Génesis 3:1-7
La descripción con la que termina el capítulo dos de Génesis es muy llamativa, nos habla de que el hombre y la mujer estaban desnudos y no se avergonzaban. Es decir, ambos disfrutaban de la confianza y apertura que existe entre dos seres que se consideran iguales el uno con el otro, es decir expresaban la armonía que debía haber entre dos seres humanos. Esta desnudez implicaba que las relaciones interpersonales entre el hombre y la mujer estaban bien, por ello no había vergüenza. Es un error pensar que había alguna especie de luz brillante o gloria que les cubría y que por ello no se daban cuenta de su desnudez. Esto expresa simple y sencillamente algo que había en la creación: Armonía, Paz. Entre el Creador y su criatura, y entre las criaturas mismas. El mundo de Dios estaba en completa armonía con su Creador y completamente sujeto a Él.
AL ESCUCHAR DIFERENTE PALABRA
La serpiente es descrita como un ser astuto, y esa astucia tiene que ver con un lenguaje sutil (Job 15:5) para hacer a la humanidad y a la creación con ella, perder la paz y la armonía con su Creador. Por la serpiente se entiende Satanás mismo, quien está tratando de corromper a la creación con su terrible ponzoña. Es llamativo que el narrador de esta historia, describe a la serpiente como parte de todos los animales que “Jehová Dios había hecho”. Como hemos dicho este nombre (Yahvé Elohim) implica una relación de pacto en la cual están incluidos no solo el ser humano, sino toda la creación. Esta frase nos trae la idea de que incluso esa serpiente astuta era parte del orden creado de Dios, y debía estar en sujeción absoluta bajo la dirección del ser humano. Pero esta serpiente, astuta y tramposamente comienza a hablarle a la mujer llamando al Creador únicamente “Elohim”. No le llama Jehová Elohim que nos recuerda una actitud de sumisión amorosa, sino únicamente Elohim (Poderoso) que lleva en sí la idea de uno que es sumamente fuerte y que impone su voluntad por la fuerza. Quiso hacer ver a Dios como alguien autoritario y egoísta al decirle a la mujer: “¿Con que Dios les dijo que no comieran de ningún árbol?” La serpiente trata de que la mujer escuche su voz seductora acusando a Dios de ser un egoísta que no gusta de compartir con los demás las muchas riquezas que tiene. Pero la mujer, recuerda la Palabra que le ha sido dada: “Podemos comer del fruto de los arboles del huerto, pero del árbol que está en medio del huerto dijo Elohim que no lo comiéramos y ni siquiera tocáramos, porque moriríamos”. La mujer cayó en la primera trampa, consideró a Jehová Elohim, únicamente como Elohim, quitándole la relación amorosa de Pacto que Él había establecido con los humanos, básicamente lo vio como un tirano autoritario que quiere imponer su voluntad.
Hay quienes consideran que el “tocáramos” es una adición impía a la Palabra, pienso más bien que es una adición piadosa, producto de un corazón deseoso de cumplir el mandato divino. Esto lo afirmo porque la palabra hebrea utilizada para “tocar” es “Nagá” que quiere decir echar mano con una connotación bélica u hostil (Schökel). Es decir, la mujer sabe que tomar el fruto implicará rebelarse en contra de Dios, sabe que sería la declaración de guerra en contra de Dios, o la declaración de independencia por parte de la humanidad (Esteban Voth).
El énfasis de la frase no está en lo severo que suena “no tocar”, más bien en la forma tan débil en que la mujer habla de la muerte. En el mandato original (2:17) la condena es muy firme se traduce literalmente “morirás muriendo” que quiere decir “efectivamente morirás”. Pero en este caso la mujer al hablar de la muerte expresa una idea débil, no tan fuerte como la original. Parece estar empeñada en guardar el mandato, pero no está muy segura de la cabalidad de la sentencia, por lo que en el hebreo la expresión es como sigue: “podrían morir”. Ahí es donde está la duda, y esto se confirma por el ataque subsiguiente de la serpiente.
AL CONFIAR EN OTRA PALABRA
La serpiente, inmediatamente responde: No morirán. La Serpiente en el hebreo toma la misma frase de Dios, con su mismo énfasis, pero afirma lo contrario: “No morirás muriendo”. Ataca en el lugar justo donde la mujer estaba dudando. Y no solo eso sino que da su golpe de gracia al acusar a Dios de ser no solo un autoritario tirano, sino de ser un ególatra ensimismado que no desea que nadie experimente lo bueno o lo malo, porque podrían destronarlo. Y añade una promesa: Tus ojos se abrirán y Serás igual a Dios. La serpiente le está prometiendo al hombre que tendrá todo el conocimiento, tanto experimental como teórico y que podrá ser igual a Dios.
Mira bien lo que está sucediendo y date cuenta de lo terrible de la situación. El hombre ha escuchado una palabra que es completamente diferente a la que le había sido dada en el principio. El hombre, y en esto radica la tentación, está en la disyuntiva de acusar a Dios o confiar en Él. El hombre está puesto en medio de dos palabras: la primera le dice que puede tomar de todos los bienes más grandes y maravillosos, y solo no comer del fruto de un árbol para así vivir en una amistad constante con el Creador. La otra palabra le dice que puede ser igual a Dios, que puede ser su propio amo y señor. Dios había creado al hombre para ser “semejante a Dios” no para que fuera “como (igual a) Dios”. La posición del hombre era la de un socio, pero no la de Señor Autónomo. Él debía rendir cuentas ante el Creador, ante aquél que juzgaría el bien y el mal. Ante Aquél que sería quien decidiría si lo que el hombre hizo era bueno o malo.
La mujer entonces, convencida por la palabra de la serpiente, vio el árbol, y se convenció a sí misma que era bueno para comer, es decir que no era venenoso, y empezó también a encontrarlo estéticamente deseable, pero sobre todo, se convenció a sí misma de que era la forma para poder llegar a ser sabia(en hebreo la misma palabra se utiliza en Pr. 19:14). A partir de esa época, el hombre ha hecho objeto de su complacencia, su fuente de satisfacción el alcanzar la sabiduría lejos y fuera del alcance de Dios. El ser humano desde esa época se afana incansablemente por alcanzar alguna certeza que le dé estabilidad. Desde los sistemas filosóficos anticristianos, hasta las ideologías más perversas y sutiles. Todo ello en el afán de construir una realidad alterna alejado de la Palabra-Ley de Dios.
Así, la mujer Tomó y Comió del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Y no solo esto, sino que dio a su marido que estaba con ella. Quien debía ser cuidador y labrador del jardín se había convertido en un cobarde que ante las artimañas de la serpiente no quiso o no pudo contestar del todo. Y sin engaño alguno (ya que la engañada fue la mujer) él aceptó comer de la fruta que de mano de su esposa venía, sabedor de que era el fruto prohibido. Ahí fue donde la armonía se rompió. Ahí fue cuando la confianza entre el hombre y la mujer se convirtió en vergüenza. La vergüenza de haber querido ser más que el otro. La vergüenza de haber querido dominar sobre el otro. Porque la mujer quiso ser diosa del hombre, y el hombre quiso ser dios de la creación. La vergüenza de no haber cumplido con la palabra dada en aquél pacto matrimonial: “estamos en unidad” (“del varón fue tomada”). La vergüenza de encontrarse vulnerable uno frente al otro, sabiendo que él o ella, no es tu ayuda idónea, sino tu enemiga (o) ideal.
Desde esa época tomamos hojas de higuera para tratar de cubrir nuestra desnudez, para mostrarle al otro sólo aquello que queremos que vea. O incluso, nosotros mismos ponemos hojas de higuera en el ser de las otras personas para ver únicamente lo que queremos ver. Ya no mostramos nuestra verdadera identidad, sino que la arropamos en un conjunto de cosas que nos quitan y roban todo lo que somos: una comunidad. Dejamos que las redes sociales, las vidas superfluas de los famosos, y el falso entretenimiento nos separen unos de otros, en lugar de buscar la unidad que tanto anhelamos. Hermano, hermana, mira a tu prójimo que está ahí a tu lado, y no tengas vergüenza de mostrarte vulnerable ante él o ella, estamos unidos en la verdad de Cristo, y eso trasciende las barreras que ponemos ante los demás.
CONCLUSIÓN
Termino con las palabras de Esteban Voth que hacen un profundo sentido especialmente en este día que habremos de tomar la Santa Cena: “Tan simple fue el acto de «tomar» y «comer», y tan trágicas las consecuencias. Un acto humano nunca es simple, especialmente cuando es un acto de rebelión. Cuando el pecado entra, es complejo y multifacético, como un cáncer con sus múltiples metástasis. Las consecuencias del acto «simple» fueron tales que necesitaron el sacrificio del único hijo del Creador, para que ahora los verbos tomad, comed adquieran significado de redención y no de condenación.”
Pbro. Raymundo Villanueva Mendiola
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