Juan 20:30-31
Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.
INTRODUCCIÓN
Los tiempos que estamos viviendo están marcados por el clamor que hizo Tomás: “Si no viere… tocare… no creeré”. Estamos absortos en una mentalidad que nos dice que para saber que algo existió o sucedió necesitamos tener los datos ciertos y comprobables. Si no los tenemos a nuestro alcance entonces definitivamente no sucedió o no existió. Sin embargo la Fe demanda algo muy diferente. La fe demanda que confiemos en aquello que se nos ha dicho. Las señales, los prodigios, los milagros, no son el fundamento de nuestra Fe, sino la Palabra. Es ella la que produce la fe en nuestros corazones, a pesar de jamás haber visto, oído, o experimentado al Señor físicamente o de algún modo. Por ello la primera parte del versículo 30 nos dice que Jesús hizo muchas otras señales de su resurrección cierta y real, pero esas no se escribieron. Porque el apóstol no quiere llenarnos de milagros y señales, haciendo depender nuestra fe de los sentidos y percepciones que podemos tener. No de un sentimentalismo producto de la manipulación del entorno (como muchas iglesias aquí en nuestra ciudad) sino producto de la Palabra: “éstas se han escrito”. La Biblia tiene un propósito: Producir fe en nuestros corazones. ¿Fe en qué? Dirás tú, pues precisamente hoy quiero dirigirme a ustedes para hablar sobre la bienaventuranza de creer sin ver.
1. CREE QUE JESÚS ES EL CRISTO
La fe no existe como un concepto abstracto y ajeno a nuestra vida, la fe es la certeza firme y cierta acerca de las maravillas que Dios ha hecho a favor nuestro. Por tanto está llena de contenido. No está vacía. Es un error pensar que con decir “ten fe” algo bueno va a ocurrir en nuestra vida. En cambio, la fe siempre está dirigida hacia alguien o algo a lo que consideramos Dios. De ahí que tanto los no cristianos y nosotros tenemos fe, pero de distinto tipo, mientras los no cristianos ejercen su fe en algún otro dios, nosotros llamamos Dios al Padre al Hijo y al Espíritu Santo, el cual es Bendito por los siglos. En este contexto Juan nos da una maravillosa exposición en pocas palabras sobre el contenido de nuestra fe.
Lo primero que nos dice es que lo que se ha escrito es para que creamos que Jesús es el Cristo. Así, él nos dice, que el creer nos viene de lo que está escrito en las Sagradas Escrituras. Nuestro creer, nuestro confiar en Dios, no proviene de los muchos milagros que podamos ver. No viene de las cosas que podamos sentir, o de las muchas innovaciones mediáticas que podamos realizar. Quizá te puedas preguntar “¿por qué nuestros cultos son tan sencillos? ¿Por qué no tenemos un show de luces, humo y ambientación musical?” Porque mi hermano, mi hermana, nuestro propósito no es crear emoción, ni producir en ti un sentimiento de éxtasis para que puedas experimentar a Dios. Nuestro propósito es predicar la Palabra. Anunciar el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Por eso en el centro no está un grupo de alabanza, ni siquiera los ancianos o el Pastor, en el centro está el púlpito donde se predican las Escrituras, porque ellas son predicadas a nosotros con el fin único y simple de producir fe en nuestros corazones. ¿Fe en qué? Fe en que Jesús es el Cristo.
La palabra “Cristo” quiere decir “ungido” y engloba en sí misma el significado de todas las promesas del antiguo testamento, las profecías, las intercesiones y los gobiernos del pueblo de Dios. Ahí, en todas ellas Cristo se reveló a los judíos, quienes funcionaban como guardianes de la fe hasta que llegara el Señor. Se dice de Jesús que es el “ungido” (Cristo) de Dios, puesto que Él ha sido señalado por nuestro Dios, de la misma forma en que fueron señalados los profetas, los sacerdotes y los reyes del antiguo pacto.
Él se convierte en el que habría de llevar a pleno cumplimiento todo lo que se anunciaba en la antigüedad. Cristo es el profeta anunciado por Moisés (Deut. 18:15-19) a quien todos debemos escuchar, porque nos habla las mismísimas palabras de Dios (Hebreos 1:1-5). No sólo esto, sino que en él se cumplieron todas las profecías y mandamientos de nuestro Dios. Él se vuelve el que efectivamente ha guardado toda la ley sin ningún pecado o error. Él ha entendido el espíritu de la ley y la ha guardado. Esto es lo que en teología se llama obediencia activa, y ello también obró para nuestra salvación. Cristo guardó, como el profeta de Dios, toda la ley. Y en esto se separa de todos los otros “profetas”, quienes palidecen ante los el gran Jesús: Smith, Russel, White, Mahoma, o incluso Moisés. Jesús es el que fue ungido como profeta, y a quien debemos escuchar antes que a todos ellos.
También fue ungido como sacerdote. En él el sacerdocio de Aarón puede alcanzar la misericordia, Cristo es nuestro sumo sacerdote, no según la genealogía de Aarón sino según Melquisedec (Hebreos 7:17). ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que no era un sacerdote únicamente para los judíos, también lo es para toda la humanidad, para todos aquellos que creen que Jesús es el Cristo. Así, él no solo se convierte en el sacerdote que se presenta delante de Dios con el sacrificio, sino que también se convierte en nuestro sacrificio. Él es quien, como hombre se presenta ante el Padre para pagar en nuestro lugar, en obediencia pasiva, como un cordero para ser sacrificado. Él fue desangrado hasta la muerte, como los corderos. Derramando su sangre a favor nuestro. Dando su carne para que nosotros podamos vivir. De ahí el gran misterio de la voluntad y el amor de Dios: Él estableció la condena que habríamos de pagar, y él mismo se comprometió a pagarla. Su amor no tiene límite. Si no escatimó a su propio Hijo, ¿cómo no nos dará con él todas las cosas?
Jesús es el ungido de Dios para ser Rey. Jesús no solo es nuestro profeta y sacerdote, erramos si limitamos su oficio a estos dos. Cristo también es el Rey que gobernaría para siempre en el trono de David (). Es quien aplastaría el poder de la serpiente (Gén. 3:15). Es a quien profetizó Daniel diciendo: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2: 44). Cristo es el Rey de Reyes y Señor de Señor. Ante Él no podemos coronar a nadie más, sino solo arrojar nuestras coronas en señal de sometimiento. Cristo es el gran Rey que gobierna sobre todos y sobre todo. Su resurrección ha sido la muestra más grande de su autoridad: Si domina sobre la muerte, no hay un solo aspecto que no le pertenezca.
2. CREE QUE JESÚS ES EL HIJO DE DIOS
También, aquél que ha sido confrontado por las Escrituras puede creer efectivamente que Jesús es el Hijo de Dios. Esta frase en el contexto de Juan tiene una connotación muy importante. Mientras que la palabra “Cristo” hace referencia a su oficio como el segundo Adán, como hombre, aquí encontramos una clara afirmación de su divinidad. La frase “Hijo de Dios” nos habla de que Jesús no es un Hijo por adopción como nosotros. Más bien Él participa como todo hijo engendrado por sus padres, de la misma naturaleza del que lo engendró. Jesús es el Hijo de Dios, él fue engendrado del Padre antes de todos los siglos.
La filiación de Jesucristo no empezó cuando fue concebido en el vientre de María. Tampoco empezó a ser hijo de Dios cuando fue bautizado. Jesús, en ningún momento fue adoptado por el Padre. Eso es una herejía. Jesús, aún antes de nacer ya existía como el eterno Hijo de Dios. Tampoco debemos caer en el error del arrianismo y de los Testigos de Jehová, quienes dicen que Jesús al ser engendrado “tuvo un comienzo”, NO, Él no tuvo un comienzo y no tendrá un fin. Se nos dice que fue engendrado del Padre antes de todas las edades, es decir, no podemos aplicarle a Él principio o fin. Jesús, es Dios, igual que el Padre y el Espíritu Santo. Tienen una misma naturaleza, son el mismo Dios, pero en tres personas. Jesucristo es la segunda persona de la Bendita Trinidad, y eso mis amados es parte esencial de nuestra fe.
Pero no es solo su divinidad lo que quiere hacernos ver este término, pienso que también quiere hablarnos de la cercanía que Jesús tiene con el Padre, y de la cercanía que nosotros tenemos con Él.
Nótalo bien, Jesús es tan cercano al Padre que solo puede identificarse con la frase “Hijo de Dios”. También, Jesús, el Hijo de Dios, después de su resurrección, nos llama “hermanos”. Antes éramos sus siervos, después sus amigos (Juan 15:15), ahora somos sus hermanos. Él es nuestro hermano mayor, quien aboga ante el Padre a favor nuestro. Quien constantemente recibe del Padre su favor, y a través de Él nos entrega sus bondades y misericordias. Él es quien consistentemente es llamado “el Hijo de Dios” y porque Él es Hijo de Dios, nosotros podemos ser llamados “sus hermanos” (Juan 20:17). Y él, quien nos ha santificado, y nos ha unido a sí mismo, no se avergüenza de llamarnos hermanos (Heb. 2:11). También, debido a esto, Él mismo nos dice que su Padre es nuestro Padre, su Dios, nuestro Dios. Este título “Hijo de Dios” nos habla de que hemos sido adoptados para ser llamados hermanos de Jesús.
3. CREE QUE TIENE VIDA EN EL NOMBRE DE JESÚS.
La muerte es una constante en nuestra existencia. La muerte no solo es una constante, es nuestra misma existencia. Todo tiende a morir, se corrompe y deteriora. Esto debido al pecado, que es la marca que llevamos desde el nacimiento. Los edificios se queman y caen. Los árboles son talados sin reforestación. Los esposos cometen adulterio al acostarse con una mujer que no es su esposa. Las mujeres no guardan su virginidad, entregándose a la fornicación. Los jóvenes no usan sabiamente de la bebida, pero se entregan a la borrachera. El trabajo se vuelve en esclavitud para el hombre promedio. Los sindicatos oprimen a los trabajadores cuando fueron creados para defenderles de los abusos. El Gobierno se convierte en opresor en lugar de ser protector de sus ciudadanos. Las teorías educativas insisten en promover ideologías que van contra el Reino de Dios. Y los partidos políticos y su teorizar político siguen promoviendo una visión producto de la caída en el pecado. No hay vida. Lo que llamamos vida, solamente es degradación vil de la bella creación de Dios. Una parodia de lo que Dios realmente ordena y demanda.
Pero en el nombre de Jesús hay vida. Creyendo, creyendo que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, tenemos vida. La palabra “vida” utilizada en Juan es “Zoé” y es el “principio de poder y animación”. Implicando que podemos estar vivos pero no tener zoé, vida. Tu matrimonio puede existir, pero hace tiempo que murió. La escuela puede seguir educando, pero hace tiempoq eu dejo de ser vital su educación. El trabajo puede seguir remunerando, pero la labor ya no tiene sentido. No hay vida. Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios vino no solo a proclamarse como tal, sino a efectivamente dar vida a lo que estaba muerte. Nueva vitalidad a lo que permanecía inerte. Así pues, Jesús se convierte en el nuevo comienzo para una nueva creación. Todo en nuestra existencia se debe hacer desde Cristo, en Cristo, y para Cristo.
Cristo es capaz de otorgarle vida a la existencia privada de una persona. Sí, Él puede rescatar al borracho, al maldiciente, al homosexual, al que practica la masturbación, al que maltrata a su prójimo, al que tiene pensamientos impuros, al que practica la hechicería. Para darle un nuevo comienzo. Enseñándole a disfrutar de los dones de Dios en las diversas áreas de la vida. Así comenzar una vida en conformidad a la Palabra de nuestro Dios.
Cristo es capaz de otorgarle vida a la existencia pública y social de la persona. Efectivamente. Él puede rescatar a todo aquél que maltrata a su esposa. Al hombre que es infiel a la mujer de su juventud. Y a aquellas que no han guardado su pureza virginal. Enseñándoles que deben amar a su esposa como Cristo amó a la Iglesia. Y que deben ver sus propios cuerpos como templos del Espíritu Santo.
Cristo es capaz de otorgarle vida a la existencia económica de las personas. Él puede otorgar un nuevo comienzo a todo aquél que se ha entregado que busca su propio éxito y no el del Reino. A aquellos que han claudicado ante una visión socialista o capitalista de la economía. Enseñándoles que la vida del hombre no consiste en la comida o la bebida, sino en el Reino de Dios. O que una visión de Reino hace ver tanto al patrón como al empleado como colaboradores en el Reino de Dios.
Cristo es capaz de otorgarle vida a la existencia política de las personas. Él puede otorgar un nuevo comienzo a todo aquél que se ha entregado a una política que se sirve de la gente pero que no sirve a la gente. A todos los que piensan que la visión cristiana es la de algún partido actualmente existente (PAN, PRI, MORENA, etc.) y olvidan que Cristo Jesús es nuestro Señor. Cristo produce en aquellos que tienen vida en su nombre, una nueva forma de entender y hacer política, vista desde el Reino de Dios.
Nuestro teorizar en la universidad, la preparatoria o la escuela, debe ser realizado en Cristo para que pueda tener vida. Nuestras tareas y trabajos deben ser hecho para Cristo con el propósito de que lleguen al trono del Padre. La Vida que Cristo otorga es suficiente para vivificar no solo la vida personal, también la vida laboral, matrimonial, política, social, económica, literaria, artística, de las personas.
CONCLUSIÓN:
Sí, mis amados amigos y hermanos, Cristo nos basta. Jesús es suficiente para todo. Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder (2 Pedro 1:3) por medio de Jesucristo. Es a través de Él por quien podemos llegar al Padre y encontrar nueva vida. Hoy te llamo al arrepentimiento. ¡Arrepiéntete de tus pecados! Reconoce que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y que puedes tener vida en su nombre. Créelo, atesóralo en lo más profundo de tu corazón y vivirás. Vivirás eternamente con Cristo reinando como el Soberano. Vivirás en gozo por haberte encontrado entre los que son amados por Cristo y llamados “sus hermanos”. Cree que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y tendrás vida en su nombre.
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