Génesis 3:8- 13
Por: Pbro. Raymundo Villanueva Mendiola.
El domingo pasado establecimos que el hombre había escuchado y aceptado una palabra completamente opuesta a la Palabra que Dios le había dado en un principio. El hombre decidió no creerle a Dios y confiar en la voz de la serpiente. El ofrecimiento de ser igual a Dios no era algo que cualquiera pudiera rechazar, pero el mismo Jesús no estimó el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. En cambio, tomó la condición de siervo, de ser humano. El primer hombre, quien debía permanecer como siervo comenzó la rebelión contra Dios e hizo claro que su más alta aspiración era destronar a Dios y tomar su trono. Hoy veremos cómo Dios confrontó al ser humano y lo puso frente a frente con su pecado.
1. CONCIENCIA DE LA PRESENCIA DE DIOS
Adán y Eva han cosido hojas de higuera y se han hecho algo de ropa para cubrir la vergüenza que sienten de estar el uno frente al otro. Ellos no se cubren de Dios en primer lugar, sino uno del otro. Pero entonces escuchan una voz a lo lejos y los pasos de “Jehová Dios” que recorría el huerto con la brisa refrescante de la tarde. Lo primero que viene a la mente con este texto es que “Jehová Dios” es vuelto a mencionar con su nombre de Pacto. Esto significa que, aunque Adán y Eva habían querido deshacerse de la relación de Pacto que Dios había establecido con ellos y la creación, esto era imposible. Ellos habían querido ser los que establecían el Pacto con la Creación, es decir, los que se convertirían en dioses, pero Dios los ubica una vez más ante su Rostro. Ante el Dios del Pacto, ¡el gran Jehová Elohim!
Me llama mucho la atención el hecho de que Dios recorre el Huerto, incluso la hora en que lo hace. En hebreo la idea que nos presenta es que Dios recorría el huerto por la tarde, cuando la brisa comienza a refrescar. Es decir, cuando el hombre ha terminado su labor diaria (Salmo 104:24). Y como establecimos anteriormente Dios estaba y está interesado en lo que el hombre realiza cada día, sus trabajos diarios (Gén. 2:19). Así pues Jehová Dios no dejaba ni un solo día de recibir la adoración que correspondía, y aún más de interesarse por el hombre y su actividad, es decir de entablar una relación con el ser humano. Y que esto era constante se ve también por el uso que hace el autor de la palabra hebrea en el v. 8 “Jabá’” la cual quiere decir sí, esconderse, pero también “dar un paso atrás”, como dando la idea de que el hombre iba a responder a la voz para encontrarse con Dios, pero en el momento se arrepintió “tocando la retirada”. Esta misma palabra en muchos lugares es utilizada para hablar de cuando el pueblo de Israel se ocultaba de sus enemigos (1 Sam, 13:6; 14:11,22; 23:23; 2 Rey. 11:3; 1 Cron. 21:20). El súper-hombre, el nuevo dios, el dominador del bien y del mal, aquél que habría de dar nuevas y poderosas leyes para este mundo, se acobardó de presentarse ante el Gran y Poderoso Jehová. Y en lugar de llevar a término la rebelión, se ocultó cobardemente entre los árboles. Esa es una gran verdad de nuestra condición, porque siempre nos presentamos a nosotros mismos ante otros como grandes y poderosos leones, pero en realidad, a la hora de la verdad, somos torpes y cobardes ratones.
Pero, y esta es una pregunta que quiero dejar a reflexión, ¿no será que el mismo acto de no presentarse es un acto de rebeldía? Por ello en el verso 8 también se utiliza otra palabra, ahí dice que se escondieron de la “presencia de Jehová Dios”. La palabra hebra utilizada es “Panim” que quiere decir “rostro, cara, presencia, o estar delante”. Lo cual nos indica que el lugar que le corresponde al ser humano es el de estar ante la presencia de Dios, ante el rostro de Dios siempre, vivir su vida ante el rostro de Dios. Pero el hombre y la mujer le han dado la espalda a Dios, se han opuesto a su llamado amoroso, que con la brisa de la tarde quiere hacerles experimentar. Como los pasos del esposo o la esposa que va llegando a casa, o como cuando los niños escuchan el auto, las llaves de papá abriendo la puerta y diciendo “ya llegué”, y ellos responden con gozo corriendo a sus brazos, así debía ser la actitud de Adán y su mujer al escuchar los pasos y la voz de Dios, sin embargo, se escondieron, se alejaron de su presencia, no querían ver el rostro de Dios, no querían dar la cara.
2. CONCIENCIA DE TEMOR
Por lo mismo Dios se ve en la necesidad de ejercer un llamado más fuerte. Por lo que en el v. 9 no dice que “Jehová Dios llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás tú?”. La palabra “llamó” en hebreo es “kará” y tiene la idea de que cuando Dios llamó a Adán no era con una voz benevolente y amorosa, sino la de un Padre cuyos hijos han desobedecido y tienen que responder al llamado de su Padre inmediatamente, no es una invitación a reunirse para comer o salir como amigos, es una exigencia. Y esto lo hace para que el hombre de cuenta de su situación ante Dios. La pregunta que hace Dios debe entenderse en el contexto de “Panim”. Si el hombre no estaba en la presencia de Dios, entonces ¿Dónde estaba? ¿Cuál era la situación del hombre ante Dios? ¿Por qué no estaba cumpliendo debidamente con su labro de labrar y guardar el jardín? ¿Dónde estaba el hombre y su mujer? Es una pregunta que debe hacer reflexionar al hombre, es su primera oportunidad de redención.
La repuesta del hombre no se hizo esperar, sabía que no podía escapar a la Panim de Dios, por ello tuvo que responder: “Tuve miedo de tu voz, es que estaba desnudo y por eso me escondí”. La voz de Dios le produjo temor, Adán no se refería al segundo llamado, sino al primero en el v. 8, ¿por qué los pasos del amado producirían temor a Adán y su mujer? La palabra para temor es “yaré” y significa “alarmarse, asustarse, espantarse”, es el pavor a Dios, es ya no tener la confianza de acercarte a Él porque es tu enemigo, y tratarlo como tal. Es pensar que tiene intenciones hostiles y que te puede hacer daño, aquél que te dio la vida y te prodigó todos sus bienes, dándote una persona que amar, una casa que habitar, comida que disfrutar y un trabajo que realizar, en fin un propósito que cumplir. Ahora ya no le amas, le tienes miedo. Pero no solo eso, sino que al tratar de exculparse de no llegar a la cita, presenta la evidencia que lo condena: “estaba desnudo y me escondí”.
3. CONCIENCIA DE DESNUDEZ.
Dios (note el cambio de Jehová Dios a únicamente “Dios” en el v. 11, indicándonos que Dios sabe que la relación de Pacto se ha roto) descubre (desnuda) el corazón del hombre, para que responda a su segunda oportunidad de redención: ¿Has comido del árbol que te mandé que no comieras? Pero el hombre, siendo confrontado se aferra aún más a su rebelión y señala con su mano acusadora y rebelde a Dios y a la mujer que Él le había dado. El hombre es tan perverso que cuando se ve confrontado con su pecado, no encuentra otra cosa mejor que hacer más que acusar a sus semejantes de lo que ocurre en su vida, y llevar hasta las últimas consecuencias tal acusación diciendo que es Dios quien es el culpable de todo lo malo que sucede. ¿No es así muchas veces mis amados? ¿no culpamos a nuestro prójimo de nuestras malas acciones y nuestros propios pecados? Cuando el hombre falta al respeto a la mujer tildándola de fácil o de ligera, ¿no lo hace para ocultar su propia lujuria y perversión? O cuando las calles se inundan ¿no culpamos al gobierno, aunque es debido a nuestra propia pereza y suciedad? O cuando nuestras calificaciones van mal, ¿no culpamos a nuestros maestros o nuestros Padres, o incluso a las circunstancias de nuestra propia infidelidad? Todos son culpables, hasta Dios, menos nosotros. El caso de la mujer no fue diferente, ella responde siguiendo el mismo ejemplo de su esposo: “La serpiente me engañó y yo comí”. Ella al verse desnuda (descubierta por Dios) dirige la culpa a la serpiente, diciendo que no fue que ella quisiera comenzar una rebelión sino que todo fue producto de las palabras perniciosas de la serpiente.
Desde esa época mis amados hermanos, somos pecadores. Todos los descendientes de Adán y su mujer llevan en sí mismos, desde su nacimiento, la marca del pecado original. ¿Qué es el pecado original? Es este acto tan terrible de rebelión contra Dios por el cual nos declaramos incrédulos de su Palabra y nos hacemos culpables de Juicio y merecedores de la muerte. Así, todos los hombres, desde que nacen, incluso los niños más pequeños son herederos de esta culpa, y cargan sobre sí una inclinación innata (es decir, desde que nacen) para hacer el mal. La Segunda Confesión Helvética en su Artículo VIII:
“Por pecado entendemos la innata perversión del hombre que todos hemos heredado de nuestros antepasados y que prosiguió siendo engendrada. Y por eso nos encontramos supeditados a pasiones insanas, nos apartamos de lo bueno y nos inclinamos hacia todo lo malo, andamos llenos de maldad, desconfianza, desprecio y odio a Dios y somos incapaces no sólo de hacer lo bueno, sino ni siquiera de pensarlo. Y en tanto ofendemos gravemente la ley de Dios, y esto de manera continua, abrigando malos pensamientos, hablando y actuando, nuestros frutos son malos como sucede con cualquier árbol malo (Mat. 12:53 sgs.). Por esta causa somos, por culpa propia, víctimas de la ira de Dios y nos vemos sometidos a justos castigos. Si el Redentor Cristo no nos hubiera redimido. Dios nos habría condenado a todos.”
Gracias a Dios por Jesucristo nuestro Señor quien es nuestra salvación y santificación. Él que es nuestra ofrenda a Dios por el pecado y quien se entrega a sí mismo por nosotros. Toma, cual galante caballero, la culpa de su esposa (nosotros, la Iglesia) y paga totalmente para que podamos una vez más servir a nuestro Padre en fidelidad.
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