niños inocentes para ser aplacados. Hicieron que la vida de los israelitas fuese insoportable. Incluso la sexualidad misma fue puesta bajo tabúes, ya que tener un varón como hijo se volvía algo que traería dolor y tristeza a la familia. Así, los buenos dones de Dios, el trabajo, la sexualidad, los hijos, todo está siendo arruinado por los falsos dioses que quieren dominar la vida del hombre. 

Hoy incluso podemos llegar a ser dominados por este tipo de dioses, debemos tener cuidado. Cuando el hombre deifica a la creación, diciendo que ayudas más al medio ambiente no teniendo hijos que reciclando. O también debes ser cuidadoso cuando el trabajo se convierte en el señor de tu vida, exprimiendo tu fuerza y vigor para obtener unos cuantos pesos de más. Debes reconocer el poder opresor de estos dioses cuando ves que miles de bebés son abortados para poder saciar el hambre de éxito profesional en las mujeres. Sí mi hermano, quizá tu estés preso de algún dios de este siglo y tu vida es una carga muy pesada para llevar. Quizá también tu corazón no ha sido liberado de la pornografía, o de la envidia, carcomiendo tu vida y tu relación con tu prójimo. Y por último piensa en ese dios que muchas veces pasamos por alto, el dios-estado, que como Faraón en Egipto, domina toda la vida del hombre, haciéndolo depender completamente de él. Quizá los dioses de este siglo, aunque han cambiado de rostro, te siguen dominando y controlando. 

2. La liberación de la muerte. 

De los capítulos 7-… el Señor Dios del Cielo y de la Tierra, el Dios vivo y verdadero está involucrado activamente para salvar y sacar a su pueblo de la tierra que le tiene oprimido. Envía a su siervo Moisés para anunciar al Faraón el juicio que caerá sobre él, sobre Egipto y sobre todos sus dioses. Nadie escapará de este juicio. Con las plagas que el Señor enviaba sobre la nación pagana, uno a uno, cada dios de Egipto es derrotado y puesto de rodillas delante del Señor. No hay uno solo que no se someta a sus designios. Así el Señor descubre a cada uno de los dioses como lo que realmente son: criaturas sobre estimadas. El Nilo, los magos, el ganado, las cosechas, el sol mismo, todo es puesto a los pies del Señor. Pero hay uno que queda en pie, el Dios de Israel ha endurecido el corazón de Faraón, y aunque todo el pueblo le suplica que deje ir a los israelitas, no lo hace. Así que Dios, el Dios de Israel, toma una decisión crucial: matar a todos los primogénitos de Egipto. 

Ser liberados de los dioses falsos no es fácil, no somos capaces de dejarlos, nuestro corazón está apegado a ellos. Pero Israel debe entender algo, todos merecen la muerte, incluidos los primogénitos de Israel. No hay uno solo de ellos que deba ser acabado por el Destructor. Y sin embargo, con esta plaga, Dios revelará a su pueblo su más grande victoria, y la gracia que tanto necesitamos. Por ello da instrucciones a Moisés. “Desde ese momento, el mes que estaban viviendo debía ser considerado el primer mes de un nuevo año, porque para Israel estaba comenzando una nueva era, una era en que Israel se levantaría de los muertos, por decirlo así. En el décimo día de dicho mes cada familia debería apartar un cordero del rebaño, escogiendo uno que fuese sin mancha; y en el décimo cuarto día debían matar el cordero y prepararlo sin quebrar ninguno de sus huesos y sin cocinarlo, asándolo entero sobre el asador. Con la sangre del cordero debían pintar el dintel y los postes de sus puertas, usando un hisopo. Después de ello los israelitas debían comer el cordero. Si el cordero era demasiado grande para ser comido por una familia, debían compartirlo con otra. No debía dejar sobras. Cualquier parte que hubiese quedado debía ser quemada. Además debían comer con el cordero pan sin levadura y hierbas amargas.” (De Graff).

El cordero debía ser sin mancha ni defecto. Esto señalaba a un cordero más excelente aún: nuestro Señor Jesucristo. Él vivió libre de todo pecado, no se contaminó sirviendo a ningún dios, tampoco se contaminó desobedeciendo al Señor. Guardó perfectamente la ley de Dios, su Padre y le sirvió en todo momento y en todo lugar. Incluso él sanó enfermos, dio vista a los ciegos, hizo caminar a los cojos, y dio pan a los hambrientos. Él era el único que realmente podía ser llamado Cordero de Dios. Pero su misión no solo era hacer el bien, sino restaurar la vida en una comunión perfecta con el Creador. Hacer que una vez más podamos acercarnos a Dios libremente. Nuestro pecado lo impedía, y merecemos la muerte, no solo los primogénitos, sino todos nosotros. La sangre de otro tenía que ser derramada para que nosotros pudiéramos vivir. Así, el cordero tenía que ser sacrificado y su sangre serviría para manchar la puerta de los hogares israelitas, así cuando Dios viera la sangre en la puerta, pasaría por alto aquella familia, y sus habitantes vivirían. De la misma manera nuestro Señor Jesucristo se ha sacrificado por nosotros, derramando toda su sangre para el perdón de nuestros pecados. La muerte ya no es nuestra condena, ahora podemos vivir delante de Dios y para su gloria. Lo que pide de nosotros es que confiemos y descansemos en la obra que él realizó a nuestro favor. Hoy Dios no nos rechaza porque ve en nosotros el sacrificio que Cristo hizo y la nueva vida que tenemos gracias a Él. 

Pero debían comer juntos este cordero (o cabrito) asado, junto con unas hierbas amargas y pan sin leudar. Las hierbas amargas simbolizaban lo amargo que había sido la esclavitud en Egipto, ellos no debían olvidar cuan grandes cosas había hecho el Señor por ellos, cómo los había liberado de Egipto y sus dioses, dándoles una nueva vida en comunión con él, como si comieran con Dios a la mesa. 

Hoy también el Señor nos ha dejado una muestra de esta bella comunión que tenemos con él. La que llamamos Santa Cena, o Cena del Señor. En el pan que partimos significa el cuerpo del Señor que fue partido por nosotros. El vino significa la sangre que Él derramó en la cruz del calvario para salvarnos de nuestros pecados. Y juntos participamos y tenemos comunión no solo unos con otros, sino también con Él, porque nos sentamos a su mesa, y disfrutamos juntos de los maravillosos dones que el Señor nos ha preparado. Mi amado hermano y amigo, esto únicamente lo puedes recibir por medio de la fe. Necesitas creer que así como el Señor estuvo con su pueblo en aquella madrugada, así lo está hoy aquí con nosotros. Estos símbolos nos aseguran que el Señor está con nosotros y no solo eso, también nos aseguran que Él ha ganado la victoria por su Pueblo. 
Mira esta maravillosa promesa que el Señor hizo a su pueblo en aquella ocasión: 

“Esa noche pasaré por la tierra de Egipto y heriré de muerte a todo primer hijo varón y a la primera cría macho de los animales en la tierra de Egipto. Ejecutaré juicio contra todos los dioses de Egipto, ¡porque yo soy el Señor! Pero la sangre sobre los marcos de las puertas servirá de señal para indicar las casas donde ustedes estén. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo. Esa plaga de muerte no los tocará a ustedes cuando yo hiera la tierra de Egipto.”

Y déjame decirte algo, Dios mismo pasó en aquella noche por la tierra de Egipto, y en todas las casas de los egipcios murieron los primogénitos. Cada primer hijo varón humano y animal, Dios lo mató. Incluso el primogénito del hombre más poderoso del mundo murió. No lo pudo proteger del Dios verdadero. Porque recuerda, cuando más necesitas a los dioses, ahí es cuando te abandonan. Todos los dioses de Egipto fueron humillados en esa noche, todos los dioses de Egipto se mostraron inútiles ante el gran Dios de Israel. Pero fue por la sangre del cordero que el Señor fue aún más exaltado, porque aunque expresó su ira contra Egipto y sus dioses, su amor y su misericordia lo expresó sobre aquellos cubiertos por la sangre el cordero. Hoy Cristo es el Dios victorioso que restaura y limpia nuestras vidas, librándonos del mal y de la muerte. Haciéndonos partícipes de su resurrección y poniéndonos en una nueva vida. ¿Quieres experimentar esta nueva vida? Confía en el sacrificio que Él ha hecho por nosotros, y se liberado de esos dioses que te están oprimiendo y que te están llevando lejos de Él.  

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