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EL SEÑOR NOS DA SU GRACIA


LUCAS 1:5-17

Dios a lo largo de la historia de Israel había prometido que su pueblo le serviría sin temor. Sin embargo, durante los cuatrocientos años previos a las palabras que hemos leído la nación de Israel había estado dominada por naciones extranjeras, en la primera parte de esos cuatrocientos años por el imperio griego, y en la segunda parte por el imperio romano. Ellos no servían al Señor sin temor, la posibilidad de que el imperio romano les impusiera a sus dioses era una constante. Incluso les negaba el derecho de tener su propio gobernante judío, y les impuso un gobernante llamado Herodes el Grande (gobernó del año 40 a.C. – 4 a. C.). Parecía, entonces, que las promesas de Dios estaban lejanas, aunado a eso, Él se había conservado en silencio durante todo ese tiempo de dominación extranjera. Parecía que Dios había olvidado a su pueblo, y que la venida del Mesías estaba aún lejana. ¿Cuál sería el estado de la nación? ¿seguirían creyendo y confiando en el Señor? Y aún más importante, ¿Dios se iba a manifestar algún día? Veamos al Señor que nos da su gracia. 

1. LA ESPERA POR LA GRACIA

Lucas inmediatamente nos coloca en el contexto histórico, estos hechos acontecen en el periodo de gobierno de Herodes el Grande, rey de Judea. En ese tiempo había un sacerdote que se llamaba Zacarías, y tenía una esposa llamada Elisabeth que también era de las hijas de Aarón. Estas dos personas tenían unas circunstancias muy específicas que nos describe el autor. En primer lugar, son descritos como justos delante de Dios, andando en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Y en segundo lugar, no tenían hijo ya que Elisabeth era estéril, y también eran ancianos. 

¿Qué significa esto? Significa que tanto Elisabeth como Zacarías seguían confiando en las promesas de Dios en medio de sus circunstancias. Ellos seguían esperando al Mesías, la promesa de que algún día el Pueblo honraría y exaltaría el nombre de Dios sin temor. Esta confianza, esta fe que espera pacientemente, es confirmada por el escritor sagrado cuando los describe como justos delante de Dios. Y es que la cualidad de justos únicamente la adquirimos por el don maravilloso de nuestro Dios que ve fe en nuestros corazones. Pero esa fe no se queda inmóvil sino que, al esperar en las promesas de Dios, actúa de acuerdo a ellas. Por eso también se nos dice que andaban en los mandamientos y ordenanzas del Señor. Esto significa que ambos guardaban la ley de Dios, todos sus estatutos y decretos estaban escritos en sus corazones. Incluso cuando había pecado, andar en los mandamientos y ordenanzas del Señor implicaba ofrecer sacrificio por su pecado. Ellos amaban al Señor con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas y amaban a su prójimo como a ellos mismos. Expresaban su fe, a través de la obediencia al Señor. De tal modo que uno podría esperar que Zacarías y Elisabeth, que son llamados justos, tuvieran las más grandes bendiciones, entre ellas, hijos. Por eso el versículo 7 empieza con un “pero”. Es un “pero” que el autor utiliza para remarcar lo incomprensible del hecho de que ellos no tuvieran hijos. Ellos eran justos pero no tenían hijo. La creencia común era que la esterilidad era un signo de que esa familia o persona no tenía la voluntad de Dios a su favor. La consternación es aún mayor cuando nos damos cuenta que incluso la ley de Moisés afirma que una señal de protección divina es tener hijos (Éxodo 23:26). Por ello se aclara que la causa de la esterilidad no es la maldición divina, sino que apunta al propósito de dar mayor gloria a Dios. Damos gloria a Dios cuando un pequeño nace en este mundo, pero la exaltamos a Dios aún más cuando ese niño viene a pesar de la esterilidad de la madre o el padre. No peco ni Zacarías ni Elisabeth, sino que la gloria de Dios se iba a manifestar. 

Y así lo hizo. Zacarías era uno de los descendientes de Aarón, por tanto le tocaba en derecho servir en el templo. Él pertenecía a la clase de Abías (1 Cr. 24). Era privilegio de los descendientes de Aaron server en el templo, pero como había tantos (se estima que 20000 eran los descendientes) por lo menos una vez al en la vida tenían la oportunidad de entrar al lugar santo a ofrecer el incienso para la oración. Había dos horas en las que se ofrecía el incienso delante del Señor, a las 9 am y a las 3:30 pm. En el lugar santísimo estaban colocados tres elementos, entre ellos un altar donde se ofrecía el incienso justo enfrente del velo que dividía el lugar santo del lugar santísimo. El incienso simbolizaba no solo la oración del sacerdote, sino la oración de todo el pueblo, de todo Judá, rogando al Señor que cumpliera sus promesas. A la vez que el sacerdote entraba a ofrecer el incienso, el pueblo se encontraba fuera orando y suplicando al Señor. 

Pero el simbolismo no acaba ahí, sino que absolutamente todos los elementos dentro y fuera del lugar santo, apuntaban a la obra redentora e intercesora de Jesucristo. La oración de aquellos hombres y mujeres, tan insistente porque las promesas se cumplieran eran y serían escuchadas únicamente por la obra intercesora de Jesucristo, quien a cada momento, habla delante de su Padre a favor de nosotros. Es seguro que la oración personal de Zacarías era por un hijo, y a su vez, en un acto de representación, rogaba al Señor que cumpliera su Pacto y que su gracia se derramara sobre su Pueblo. LA gracia que había de rescatarnos y liberarnos de todo mal y peligro: Cristo Jesús, el mayor don de la gracia de Dios. 
2. EL ANUNCIO DE LA GRACIA

Es ahí, en ese momento de oración, en que Zacarías estaba ofreciendo el incienso, que un ángel del Señor se puso a la derecha del altar del incienso. En ese lugar, donde no había nadie, ahí se manifestó un ángel del Señor. Zacarías se turbó, se atemorizó, y no era para menos, un ángel del Señor, un ser santo estaba delante de él pecador y malvado. Dios estaba manifestando su gloria a Zacarías, su presencia era real y palpable, y aunque el Señor no se manifiesta a su pueblo para atemorizarlo, el temor se hace presente debido a nuestra indignidad y pecaminosidad. El ángel no deja a Zacarías en aquél temor, más bien inmediatamente comienza a darle las buenas noticias, comienza a hablarle de la gracia. 

Le dice: “Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará un hijo, y llamarás su nombre Juan”. Sí, el temor no es necesario, el Señor le da un anuncio maravilloso a Zacarías, Dios ha escuchado su oración. Con esa frase el corazón encuentra gran alivio. ¿Cuántas veces no hemos estado angustiados porque no sabemos si el Señor nos escucha o no? Más aquí, un sacerdote del Señor, un hombre que por muchos años había orado por un hijo, ahora escucha a un ángel decirle que el Señor por fin le escuchó y que Elisabet tendrá un hijo. Esa gran obra de Dios será llamada Juan. “Juan” puede tener dos significados, uno, “el que es fiel a Dios” y el otro “Dios da su gracia” o “el favor de Dios”. Creo más correcto en este contexto el segundo, Dios da su gracia. Qué maravillosa la bondad de nuestro Dios que nos otorga libremente su don inmerecido. El Señor por fin estaba hablando una vez más a su Pueblo, y esta vez, les estaba hablando palabras de amor y fidelidad, lo primero que oyó el Pueblo de Dios (representado por Zacarías) fue sobre la gracia de Dios. Este niño llamado Juan, iba a ser el cumplimiento de muchas promesas divinas, pero sobre todo tendría una misión importantísima. 

Dios otorgando su gracia producirá mucho gozo en medio del Pueblo. Lo encontramos así en el versículo 14 y 15. Nos dice que el gozo y la alegría y el regocijo por su nacimiento será mucho debido a que será grande delante de Dios. Y es verdad mis hermanos, saber sobre los muchos dones que nos da el Señor produce un inmenso gozo, pero saber que por fin el Señor liberará y restaurará a su Pueblo, trayendo al Redentor, al Mesías tan esperado, eso mis hermanos no tiene comparación. 

Pero Juan, un recuerdo de que el Señor otorgaba su gracia a su pueblo, también sería lleno de Poder. El Espíritu Santo lo llenaría aún desde el vientre de su madre. La preencia del Señor acompañaría a Juan aún antes de nacer. Y él no necesitaría de ninguna bebida fuerte para poder tener valor y así proclamar la verdad de Dios, sino que tendrá al Espíritu Santo, quien le llenará y conducirá con valor para denunciar el pecado del pueblo y el perdón de Dios. La llenura del Espíritu significa que esa persona está conducida en todos sus propósitos para la gloria de Dios. No beber vino o cerveza era un voto que hacían por un tiempo limitado algunos hombres y mujeres llamado “nazareo”, utilizado para mostrar al Señor el deseo de hacer Su Voluntad en toda la vida. En el caso de Juan él sería nazareo desde el vientre de su madre. Ese niño venía con la misión exclusiva de preparar el camino del Señor y así señalar al verdadero Mesías. 

El versículo 16 y parte del 17 afirma que Juan es un heraldo, un mensajero, que está preparando el camino del Señor. Juan irá delante del Señor, pero no porque sea superior, sino porque el Rey que viene detrás de él, es anunciado por su mensajero. Juan predicará al Pueblo que se arrepienta y crea en el Enviado de Dios, en Cristo Jesús. Por eso causa maravilla y asombro que el Ángel llame a aquél a quien Juan estará anunciando “Señor, Dios de ellos”. Jesús en este pasaje es descrito como el Dios de su pueblo. El pueblo tenía el corazón lejos de Dios, para solucionarlo Dios mismo descendía en forma de hombre para reconciliar al hombre con Dios. Solo a través de Cristo podemos conocer realmente a Dios, porque Él es Dios, el Dios todopoderoso hecho un bebé pequeño y vulnerable. Él se hizo así para rescatarnos a nosotros, débiles pecadores, con su poder y su gracia. 

Pero el corazón del hombre no solo estaba lejos de Dios, también lejos de su prójimo. De tal forma que la situación es descrita como que el corazón de los padres está lejos del de sus hijos, y que toda la humanidad es rebelde y perversa. Así, este profeta, Juan (donde Dios dio su gracia) haría que los padres volvieran a cuidar a los hijos. Haría que la rebeldía del corazón del hombre desapareciera para que así, el hombre una vez más, sirviera a su prójimo en amor. El camino del Señor, el camino para que el Señor fuera reconocido por su Pueblo, entonces estaría preparado. Juan, en una obra misteriosa de la gracia de Dios habría de prepara el camino del Señor Jesús. Su gran labor fue anunciar y señalar al escogido de Dios: Jesús, a quien llamamos Cristo. 

CONCLUSIÓN: ¿Qué es la gracia? La gracia mi querido hermano y amigo que me escuchas es el Don inmerecido de nuestro Dios. Y ¿Cuál es ese don? Ese Don, es el Hijo mismo de Dios, Él habitando en medio de nosotros, siendo uno con nuestra problemática, uniéndose a nosotros en nuestras tribulaciones. Tomando en su humanidad, todas nuestras luchas. La gracia de Dios es la noticia de que ni tú ni yo podemos hacer algo para merecer u obtener de Dios su amor, sino que él nos lo otorga libremente, sin condiciones, sin ataduras, a través de Cristo Jesús, su amado Hijo. Hoy te llama a ti a que creas y descanses únicamente en Él. 

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