“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro; porque cada uno llevará su propia carga”. Gálatas 6:1-5
Pbro. Raymundo Villanueva Mendiola
INTRODUCCIÓN
¿Cuál es la actitud del cristiano cuando un hermano suyo peca? ¿Cómo nos comportamos con él? Me aventuro a decir que la mayoría de las veces lo juzgamos, atacamos e incluso lo tratamos de forma despectiva por su pecado. Hasta a veces hacemos sentir al hermano caído como si no fuera a alcanzar nunca el perdón de Dios. Mucho peor es cuando, en un orgullo y supuesta superioridad espiritual, llegamos a afirmar categóricamente que el tal no es ni siquiera cristiano, que nunca ha sido cristiano o que el hermano o hermano es un falso hermano que aún no se ha convertido. ¡Qué triste situación! No por el hermano que ha caído, sino por nuestra mísera comprensión de la Gracia y la magnanimidad de nuestro Dios. En realidad, pareciera que aquél que se atreve a condenar y señalar, no es espiritual, es decir, no ha sido perdonado jamás. Hoy, veremos cuál debe ser nuestra actitud ante aquél que peca, cómo hemos de actuar hacia ese hermano o hermana, porque debes saberlo, él o ella, sigue siendo nuestro (a) hermano (a).
1. RESTAURANDO
El apóstol Pablo en esta ocasión nos habla como hermanos, como miembros de una misma familia, y requiere de nosotros que si alguno de nuestros hermanos es sorprendido en algún pecado le restauremos con una actitud mansa. “Falta” (paráptoma en Gr.) quiere decir pecado, ofensa, delito (Strong). Y no se refiere solo a alguna especie de mal menor, sino a una desviación del camino que Dios nos ha marcado, es decir, la persona que ha cometido la “falta” se ha alejado de los mandamientos de Dios, y como tal, de haber estado cerca a Dios en su comunión, se ha alejado por su pecado. Cuando un cristiano peca, está cambiando la comunión con Dios, por su pecado, de ahí lo terrible de nuestro pecado siendo cristianos.
Pablo llama aquí a los cristianos “espirituales”, como tal esta cualidad que los cristianos tienen no es por sí mismos, sino por la morada del Espíritu en nosotros. Somos espirituales porque somos conducidos por el Espíritu Santo de Dios. Somos espirituales porque en nosotros se ha producido el fruto del Espíritu que es Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gal). LA vida dirigida por el Espíritu Santo produce en nosotros el deseo y el anhelo de restaurar a nuestro hermano que ha caído en pecado. De ahí el requerimiento apostólico de “restaurar” al caído. La palabra restaurar (katartízo en Gr.) significa traer a la condición propia en que debe estar algo. Es decir, es hacer que nuestro hermano esté una vez más en una relación firme con Dios, su prójimo y la creación, en paz con Dios, su Pueblo y el mundo.
Desgraciadamente hay quienes piensan que esto se debe llevar a cabo a través de una actitud violenta, o por una disposición de acusar y rechazar al ofensor, o incluso con furia en las formas o en el lenguaje. Ese no es el modo de hacer que el hermano que ha caído sea restaurado. En cambio, el caído debe ser levantado y fortalecido, y cuando alguien ha caído y se ha lastimado, no le reprendemos por su torpeza o su nos enojamos con él, más bien diligentemente corremos y con presteza y amor curamos sus heridas y detenemos su llanto. Tal es el significado de las palabras “restaurar con espíritu de mansedumbre”, porque la justicia de un padre sobre sus hijos no se expresa con odio ni ira mortal, sino con amor, un amor que produce en el padre dolor al disciplinar a su hijo. Incluso el Apóstol nos da una razón más para poder utilizar con el hermano de amor: nuestra propia condición.
Ninguno de nosotros somos hombres o mujeres que cumplen perfectamente y a cabalidad la ley de Dios, somos débiles y tenemos luchas que constantemente aquejan nuestro andar cristiano. Por ello se nos invita a ponernos en el lugar del hermano que ha caído en pecado, y así considerarnos a nosotros mismos, no sea que nosotros también seamos tentados. Pablo insiste en que restauremos con mansedumbre, porque es lo que nosotros quisiéramos que hicieran con nosotros. “Cuando es ocasión de pronunciar censura, empecemos por nosotros mismos, y, recordando nuestra propia debilidad, seamos indulgentes con otros” Juan Calvino.
2. CUMPLIENDO LA LEY DE CRISTO
Por ello Pablo nos lleva mucho más allá de nosotros mismos, y nos dice “Sobrellevad los unos las cargas de los otros y cumplid así la ley de Cristo”. Esto de sobrellevar las cargas, se refiere a que cuando un hermano está en pecado y está preso del mismo, tenemos que tomar su carga como si fuera nuestra y liberarlo de la opresión satánica. Porque el pecado es esclavitud, el evangelio ha traído libertad y la Gracia de Dios es el medio para obtenerla, pero es la comunidad de los santos (la bendita Iglesia) quien ayuda a su semejante rescatándolo del lodo y de la miseria en que ha caído. No lo hunde más. El propósito de la Iglesia, de esta communio sanctorum es levantar al caído, servir de auxilio real y sustancial contra nuestras luchas más profundas y feroces con el pecado.
La Iglesia es el santo cuerpo de Cristo, y como tal debe cumplir la misma ley que Cristo nos proporcionó: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Juan 13:34. Estas semanas he estado meditando en este texto, y me he preguntado en dónde estaba lo “nuevo” en este mandamiento. Hay quienes consideran que este mandamiento debe entenderse en el contexto de “amar a tu prójimo como a ti mismo”, pero pienso que no es así, esto nos lleva mucho más profundamente en el actuar del mismo Hijo de Dios. Lo novedoso en este mandamiento es que pone como estándar a Cristo y su amor por nosotros, antes que nuestro propio amor (que puede llegar a ser perverso). Cristo dice: ámense como yo los he amado. Es decir, la característica del amor entre creyentes en Cristo debe ser que amen como Cristo amó. ¿Cómo amó Cristo? Cristo amó con paciencia para el débil. Cristo amó con cariño por el despreciado. Cristo amó con ternura a los pecadores que se arrepienten: los publicanos (Zaqueo y Leví), a la mujer sorprendida en adulterio, a los enfermos cuyos pecados él les perdonó. Y en todo momento Cristo nos es presentado como alguien tierno, amble y lleno de misericordia. Él es el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas, y quien deja las 99 para rescatar a la perdida. Quien con su vara y su cayado nos infunde aliento y quien nos prepara banquete cuando lo que merecemos es morir de hambre. Él es quien ha dado su vida, derramando toda su sangre por nosotros para servir no solo de ejemplo, sino como rescate por todos nuestros pecados.
CONCLUSIÓN
Él nos ha mostrado el camino, y nos ha pedido que amemos a nuestro hermano que ha caído, así como él nos amó. Hermanos, cumplamos la Ley de Cristo, y ejerzamos el amor que tanto necesitamos como iglesia, dejemos atrás los malos pensamientos, las murmuraciones y los prejuicios. Deje usted de estar propiciando cada vez más odio entre sus hermanos, y ámelos, ámelos, ámelos como Cristo nos amó.
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