Génesis 4:3-7
Anteriormente hablamos sobre el surgimiento de la Cultura, es decir, el surgimiento y desarrollo de instituciones formadoras de cultura, como el Matrimonio, la Familia y el Trabajo. Descubrimos la importancia que Dios le otorga a estas instituciones y cuánto debemos involucrarnos en ellas con dedicación y esmero. Dios lo demanda. Hoy veremos, sin embargo, al ser humano respondiendo culturalmente a Dios. Caín y y Abel, uno labrador y otro pastor de ovejas, se presentan ante Dios y realizan una ofrenda. Trataremos de entender el significado de tan sencillo acto y de las consecuencias que hubo cuando uno de ellos fue rechazado. Así pues, veremos hoy La Cultura ante el rostro de Dios.
1. LA CULTURA COMO OFRENDA
El trabajo es parte del mandato que Dios legó al ser humano en Génesis 1:28. Con esto sabemos que nuestras actividades cotidianas desde levantarnos para ir a trabajar o para ir a la escuela es un mandato divino, es la demanda de nuestro Rey para nosotros sus siervos: ¡Trabaja para mi! ¡Sírveme! No está sujeto a discusión, como ya lo dijimos, es perverso y malvado dedicar nuestro tiempo a la ociosidad cuando Dios nos demanda el trabajo. Es lícito descansar y divertirse, pero ni toda la vida es descanso, ni toda la vida es diversión. Dios demanda de nosotros que le sirvamos con fidelidad en cada una de nuestras actividades.
Caín, después del trabajo duro y cansado de labrar la tierra, se presenta ante el Rey Jehová con una ofrenda del fruto de la tierra. Abel, por su parte también presenta una ofrenda ante el Rey Jehová, y lo hace presentando los primogénitos de sus ovejas, trayendo lo más gordo de ellas.
La palabra ofrenda en hebreo es “Minjáh” y quiere decir: “regalo, obsequio, don; tributo; ofrenda” (Sch). Esta palabra hebrea englobaba no solo las ofrendas de tipo cúltico (tanto cruentas como de cereales, como son descritas en Levítico), también los tributos de los siervos ante los reyes (como en 1 R. 4.21; 2 R. 17.4) (Voth). Es decir, cuando Caín y Abel se presentaron ante el Rey con sus respectivas ofrendas, estaban presentando su labor ante el Rey como un tributo de un inferior hacia un superior, de un súbdito ante su Rey. Tanto Abel como Caín estaban conscientes de que Dios era superior y que exigía la adoración y entrega total en todas las labores. El Culto tal y como lo entendemos es el ofrecimiento de todas nuestras actividades, acciones y pensamientos a Dios, como nuestro Señor. Es el reconocimiento consciente y consistente del reinado de Jesús, no solo sobre nuestras almas, también sobre nuestros trabajos.
¿Con qué venimos ante el Rey? Se piensa que venimos con nuestros cantos, con nuestro dinero y nuestro corazón, pero la realidad es que venimos con todo lo que somos. Cuando realizamos culto a Dios, cuando presentamos ofrenda, tributo al Rey, estamos ofreciendo lo que hacemos diariamente. El arquitecto, ofrece sus diseños realizados en la semana. El Ingeniero ofrece las mejoras y re-estructuras realizadas. El abogado, ofrece sus casos ante el Rey. El profesor ofrece sus metodologías de enseñanza. El contador, ofrece sus ajustes y declaraciones. El estudiante (de cualquier nivel) ofrece a Dios sus tareas, calificaciones. Los hijos, ofrecen su obediencia o desobediencia. Los padres ofrecen ante el Rey sus consejos y dirección que dan a sus hijos. Así, cada vez que nos presentamos ante el Rey, le ofrecemos, en nuestro dinero, nuestros cantos y nuestra misma presencia, todos y cada uno de nuestros actos en la semana. ¿Con qué te estás presentando ante el Rey?
2. LA CULTURA DEL PECADO
Pero hay algo más, y es la descripción siguiente, que nos deja anonadados. Inmersos en las terribles consecuencias del pecado y la maldad. El versículo 4 y 5 dicen que aunque ambos presentaron sus ofrendas, Dios hizo una diferencia entre ellas. La frase es “miró con agrado” o “no miró con agrado” pero en hebreo la frase es una palabra Shaáh, y quiere decir “mirar, fijarse, fijar la mirada”. Lo más inquietante es que Dios ni siquiera miró, ni siquiera puso atención a la ofrenda de Caín. Es decir, no la consideró de valor, no contó ante el Rey. El tributo que estaba presentando Caín no era digno ni siquiera de prestarle atención.
Esto nos habla en primer lugar acerca la clase de Rey que tenemos. Este es un Rey que no es influenciable por la ofrenda o por la persona que viene a ofrecerla. Él es completamente Soberano, y elige de acuerdo a su propia voluntad. Pero sobre todo, nos ve a través de su pacto. A través de la distinción que hizo en la humanidad (Génesis 3:15). Esta división, entre los que serán llamados posteriormente Hijos de Dios e Hijos de los hombres tiene expresión en este pasaje. El Dios soberano ha decretado que Caín sea contado entre los hijos de la serpiente, mientras que Abel es de los hijos de la mujer. Aún en el ofrecimiento mismo de nuestras acciones todas ellas son vistas a la luz del Pacto.
En segundo lugar, el autor de la epístola a los Hebreos nos da la clave de interpretación para este pasaje. “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas” (Hebreos 11: 4). Con lo que nos explica que la ofrenda de Abel proviene de la fe, el hecho de presentar el primogénito de las ovejas y lo más gordo de ellas, es un acto de fe. Es decir, su cultura, su desarrollo del mundo, y por tanto, su culto a Dios, es movido, motivado, dirigido por la fe en la promesa del “hijo de la mujer” que habría de venir para quitar el dolor y la aflicción de la labor diaria. Abel presentó más excelente ofrenda que Caín porque lo hizo desde la fe, vivía por la fe. Se desarrollaba en este mundo y realizaba todas sus labores por la fe en el Hijo de Dios que vendría, nuestro Señor Jesucristo.
No así Caín, quien ofrece únicamente “fruto de la tierra”, sin fe. Es decir, la cultura de Caín, su desarrollo de la creación, y por tanto, su culto a Dios, es movido, motivado y dirigido por su incredulidad y rebelión contra la promesa, es decir “pecado” el cual es descrito más adelante como una fiera dispuesto y acechando para atacar y que sin embargo aún no tiene el dominio completo de su existencia.
El pecado (Jataát en hebreo) es la primera vez que es mencionado por nombre. Todo parece indicar que se refiere a lo que más adelante sucederá entre Caín y Abel. Pero es notorio la afectación tan profunda que hace en Caín, el hecho de que su ofrenda ni siquiera es considerada. Caín, se enoja, y expresa su molestia a través de su rostro lleno de ira. Esto lo ve el Señor, y previniendo a Caín, le muestra el camino que debe tomar. Sujetarse al designio del Señor, aceptar que su ofrenda no proviene de fe, y arrepentirse, dominando así su pecado. Hay oportunidad de redención para Caín, pero él se aferra al odio, la venganza y el asesinato. Todo, debido a que su relación principal, la que tiene con Dios, no está dirigida por la fe, sino por su orgullo, soberbia, y deseo de autonomía. En Caín, encontramos el referente para toda la humanidad que se opone a Dios, y que a pesar de ello, buscan, con sus propios méritos, la aprobación divina. Pero que al encontrarse con el rechazo de la suprema Majestad, responden con un puño alzado luchando por destronar a Dios y a sus favoritos.
CONCLUSIÓN
En el culto, nos presentamos ante nuestro Rey, con todas y cada una de las cosas que realizamos y lo ofrecemos en amorosa ofrenda. Pero debemos cuidar que todo nuestro obrar, no haya sido por nuestras propias fuerzas, ni para alcanzar de Dios su aprobación, sino que nuestras obras provengan de la fe que nutre y fortalece nuestra misma existencia. Como el profeta “el justo por la fe vivirá” (Habacuc 2:4) Es la fe la que nos mantiene de pie, la que nos lleva avantes en el camino de la vida cristiana. Es la fe en el Hijo de Dios, quien vino a aplastar la cabeza de la serpiente librándonos así del poder del pecado y de la muerte. Dándonos, por medio de su Espíritu, una nueva vida que abunda en buenas obras para la Gloria del Rey. Cada acto, cada labor, por muy pequeña que sea, tiene un significado permanente y eterno en el Reino de Dios (Marcos 9:41). En Cristo Jesús, nuestras acciones pueden ser una vez más vistas por Dios, con agrado, con una sonrisa, porque en Cristo Jesús, todo vuelve a tener sentido, todo tiene propósito, y por fin llega a su meta: El Trono de Dios.
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