Hemos leído este pasaje, y quizá podemos tener la impresión de que estas palabras son alguna clase de disputa entre Dios y los dioses. Sin embargo, lo que inmediatamente vemos en el verso 1 y 2 es que estas palabras son dirigidas al pueblo de Dios, a la casa de Israel. Ese nombre recuerda la relación especial que existe entre Dios y su Pueblo. Dios les dice que no aprendan el camino de las naciones y que no tengan temor de las señales del cielo, aunque las otras naciones les teman. ¿Cuál es el camino de las naciones? Pues claramente se entiende que fuera del Dios verdadero, tratamos de seguir y ser guiados por alguna cosa en la creación a la que llamamos dios. El camino de las naciones, la forma de ser de las naciones, es la de crear dioses a diestra y siniestra. Ya sean las señales en los cielos, como un eclipse o alguna nube extraña, o el vuelo de algún ave, todo ello era utilizado para guiar la vida de las naciones. El camino de las naciones es reprobado por Dios, diciéndole a su Pueblo que no debe temer ni aprender las formas de los demás. Esto no solo ocurría en los tiempos de Jeremías, también ocurre en nuestros días, por ello esta Palabra resuena con mucha actualidad.
1. Los dioses de este siglo
La Escritura constantemente coloca a los dioses frente al Dios verdadero. Les hace ver como seres que en realidad no tienen existencia propia, ni tienen capacidad de responder. Los dioses falsos no tienen existencia propia, dependen de la labor de las manos del hombre. Son inventados por el ingenio y la sabiduría humanos, son formados con la pericia y habilidad del artesano (v.2-3). Así que en realidad son “vanidad”, palabra hebrea que quiere decir “un soplo, algo transitorio”, debido a que los ídolos cambian y se adaptan según el tiempo y la edad en que se vive, los dioses no son permanentes, sino que surgen según las necesidades de los hombres y mujeres. Lo que en realidad sucede es que el hombre toma las cosas creadas por Dios y pone su confianza en ello, como si su salvación, su prosperidad, su salud, o sus negocios dependieran de ese “leño, agua, o fuego”. Por ello nos aclara el profeta que “las costumbres de los pueblos no tienen valor alguno. Cortan un tronco en el bosque, y un artífice lo labra con un cincel. Lo adornan con oro y plata, y lo afirman con clavos y martillo para que no se tambalee.” Ellos toman aquello que ha sido creado por Dios (tronco, la habilidad artística, oro y plata) y le otorgan poder, domino y autoridad sobre sus vidas, destinos y acciones, es decir, los convierten en dioses.
De la misma manera estos pseudo-dioses están limitados en sus capacidades. El versículo 5 nos lo aclara de la siguiente manera: “¡Sus dioses son como inútiles espantapájaros en un campo de pepinos! No pueden hablar y necesitan que los lleven en los brazos porque no pueden caminar. No tengan temor de semejantes dioses porque no pueden hacerles ningún daño, tampoco ningún bien” (NTV). ¿Lo notas? Estos dioses son en realidad como espantapájaros, o como lo traduce la reina Valera, “como palmeras”. No sirven para nada, como un espantapájaros solamente sirve para aparentar que hay un ser humano ahí, el poder que tiene es el que le dan las aves mismas. Pero en realidad no actúa como podría esperarse: Tiene boca, debería hablar; tiene manos, debería actuar; tiene ojos, debería ver las injusticias; tiene terribles herramientas pero no puede utilizarlas para defender a sus creyentes. Nos dice el Señor, no les temas, porque no sirven para nada, no pueden hacerte ningún mal, y tampoco ningún bien. Ese es el poder de los dioses, o por lo menos, el poder que les otorgamos, creemos que nos pueden hacer algún mal si no los veneramos, o que podemos conseguir excelentes recompensas si les servimos, pero en realidad el Dios verdadero desenmascara a estos falsos dioses y los exhibe como lo que son: espantapájaros en un campo de pepinos.
“Todos son necios e insensatos, educados por inútiles ídolos de palo. De Tarsis se trae plata laminada, y de Ufaz se importa oro. Los ídolos, vestidos de púrpura y carmesí, son obra de artífices y orfebres; ¡todos ellos son obra de artesanos!” (v. 8-9, NVI). Estos ídolos educan al ser humano que les adora, convirtiéndolos en un reflejo suyo, en la viva imagen de su dios: un necio, un insensato. Esto se debe señalar con claridad, los ídolos, los dioses falsos, una vez que toman posesión del corazón, proporcionan esquemas de vida, maneras de interpretar nuestra realidad y formas de vivirla en servicio al dios que adoramos. El pensamiento del hombre, tanto científico como no científico, es moldeado por las enseñanzas que su dios imparte, así refleja al dios que adora. El hombre no solo crea dioses a su imagen, sino que también él mismo es moldeado por esos dioses, para al final convertirse en un reflejo de la voluntad de su dios.
Pero ¿hacia dónde nos llevan estos dioses falsos? Si no existen, si no pueden hacer bien o mal, si nos instruyen en necedad, entonces ¿cuál es su fin? Nos dicen los versos catorce y quince que su fin es la destrucción. Aunque clamemos a ellos, ellos no responderán, se mostrarán como lo que son, inútiles espantapájaros que no pueden salvarnos cuando los necesitamos. Es como si por la noche estuviéramos escapando de una persona que nos quiere hacer daño, y al entrar en un campo de cultivo, vemos a alguien parado a la distancia, quizá él nos pueda ayudar, así que gritamos: ¡Auxilio! ¡Ayúdame!, pero no recibimos respuesta, quizá no nos escuche, por lo que seguimos corriendo, y nos acercamos a él, y tomándolo del saco, nos damos cuenta que solo es un muñeco de paja, un espantapájaros, y no puede hacer nada. Nuestro destino está delante, nuestro perseguidor ha llegado, y nosotros estamos a merced de sus manos. Así son los dioses falsos, nos abandonan cuando más los necesitamos.
Hasta ahora seguramente has pensado en los ídolos o dioses de la antigüedad, en esas imágenes que nuestros ancestros adoraban. Quizá recuerdes todos esos mitos que contaban y que moldeaban sus pensamientos originando sacrificios humanos y trágicas guerras. Pero los ídolos no son cosa del pasado, hoy también deificamos aspectos de la creación tal y como lo hacíamos en el pasado. Deificamos el placer sexual y la búsqueda de autoafirmación personal, por ejemplo, y construimos una ideología de género que busca re-definir la sexualidad humana, rechazando los estándares cristianos, y no solo esto, sino que a través de leyes, o políticas de salud pública, se legaliza el aborto, se habla de “modelos de familia” y de diversidad sexual, y si ninguno de estos términos te ha extrañado es porque han caído en las garras de estos dioses y tu pensamiento ha sido moldeado por ellos, oprimiéndote, negándote la libertad de expresar tu opinión cristiana libremente. También podemos deificar la economía o el éxito profesional, lo que produce ideologías económicas tales como el capitalismo o el socialismo (y el comunismo), donde el problema y su solución son la misma: el recurso económico. Ambos sistemas esclavizan al hombre sometiéndolo a un servicio ruin y despiadado para poder obtener aunque sea el “salario mínimo”. Los dioses siguen queriendo dominar la vida y la existencia humana, pero como dijo el profeta: “Los dioses que no hicieron los cielos ni la tierra desaparecerán de la tierra y de debajo de estos cielos” (v. 11, RVA).
2. El Dios incomparable
¡Qué diferente es la proclamación que hace el profeta! Al ver la inutilidad de estos dioses-espantapájaros, voltea a ver a su Dios, el Dios de Israel y alaba: “¡Señor, no hay nadie como tú! Pues eres grande y tu nombre está lleno de poder. ¿Quién no te temería, oh Rey de las naciones? ¡Ese título te pertenece solo a ti! Entre todos los sabios de la tierra y en todos los reinos del mundo no hay nadie como tú.” (v. 6-7,NTV). Nadie se parece a Dios, nadie se le puede comparar. Ningún dios puede hacer las mismas cosas que hace nuestro Dios. Nuestro Dios es grande y poderoso. Su grandeza y su poder se muestra en sus obras, en lo que Él hace por su pueblo. Al darnos cuenta de que los dioses no actúan según lo esperado, volteamos a ver al Dios de las Escrituras y podemos estar seguros de que existe: él actúa según lo que esperamos de Él. Este Dios ha prometido grandes cosas, ha prometido la restauración de su creación, y como prenda de ello nos ha dado su Espíritu. Este gran Dios prometió poner fin al pecado y lo hizo, enviando a su Hijo Jesucristo para rescatarnos y limpiarnos de toda maldad. Este gran Dios prometió que acabaría con el poder de la muerte y lo hizo, al levantar a Jesús de entre los muertos y uniéndonos a él por medio de la fe. Él es el Dios que prometió nunca abandonar a su Iglesia y que las puertas del Hades no prevalecerían contra ella, y míranos, aquí estamos 2000 años después de esa promesa, seguimos resistiendo. No hay nadie que se asemeje a nuestro Dios
Por eso Él es llamado el Rey de las Naciones. No solo el Rey de Israel, o el Rey de la Iglesia, es el Rey de las Naciones. Él no solo es el único Dios de los cristianos, sino que todas las naciones son suyas, le pertenecen y deben sujetarse a Él. Todas y cada una de las naciones, incluido México, están puestas para servir y honrar al Creador. No solo entendemos que deben servirle, sino que de hecho sirven a sus propósitos. El destino de las naciones, no está en los astros, o en la astucia de sus gobernantes, o en la maquinaria militar que despliegan. El destino de las naciones es dirigido y sostenido por la mano de Dios, y por ello todas las naciones sirven a sus propósitos.
¿Quién podría estar calificado para ser llamado “Rey de las Naciones”. Platón decía que debían ser los hombres sabios (filósofos) los que deben gobernar las naciones. Otros tantos creen que deben ser los más poderosos. Los grandes imperios mundiales nos enseñan que el hombre está en la constante búsqueda por dominar sobre todos los pueblos y naciones. Alejandro es llamado Magno o Grande por las grandiosas conquistas que realizó y por conseguir que en todo su imperio se hablara la lengua griega. Los emperadores romanos llegaron a ser considerados dioses, reyes de los reyes, quienes dominaban la vida entera de sus súbditos. Sin embargo las Escrituras nos dicen que en este mundo creado, ni los sabios, ni los poderosos, ni ningún hombre puede auto-proclamarse como el Rey de las Naciones. Ese título solo le corresponde a Dios, quien lo ha entregado a nuestro Señor Jesucristo, el Rey de reyes y Señor de Señores (Ap. 19:16). El único que puede elevarse sobre la creación, como el absoluto soberano es Jesucristo, el unigénito Hijo de Dios.
De igual forma nuestro Dios es calificado como el Dios verdadero, un Dios que realmente existe. Un Dios que realmente actúa y que puede ser visto por su obra poderosa. Por eso también se le llama Dios viviente y Rey eterno (v10). Este Dios viviente es el que actúa a favor de su Pueblo para liberarlo y rescatarlo de los dioses falsos que oprimen y convierten la vida en una miserable parodia. Pero no solo lo libera sino que le introduce en la tierra prometida, instruyéndole a través de sus mandatos para que tenga vida en abundancia, así se convierte en su Rey, que les trae paz y seguridad en medio del conflicto. Y no es un rey, cuyo reino está limitado a la duración de la vida del gobernante, sino que es un Rey eterno, que por siempre nos guiará, aún más allá de la muerte.
Otra de las razones por las que se nos dice que nuestro Dios es verdadero es debido a que Él hizo el mundo con su sabiduría, y no solo esto sino que hasta el día de hoy sostiene y dirige toda su creación. Génesis 1 nos muestra no solo el poder de Dios, también su sabiduría. Esta sabiduría ordenó las cosas tal y como deberían estar para darle toda la gloria y la honra a Él. La sabiduría de Dios se refleja en su creación en el orden y la armonía que ha puesto en todas las cosas. A su vez, cuando él habla su creación obedece. Esta es su ley, es su caracterísitica. Dios es soberano, y la creación está siempre sujeta a su voluntad.
No es así con los falsos dioses: Aunque la ideología de género con sus tratamientos hormonales o sicológicos traten de normalizar y crear un nuevo sexo, o una nueva identidad sexual, no lo pueden hacer. Solo pueden desvirtuar la creación de Dios, pero nunca crear algo nuevo. Aunque los sistemas económicos o políticos prometan traer paz y estabilidad a la vida pública del ser humano, en realidad nos abandonarán cuando más los necesitemos.
Nuestro Dios, el Dios verdadero es el que hizo el mundo y todo lo que hay en él. Él sostiene con su poder cada cosa en esta creación, incluidas las obras humanas como la tecnología, la ciencia, las instituciones políticas o educativas, de salud o de servicios. Todo está sujeto a la ley de Dios y por tanto debemos buscar honrarle y servirle con todo lo que hacemos.
CONCLUSIÓN
¡Qué gran Dios tenemos! ¡Él es el único verdadero! Dice el versículo 16 que este Dios es nuestra heredad. Es lo que realmente vale e importa en nuestras vidas. Él es lo más importante para nosotros, y nosotros somos lo más importante para Él. Sí hermano, dice el Señor que al igual que El es nuestra herencia, nosotros somos la herencia de Él. Él es nuestro y nosotros somos suyos. Este Dios, es llamado el Señor de los Ejércitos, porque pelea a favor de su Pueblo. Lo defiende, lo procura, lo cuida. La porción que nos toca es este gran Dios que es verdadero, vivo y Rey eterno. Nunca nos dejará, ni nos desamparará. Siempre nos sostendrá, siempre nos guiará con su diestra victoriosa. Él es el Dios de nuestros padres, y es el Dios que nos seguirá guiando aún cuando ya no estemos. Descansa y confía en Él.
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