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VIVIR EN ESPERANZA

“Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes.  Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió. Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.”

Pbro. Raymundo Villanueva Mendiola.

INTRODUCCIÓN

En el principio, cuando Dios creó a la humanidad, les proveyó de todos los bienes que el hombre puede anhelar: les dio comida, abrigo, sustento y protección, le dio una labor, una tarea que realizar, un propósito que cumplir, y un compañero (a) para vivir en comunidad. No solo le otorgó todos los bienes que la vida ofrece, también lo consideró su socio en el gobierno de la creación. Él estableció el Pacto del Favor, por medio del cual se regularía la relación de Dios con el hombre y del hombre con Dios, Él demandaba del hombre su amor y confianza incondicionales, y a su vez, Dios ofrecía al hombre su provisión constante en todo lo que emprendiera. Pero el ser humano (hombre y mujer) instigados por Satanás, el enemigo de nuestras vidas, se rebelaron y rompieron el Pacto. Decidieron no amar a Dios y establecerse a sí mismos como dioses. Así el hombre hizo que las más grandes desgracias humanas entraran a nuestra vida, convirtiéndonos así en seres condenados a vivir en sufrimiento lejos de Dios. Pero ¿qué he dicho? Dios le había asegurado al hombre que el día que comiera de ese árbol moriría, sin embargo no murió. En cambio la condena parecía ser vivir en sufrimiento, pero vivir. Él había asegurado que aún estando muertos, vivirían, que habría vida: que vivirían en esperanza. 

1. APRENDIENDO A VIVIR POR FE

Cuando somos reprendidos, y se nos proporciona un castigo comúnmente no nos enfocamos en las cosas buenas del mismo, nos enfocamos en cuán terrible será nuestro castigo. Pero el caso fue muy diferente con Adán y su mujer. En este caso Adán no se enfocó en las terribles aflicciones que vendrían al realizar su trabajo lejos de Dios o en el dolor tan terrible que vendría para la mujer al traer un hijo al mundo. Dos cosas vió Adán en las palabras de Dios: que la vida humana seguiría existiendo y que vendría un hijo de la mujer que destruiría el poder de la serpiente. Que a pesar de los dolores y aflicciones había esperanza. Y eso, mi amado hermano produjo en Adán el deseo de nombrar a su esposa. Hasta ahora él le había llamado “Ishá” pero a partir de ese momento se llamaría “Java” (castellanizado Eva), y da una razón hermosa: ella será la madre de todos los vivos. La palabra hebrea para “vivientes” es Jay, y ya la hemos estudiado. Lo que más llama la atención es la razón de este nombre: no es un aferrarse neciamente a una falsa esperanza, ni es un decir impío y soberbio: “de cualquier forma tendré muchos hijos”. ¡No! Esto es producto de la Fe que oye las promesas. 

Es característico de la Fe el que esta se concentre en las bellas y grandiosas promesas de nuestro Dios y no en los detalles dolorosos que vienen de las reprimendas divinas. Las promesas de nuestro Dios son como un imán que atrae el metal, donde el metal representa la Fe. No es la fe la que mueve, sino que la fe es movida por la promesas de Dios. Adán realiza aquí el primer acto de Fe movido por las promesas y la gracia de Dios. Adán escuchó la voz tan terrible de Dios profetizándoles un futuro oscuro y terrible lejos de Él, pero como si fuera sordo a las desgracias humanas, su corazón se llenó de gozo y esperanza cuando escuchó que la mujer daría a luz hijos, hombres y mujeres vivos, que habría continuidad y que esa continuidad permitiría que algún día “El Hombre” (el Hijo de la Mujer, Cristo) destruyera a la serpiente. Había esperanza. Desde ahí, todo acto humano, desde el hecho más simple y sencillo es un acto de fe. Todo en esta vida está envuelto en la realidad de vivir por fe. El hombre vive por fe (Hab. 2:4 y Ro. 1:17), es decir, experimenta toda su realidad a la luz de la fe que dirige su existencia. Verás, la vida humana no puede ser entendida sin fe, la fe es lo más importante que tiene el hombre, es aún más importante que el sexo o la alimentación. Esto es verdad tanto para el Ateo como para el Teísta más entregado. La fe es nuestro marco de acción hermanos, vivir sin fe es no vivir, es muerte. Por ello es tan maravilloso que Adán haya puesto nombre a su mujer diciéndole Eva, la que trae vida en ella. 

Pero no solo eso mi querido hermano, también una vez que las promesas han sido creídas y atesoradas, Dios responde también, él es fiel a su Pacto, a su Gracia, a su Don inmerecido, y le otorga un don al hombre: le viste. Le viste para ocultar su vergüenza, su debilidad y su mortalidad. Le viste para que la relación entre el hombre y la mujer vuelva a empezar de nuevo. Los recubre de su gracia y les otorga un nuevo comienzo, como si tuvieran una nueva piel, una nueva carne, una nueva naturaleza, con la piel de alguien más. El ambiente hostil que viene de aquí en adelante no lo podrán enfrentar desnudos, necesitan estar recubiertos físicamente para salir adelante. Y es que de la misma manera tú y yo somos renacidos a una nueva vida por la Gracia de Dios a través de Cristo Jesús, y solamente a través de su sacrificio podemos encontrar vida plena, una nueva relación entre nosotros, la debilidad, la vergüenza y nuestra mortalidad se va, no por algo que tu y yo tengamos sino por algo que libremente nos es otorgado. 

2. POR FE ÚNICAMENTE EN LAS PROMESAS. 

Ocurre entonces un consejo divino. Son pocas las ocasiones en que lo que ocurre tras bambalinas nos es revelado. Pero cuando sucede estos son producto de la gracia y la misericordia de Dios. Dios ve al hombre con compasión, y comenta al interior de la Trinidad, “He ahí el hombre como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal”. Como diciendo “Qué lamentable y miserable situación de aquél que debía ser imagen nuestra, y que se ha querido convertir en alguien igual a nosotros”. A Dios le mueve su misericordia, no quiere ver al hombre para siempre de esta forma, miserable, desnudo y luchando por sobrevivir, y aunque el hombre afronte estas circunstancias con esperanza de vida, Él, nuestro buen Dios, no quiere que el hombre viva así para siempre. Por ello Dios saca al ser humano del Huerto para que labre la tierra de que fue tomado. 

Dos cosas aprendemos de este texto: primero que a Dios lo mueve su misericordia, no la ira. Y en segundo lugar que el hombre sigue siendo llamado a servir en el mundo de Dios y para Dios. La misericordia de Dios se ha manifestado en el hombre al sacarlo del huerto, ya que si el hombre tomaba del árbol de la vida, hubiera vivido para siempre en rebelión contra Dios y fuera de su Pacto. Así que Dios saca al hombre del huerto, pero no de su Pacto de Gracia. El hombre sigue siendo contado en el Pacto. Su labor, sigue enmarcada en la relación de Pacto (Gén. 1:28), todo seguirá haciéndose para el Rey y Señor, pero no en el huerto, sino en todo el mundo. 

Además Dios cierra el camino al Arbol de la Vida, debo hacer que noten algo, el Señor no los echó del Huerto pro que ya no fueran a tener comunión con Él, más bien los echó para que pudieran tener comunión con Él. Los echó para librarlos de una eternidad sin Él, y puso a sus querubines y la espada de fuego para que nadie pudiese llegar al Árbol de la Vida. Definitivamente Dios está hablando en serio cuando dice que nuestra experiencia de Vida será únicamente por Fe, no por vista. Ya no tendría un Árbol que le recuerde la Vida, ya no tendría un Huerto que le recuerde el Favor, ni tendría una relación idílica con su pareja para recordar el maravilloso don divino. Sino que tendría que vivir “como viendo al invisible” (Heb. 11:27), comiendo pan del cielo (Neh. 9:15), y escuchando la voz, pero sin ver a nadie (Hech. 9:7), aprendiendo a vivir no solo de pan, sino de las grandísimas promesas de nuestro Dios (Dt. 8:3). 

CONCLUSIÓN

¿Qué es lo que le queda al hombre? ¿Qué le queda una vez que ha sido despojado del gozo, del placer y de las delicias del Huerto? LAS PROMESAS DE DIOS. Nos quedan las bellas promesas de nuestro Dios. Ellas nos aseguran que en medio de toda circunstancia Él estará con nosotros (Is. 41:10). No aseguran que Él es nuestro escudo (Gén. 15:1). Nos dan certeza de que no hay gozo fuera de Él, no hay vida lejos de Él y no hay sustento ni abrigo sin Él. Pero sobre todo, esta la más grande promesa de nuestro Dios, aquella que nos asegura en medio de toda circunstancia que Él está a nuestro favor: JESUCRISTO. Él es la más grande promesa de nuestro Dios, Él es la promesa de que el camino, la verdad y la vida nos ha sido dada en Él. El árbol de la vida funcionaba como un sacramento de la vida que Dios prometía en Cristo, aseguraba a Adán y a Eva que si comían de ese árbol tendrían la vida. Hoy Cristo nos ha sido dado como la vida y la seguridad de las grandes promesas de nuestro Dios. Y hoy, a su vez, celebraremos el sacramento del cuerpo y la sangre del Señor, ten por seguro que sus promesas te son dadas y son selladas para ti hoy. Confía y descansa en las promesas de tu Señor, confía y descansa en Jesucristo. 

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